www.elcomerciodigital.com 19/09/2010
‘L’incoronazione di Poppea’ abrió la temporada en el Campoamor con una arriesgada puesta en escena que no entusiasmó.
No se ha prodigado Claudio Monteverdi dentro de las temporadas operísticas ovetenses. En la historia de la ópera de esta ciudad, sólo una obra, ‘Orfeo’, de este compositor italiano considerado como padre de la ópera, subió al escenario del Campoamor, y eso fue hace unos veinte años. En este sentido, la representación ayer de ‘L’Incoronazione di Poppea’ salda por una parte una deuda que la temporada tenía con Monteverdi. Coproducida por la Ópera de Oviedo, el Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro Villamarta de Jerez y el Teatro Calderón de Madrid, esta ópera del Monteverdi más maduro marca el camino y la evolución del drama musical.
‘L’Incoronazione di Poppea’ es una ópera que baraja el tema histórico referido a un episodio de la antigua Roma y que es la columna vertebral de la acción dramática, envuelto en un ligero barniz mitológico que se apunta en el prólogo, la confrontación entre el Amor, la Virtud y la Fortuna para dilucidar cual de ellos controla a los seres humanos. Pero por debajo de todo ello, en ‘La coronación de Popea’ nos presenta una historia intemporal, con sus elementos tragicómicos centrada en las pasiones, la venganza, los celos, y especialmente la eterna relación entre sexo, amor y poder. Y eso se presenta con una ausencia absoluta de subterfugios éticos que hacen que, frente a la Virtud, al final triunfe la cínica amoralidad que mueve la diosa del Amor.
En la puesta en escena, Emilio Sagi se olvida conscientemente del mundo romano, evidente en los personajes, para acercar la acción a una visión contemporánea. Escenografía conceptual, en la que se pueden intuir algunos simbolismos en los decorados diseñados por Patricia Urquiola. Excesivamente estática, elegante, pero fría. Sólo apoyada en los claroscuros del fondo. Para una ópera centrada en recitativos estos espacios escénicos aburren y guardan poca relación con el sentido del dinamismo del barroco.
En las óperas de Monteverdi la orquestación y el acompañamiento musical de las voces se limita a un escueto bajo continuo cifrado, abierto a las prácticas instrumentales, a veces improvisadas de su tiempo. Esto es lo que hace la orquesta ‘Forma Antiqua’, de la que son columna vertebral los hermanos Aarón, Pablo, y Daniel Zapico, bajo la dirección de Kenneth Weis. Especialista en repertorio barroco, Weis actúa también como clavecinista y organista. Este es uno de los aspectos mejor logrados de la ópera. Cierta ampulosidad instrumental que no se aleja del dinasmo y contraste barroco. Algunas escenas muy cercanas al madrigal como la muerte de Séneca o los diferente interludios proyectaron cierto grado de tensión necesaria para esta obra. Los hermanos Zapico han hecho una buena labor.
De los protagonistas, la soprano Sabina Puértolas en el papel de Poppea hace una composición pálida que destaca en el apartado teatral. Su sensualidad en la actuación destaca frente a su opacidad como cantante. Muy propio y gracioso como cómico está José Manuel Zapata en el papel de Arnalta, con una comicidad natural muy bien conseguida.
Monteverdi no precisa si Nerón debe ser un contratenor o castrati, o un tenor. En este caso, el papel lo interpreta el contratenor croata Max Emanuel Cencic. Un papel violento, caprichoso y algo atrabiliario y dignamente cantado. Un segundo contratenor, Xabier Sabata, interpreta a Otón, el primer marido de Popea con una voz un poco más forzada.
El bajo Felipe Bou interpreta a Seneca, filósofo y tutor de Nerón. Lo hace con dignidad, convicción y es uno delos papeles vocales más seguros de la obra. Estuvo bien Elena de la Merced en el papel de Drusilla. Con una destacada presencia y estimable fina voz de soprano. La mezzosoprano Christianne Stotijn otro papel muy bien representado repleto de veracidad dramática y con una expresión correcta y apropiada.
La ópera ‘L’incoronazione di Poppea’ no es fácil de escuchar. Quizás el exceso de recitativos requerirían una dramatización más movida y de mayores contrates que en pocos momentos consigue. La muerte de Séneca y algunas escenas del último acto como El adiós a Roma o el dúo final son esos breves momentos que elevaron positivamente la tensión dramática de la obra.