Lidia Ballester www.lacolumnata.es 25/01/2013

“Carpe diem quam minimum credula postero”. Esto mismo dijo Horacio hace más de dos mil años: “Corta la flor del día, sin fiarte lo más mínimo del mañana”. En su Carminum I, 11 (“Carpe diem”), Horacio tienta a Leucónoe, a la que invita a escanciar vino en su breve vida y a que ate en corto las largas esperanzas, pues mientras ellos hablan, el tiempo, envidioso, habrá huido. Brillante labia la de Horacio, que invitaba a una jovencita a quitarse “los trajes” y “las señas” para disfrutar del tiempo, mientras la juventud aún latía bajo sus tiernos miembros.

El historiador y biógrafo romano Suetonio dice de Horacio que su estatura era escasa, que era más bien obeso y de una lascivia latente. Todo eso se canalizó a través de sus versos, aunque también destacaba por ser equilibrado en sus expresiones, con una mezcla exacta entre hedonismo y epicureísmo. Su magisterio dejaría huella a través de los siglos y esta que se expone a continuación es una ínfima muestra.

Más de tres siglos después, el ‘carpe diem’ de Horacio abonó el camino a Ausonio, quien vuelve a recurrir a aquellas flores que hay que recolectar sin demora en De rosis nascentibus: “Collige, virgo, rosas, dum flos novus et nova pubes, et memor esto aevum sic properare tuum” (“Recoge, doncella, las rosas mientras la flor está lozana y la juventud fresca, y acuérdate de que así se apresura también tu edad”). Incita a la cándida doncella a disfrutar de su vida, pues, como la de las rosas, es breve y la llegada de la vejez es inexorable, así que, casi sin darse cuenta, las gracias mostradas a los ojos serán arrebatadas por el tiempo.

Y andando precisamente el tiempo, nos topamos de bruces con el Renacimiento español y destaca, entre todos, uno: Garcilaso de la Vega. Encontramos en él un soneto, el número XIII, en el que invita a una joven a coger de su alegre primavera “el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre”. La joven dama se nos presenta con mirar ardiente, honesto, con el cabello dorado, el cuello blanco, enhiesto, pero, como sabemos, “todo lo mudará la edad ligera, por no hacer mudanza en su costumbre”. Sabemos que envejeceremos de manera inevitable, que nuestro dorado cabello encanecerá, nuestro mirar ardiente se marchitará y nuestro enhiesto cuello se arrugará.

Tampoco podemos olvidar las viejas rosas del huerto de Ronsard, ni su Soneto a Helena, donde evoca un futuro en el que él ya será tierra y Helena, la hermosa Helena, una vieja sentada ante el crepúsculo (“Quand vous serez bien vieille, es decir, “Cuando seas muy vieja”), a la que acaba diciéndole: “Por favor, vive y nada esperes del mañana; / recoge desde hoy mismo las rosas de la vida”.

Llegó el Barroco y las formas se retorcieron hasta límites insospechados. Góngora recrea este ya viejo motivo del ‘carpe diem’ en el soneto que comienza así: “Mientras por competir con tu cabello”, donde la suma de sustantivos nos evocan la vertiginosa rapidez con la que se marchitará la carne: “goza cuello, cabello, labio y frente, / antes que lo que fue en tu edad dorada / oro, lilio, clavel, cristal luciente, / no sólo en plata o vïola troncada / se vuelva, mas tú y ello juntamente / en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Pero también intenta hacer sucumbir a una Ilustre y hermosísima María, María Osorio Pimentel, no pretendida para sí, sino para un buen amigo. Intenta limar su aspereza a través de una ‘descriptio puellae’ en la que se ensalzan todos sus divinos atributos, para acabar concluyendo el soneto de una manera sentenciosa: “Antes que lo que hoy es rubio tesoro / venza a la blanca nieve su blancura, / goza, goza el color, la luz, el oro”.

Ni siquiera Quevedo pudo evitar este tema de la brevedad de la vida y se dirige a ella misma con dolientes palabras: “¡Cómo de entre mis manos te resbalas! / ¡Oh, cómo te deslizas, vida mía! / ¡Qué mudos pasos tras la muerte fría / con pisar vanidad, soberbia y galas!”. Lo más certero de la vida es la muerte y Quevedo dialoga con ella y descubre que no puede ver el mañana sin el temor de ver su muerte.

Tras innumerables avatares y dejarnos por el camino a demasiados genios, llegamos al siglo XX y Jorge Guillén se cuestiona si es el instante lo verdaderamente importante en la vida: “¿Carpe diem? Instante aislado / sin porvenir de flor ni fruto. / Si se le cortan sus raíces / ¿qué es el instante sólo en bruto?”. Aislar el instante de la continuidad de la vida, sesgarlo para atraparlo y devorarlo. Por un solo instante merece la pena que una vida sea vivida. Pero, ¿se puede vivir toda una vida de un solo instante?

Rememorando a Ausonio, Francisco Brines titula un poema Collige, virgo, rosas, pero aquí la jovencita ya está con quien quiere y el poeta no busca sus favores: “Ya estás con quien quieres. Ríete y goza. Ama. / Y enciéndete en la noche que ahora empieza, / y entre tantos amigos (y conmigo) / abre los grandes ojos a la vida / con la avidez preciosa de tus años”. La invita a despertar a la vida, al amor, a la noche, al disfrute.

También Luis Alberto de Cuenca nos habla de la fugacidad del tiempo, y, al igual que Brines, lo titula Collige, virgo, rosas. Cuando llegamos al verso diez, “Goza labios y lengua…”, no podemos evitar rememorar, en un feliz momento de recuerdo, al Góngora que leíamos más arriba: “goza cuello, cabello, labio y frente”. Este es el poema completo de Cuenca, que invita a gozar de la vida: “Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana. / Córtalas a destajo, desaforadamente, / sin pararte a pensar si son malas o buenas. / Que no quede ni una. Púlete los rosales / que encuentres a tu paso y deja las espinas / para tus compañeras de colegio. Disfruta / de la luz y del oro mientras puedas y rinde / tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico / que va por los jardines instilando veneno. / Goza labios y lengua, machácate de gusto / con quien se deje y no permitas que el otoño / te pille con la piel reseca y sin un hombre / (por lo menos) comiéndote las hechuras del alma. / Y que la negra muerte te quite lo bailado”.

Con esta invitación a la vida, recuerdo las acertadas palabras que salieron una vez de labios de un adorado amigo: “Disfruta de lo que la vida te da al instante”. Pues eso, ¡disfrutad de lo que la vida os da al instante! ‘Carpe diem’.

FUENTE: http://lacolumnata.es/firmainvitada/la-firma-invitada-cultura/carpe-diem-la-mano-de-horacio-colmada-de-flores