Alicante www.lasprovincias.es 13/03/2011

La investigadora, que reside en Benidorm, dejó la arqueología por no poder vivir de ella para dar clases de danza y yoga. Solveig Nordström se lanzó sobre la máquina que iba a acabar con los restos.

Todos lo días Solveig acudía a las ruinas de Lucentum. Allí se sentaba en una piedra a meditar cuál sería el futuro de aquella belleza arqueológica y qué podía hacer una joven como ella para sacar todo el potencial de aquellos restos. Una mañana algo la sacó de sus pensamientos: el ruido de una excavadora que empezaba a retirar tierra y piedras.

La joven sueca, que llevaba poco tiempo en Alicante, no lo dudó ni un momento y se lanzó delante de aquella máquina después de que el conductor, «un chico muy guapo», le explicara que iban a deshacerse de «toda esa basura» para construir hoteles y viviendas lujosas.

La arqueóloga, Solveig Nordström, no se imaginaba en ese momento que con su acto salvaría el yacimiento de Lucentum y que más de 50 años después un parque llevaría su nombre. Ella no sabe de homenajes, ni de reconocimientos, como el que le dio el Ayuntamiento de la ciudad la pasada semana, sólo de restos arqueológicos, de danza, de arte y de todo lo que tenga que ver con la cultura.

Aquel lugar lleno de historia la conquistó. A partir de ese momento su vida empezó a girar en torno a esos restos. Solveig nació en Estocolmo, Suecia, en el año 1923. Con sólo 32 años vino a España a continuar estudiando arqueología después de haber pasado temporadas en Grecia y Roma.

«La arqueología clásica se queda incompleta sin España», asegura la mujer desde su casa de Benidorm en la que reside actualmente. Ella misma animó a sus profesores o compañeros a que la acompañarán pero «me dijeron que era muy peligroso por la política y otras cosas».

Así que, sin pensarlo dos veces, se montó en un tren que tardó tres días en llegar a Madrid. En esas jornadas aprendió sus primeras palabras de español gracias a un grupo de chicos que «me enseñaban con poemas». El primero que memorizó fue de Gustavo Adolfo Becquer, versos que aún recita de memoria.

En la capital vivió los primeros años visitando museos como El Prado o el Arqueológico. «Hacía mucho frío» por lo que decidió ir a vivir a Tarragona y poco después a Alicante, sobre el año 57, «porque era el lugar más importante en arqueología».

Una vez allí preguntó por el museo. Allí conoció al arqueólogo Francisco Figueras Pacheco al que describe «como un hombre maravilloso» y del que destaca su sensibilidad con la arqueología «a pesar de que estaba ciego».

Pero quién realmente le enseñó Lucentum y del que aprendió sobre la historia de Alicante fue de José Lafuente Vidal. Solveig describe aquellos tiempos como «muy difíciles», sin apenas dinero para poder llevar a cabo sus proyectos pero que el experto la acogió «como si fuera una hija».

A la experta se le iluminan los ojos cuando hablar de su mentor y recuerda una frase que aparece en su tumba que siempre lleva consigo: «yo hice lo que pude y que otros hagan otras cosas y mejor». La arqueóloga lo aplica a Lucentum indicando que «no he podido hacer todo lo que quería por el yacimiento, no he podido defenderlo más, pero ahora que lo hagan otros con más dinero y más importantes».

Con todo asegura que los españoles, pero también los extranjeros, tienen que comprender «la importancia» de esos restos y conseguir que vengan muchos turistas que busquen cultura en sus viajes.

Su hazaña ante la máquina que quería destrozar el yacimiento la llevó a ser conocida en la prensa y a hacer entrar en razón a la sociedad de la época sobre la importancia de lo que allí se escondía. Un abogado, Jaime Pomares Bernat, fue quien la defendió en aquel momento y quien evitó «que fuera a la cárcel».

La arqueóloga sueca dividía su vida entre su pasión por Lucentum y sus viajes a su país natal donde daba clases de griego y latín. Poco a poco, fue afincándose en Alicante y cada vez eran menos los viajes a Suecia. La pasión con la que defendía los restos hallados en la capital hizo que seis de sus alumnos hicieran auto-stop para conseguir llegar a la capital de la provincia porque «querían ayudarme».

El dinero escaseaba en esos años, ya los 60, y Solveig tuvo que buscar una alternativa a la arqueología de la que reconoce es muy complicado vivir, «me hubiera muerto de hambre». Así, con el apodo de «la gitana rubia», como la conocían, se dedicó a cantar y bailar por los bares para conseguir un sueldo.

Desde muy niña habría aprendido danza, primero ballet clásico y después bailes populares, entre otros. «Me interesa mucho el folclore. Con él la gente expresa lo que tiene dentro con la ayuda de la naturaleza», afirma. Y es que Solveig hace una lectura más intensa de los bailes regionales y ahora está centrada en las clases de yoga después de visitar en más de una ocasión durante su vida la India.

Polifacética
Pero ahora su vida está en Benidorm. Lleva viviendo en la ciudad desde 1967 pero su historia está ligada a ella desde mucho antes. Incluso uno de los alcaldes quiso construir un museo arqueológico en el municipio y que ella fuera la directora, instalación que nunca llegó.

De Alicante dejó todo su trabajo en el yacimiento y a un gran círculo de amistades muy ligadas con el arte y la cultura. A cambio conoció a un reconocido médico y a su familia que la ayudaron a lograr un sitio fijo donde vivir. Ellos fueron quien le compraron la casa donde actualmente vive con unas vistas privilegiadas al paseo y la playa de Poniente.

Solveig comenzó a trabajar para el doctor como intérprete para aquellos pacientes extranjeros a los que les hacía operaciones estéticas, además de ayudarle en las intervenciones.

Así empezó a vivir de la danza y el yoga porque «veía que de la arqueología era imposible». Desde entonces ha escrito varios libros y da clases, además de hacer traducciones de literatura. Ella misma asegura que no habla ningún idioma pero «machaco unos trece» ya que «los uso, los entiendo y los escribo todos».

El homenaje que recibió la pasada semana en Alicante es la culminación de toda una vida dedicada a la arqueología y al arte. Entre sus publicaciones destaca su tesis doctoral sobre la cerámica ibérica que ayudó a pagar nada menos que el Rey Gustavo Adolfo VI se Suecia. Y es que, un día en una biblioteca de Roma, el monarca la encontró leyendo libros sobre la historia de los restos españoles y despertó el interés del rey, tanto que llegó a mandarle dinero para sus estudios.

Ahora Solveig disfruta cada día de Benidorm, va a nadar casi un kilómetro diario al mar y sigue inmersa en sus libros de historia y arqueología. Un pequeño accidente la ha dejado momentáneamente en silla de ruedas por una caída, pero nada va a poder con ella.

LAS DECLARACIONES
COMIENZOS: «Animé a mis profesores a venir a España pero me dijeron que era muy peligroso por la política»
YACIMIENTO DE LUCENTUM: «Todos los días iba a las ruinas a meditar cuál sería el futuro de los restos arqueológicos»
AÑOS 60: «En Benidorm trabajé como intérprete de un doctor que hacía operaciones de estética a extranjeros»