El cuerpo momificado del romano Marcus Venerius y otros nuevos hallazgos remueven los cimientos de una ciudad dormida bajo el manto volcánico del Vesubio en la que se excava más que nunca.
Una sombra trajeada deambula entre las ruinas. Su oscura chaqueta entallada desentona con las riadas de tirantes y bermudas que acceden al recinto de Pompeya, en el golfo de Nápoles (Italia). Apenas es mediodía y el sol ya descarga su furia de agosto sobre las cabezas de 9.293 visitantes, pero el hombre encorbatado que pasea en círculos mientras habla por teléfono se mantiene incólume frente al calor pegajoso. Se trata del alemán con pasaporte italiano Gabriel Zuchtriegel, de 40 años, desde los 35 director del sitio arqueológico de Paestum, en la región de Campania, y que hoy es el primer director general de Pompeya que ha tomado posesión de su cargo con el parque clausurado. Sucedió el pasado abril, durante el segundo periodo de confinamiento impuesto por las autoridades del país. A causa del coronavirus, la ciudad dormida bajo el manto volcánico del Vesubio blindó sus accesos durante 220 días. Cargada de nuevas razones, resurge con más vigor que nunca.
El reciente descubrimiento de los restos de Marcus Venerius, los primeros encontrados con signos de momificación; la reinauguración del museo Antiquarium tras cuatro décadas cerrado; los trabajos de estabilización en la Ínsula Occidental, con el objetivo de hacer visitables tres villas y una biblioteca, o la pionera apertura al público de las excavaciones en proceso de la Región V, una barriada al norte, son algunos de los primeros logros atribuibles a Zuchtriegel, casado y con dos hijos. Estudió arqueología clásica, prehistoria y filología griega a caballo entre Berlín, Roma y Bonn, por lo que maneja las claves globales de unas disciplinas que cada temporada identifican nuevos cotos turísticos para las economías terciarias. Su nombramiento desató una polémica que dividió a la sociedad transalpina entre defensores y detractores de confiar los vestigios del glorioso pasado nacional a un forastero. En medio de aquel embrollo, con ecos en la prensa extranjera, dimitieron dos de los cuatro miembros del comité científico de Pompeya, que cuestionaron las credenciales del entrante.
Este aguantó el chaparrón hasta que el cielo de la arqueología escampó y le abrió sus puertas. “Me parece un debate superado”, sostiene Zuchtriegel al respecto. Esta mañana hace gala de un talante tan seco como su frente en plena ola de calor Lucifer, que ha elevado el mercurio italiano hasta cifras récord. “Síganme”, indica, dejando atrás su despacho —ubicado junto al acceso sur de Porta di Stabia— y adentrándose en la polvareda que los nutridos grupos de visitantes levantan a su paso. En la Región V tiene lugar la presentación en sociedad de un termopolio hallado en diciembre: el restaurante romano de comida rápida en cuyo interior se han conservado fragmentos de hueso de pato junto a restos de cerdo, cabrito y pescado, enterrados bajo montañas de piedra pómez pulverizada. Antes de que accedan los primeros visitantes, que ya guardan cola para conocer el bar de picoteo de los clásicos, el director anota: “Se trata de un testimonio valiosísimo de la vida en Pompeya, pero además abre nuevas vías de investigación sobre la alimentación de la época”.
Los pompeyanos tenían por costumbre disfrutar del almuerzo al aire libre, alentados por un clima benigno, muy anterior al proceso de calentamiento global que hoy padecen los visitantes del parque. En los termopolios, como indica su nombre de origen griego, se disfrutaba de bebida y comida caliente, conservada en grandes vasijas denominadas dolia, incrustadas en un mostrador de mampostería que aún exhibe frescos representativos de cada alimento. En la parte central, destaca una nereida a lomos del hipocampo mitológico. Bajo la imagen de un perro tumbado, puede leerse en una inscripción: Nicia cinaede cacator (Nicia es un cagón maricón), en referencia quizá al dueño del local. Marc Lebrun, parisiense de 12 años, se parte de risa cuando le traducen la broma. Un guía turístico le cuenta que los romanos del siglo primero eran “más dados al humor soez que a otros pasatiempos cultos”. El joven arquea las cejas con sorpresa y su padre le unta crema solar en la nariz.
El arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli dirigió las exploraciones en Pompeya entre 1863 y 1875, descubriendo un tercio de la ciudad, con base al trazado de nueve regiones, a su vez divididas por islas. El siguiente tercio del yacimiento fue emergiendo con el paso de las décadas y hoy quedan por excavar unas 68 hectáreas de tierra ignota. La Región V no comenzó a inspeccionarse hasta 2017, cuando se drenó el agua del sitio y se estabilizaron sus muros, esfuerzo que permitió desenterrar nuevas vías residenciales con carácter interclasista. Además del termopolio, en esta zona abren al público esta semana dos refinadas domus: la Casa de Orión y la Casa del Jardín. La primera se descubrió en el siglo XVIII, pero no fue hasta hace tres años que los arqueólogos se toparon en su interior con un enorme mosaico que mostraba al héroe mitológico convertido en una constelación celeste. La obra, sostiene Zuchtriegel, denota “un elevado nivel cultural y probables relaciones del propietario con el mundo mediterráneo oriental”.
La Casa del Jardín ha desactualizado los manuales de historia para siempre. Un garabato de carboncillo descubierto en sus muros termina con las dudas sobre cuándo tembló el Vesubio e incendió la ciudad que yacía a sus pies. Los historiadores han creído durante mucho tiempo que esto sucedió el 24 de agosto del año 79, amparándose en una carta de Plinio el Joven en la que describe a Tácito las sucesivas avalanchas de lava que lo deshacían todo. La escritura hallada en 2018, sin embargo, incluye una fecha —”decimosexto día antes de las calendas de noviembre”— que corresponde al 17 de octubre en el calendario contemporáneo. La presencia de la pintada sugiere que la erupción debió acontecer al poco, “pues el material perecedero con que se escribió no habría durado mucho a la intemperie”, defiende el arqueólogo jefe del Colegio Británico en Roma, Stephen Kay. El investigador desarrolla un proyecto de tres años en la necrópolis de Porta Nola, el primero desde 1970, cuando se acondicionó la zona por última vez.
Estos notables descubrimientos no se desenterraron durante ninguna campaña de excavación, sino en el curso de las labores de mantenimiento que promovió Massimo Osanna, predecesor de Zuchtriegel, su principal valedor y actual director general de los museos del parque. El hombre que salvó Pompeya de los dislates emprendió en 2012 el conocido como Gran Proyecto, ambicioso plan de choque con el que contener los derrumbes causados por el mal mantenimiento. La Schola Armaturarum, una escuela militar que servía como cantera de cara a los juegos del Anfiteatro, se cayó a pedazos. Después le tocó el turno a la Casa de Torello de Bronce y a las Termas Centrales, iconos milenarios de una decadencia sin aparente freno que podía sacar a Pompeya de la lista del patrimonio mundial. Para remediarlo, la Unión Europea prometió una inyección de 105 millones de euros que tardó dos años llegar. Y cuando lo hizo, aparecieron otros contratiempos.
FUENTE: elpais.com