En la Biblioteca Nacional de Viena se conserva uno de los documentos más extraordinarios de la historia de la cartografía: un mapa de casi siete metros de longitud que representa el mundo conocido a finales del Imperio romano, en el siglo IV d.C.

Amanda Castelló www.historia.nationalgeographic.com.es 27/06/2022

A principios del siglo XVI, uno de los mayores exponentes de la cartografía antigua llegaba por vía testamentaria a manos de Konrad Peutinger, humanista alemán que dio nombre a este mapa que hoy constituye una de las fuentes esenciales para el estudio de la geografía de la Antigüedad. Se trata de un rollo de pergamino de 33 centímetros de alto por aproximadamente 6,9 metros de largo y dividido en doce segmentos que facilitan su mejor preservación. El mapa que hoy conservamos es una copia medieval –datada en torno al siglo XIII– de un original romano que situaríamos, por diversas razones, en el siglo IV: la presencia de la ciudad de Constantinopla, fundada en el año 330, nos indica que el mapa no puede ser anterior a esta fecha. Así, este documento es un elemento fundamental para el estudio de la cartografía antigua.

Hay que tener en cuenta que la cartografía romana tuvo una finalidad eminentemente práctica, a diferencia de la griega, de mayor orientación científica. Para no perderse en sus vastos dominios, los romanos crearon lo que denominaron itinerarios, documentos en los que quedaban registradas las principales arterias o estaciones de un territorio. Existían dos tipos de itinerarios: los itineraria adnotata, listas viales que enumeraban las principales estaciones y las distancias entre ellas especificadas en millas (el más conocido es el Itinerario de Antonino, datado en el siglo III, aunque también pueden citarse los Vasos de Vicarello o el Anónimo de Rávena, entre otros), y los itineraria picta, que eran esencialmente representaciones gráficas con especial relevancia de la red viaria, grupo al que pertenece la Tabula de Peutinger.

 

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