Arístides Mínguez Baños www.papeldeperiodico.com 28/12/2013
Agarista dejó el telar en el que estaba tejiendo un peplo para su hija. El gineceo se hallaba en silencio. Su marido Jantipo andaba embarcado con el strategos Arístides por aguas de las Cícladas. Era ella la que tenía que hacerse cargo de su familia.
No le importaba. Era una Alcmeónida, una de las escasas familias atenienses autóctonas, cuyos ancestros se remontaban al mismísimo Poseidón, dios de los mares. Hija de Megacles y sobrina del gran Clístenes, uno de los padres de la Democracia. Aunque se barruntaba que, si por algo iba a ser recordada, era por haber dado a luz y educado a Pericles, el rodeado de gloria.
Estaban atravesando años muy difíciles. Su casa había sido arrasada por las hordas medas, junto con el resto de su patria. Ni el sacrosanto recinto de la acrópolis se salvó: templos, santuarios, altares y estatuas consagradas fueron profanados o demolidos.
De su propio peculio ella misma pagó la reconstrucción del altar a Pan, que el padre de Fidípides, el héroe de Maratón, levantó a los pies de la roca en recuerdo a la aparición del dios, de la que fue testigo el joven, mientras corría hacia Esparta en busca de ayuda.
Tras la ceremonia de consagración del nuevo altar, llevó a su hijo a visitar las obras de desescombro de los templos de la acrópolis. Los sacerdotes habían ordenado excavar una enorme fosa, en la que serían enterradas las estatuas que habían sobrevivido a la furia irania.
Su hijo Pericles la dejó de piedra a sus 17 años. Impresionado por la desolación que veía en torno a sí, por las montañas de escombros y cascotes en que se habían convertido los templos, que durante generaciones atendieran los amados de Atenea, la diosa de glaucos ojos, detuvo a su madre. Con toda la seriedad le dijo:
– No sufras, madre: algún día yo haré un nuevo templo para la diosa. Mucho más grande y majestuoso que ninguno.
Temístocles paseó los ojos por las nuevas murallas que se estaban construyendo a instancias suyas: los Muros Largos. Unirían su polis con los puertos del Pireo y de Falero. 43 estadios de sólidos bastiones que abrazaban el alma de la polis. Otros 35 hasta Falero y 30 más hasta el Pireo.
Habían tenido que echar mano de subterfugios y artimañas varias para superar los recelos de los espartanos. Aquéllos no veían con buenos ojos que su supuesta aliada ática se hiciera inexpugnable tras estos baluartes. Si ya habían conseguido expulsar a los persas y castigar a los helenos que se habían vendido a los asiáticos, traicionando a sus hermanos, ¿a quién temían los atenienses tanto como para construir tan formidables defensas?
Pero todo se había visto superado gracias a su tesón, al de Temístocles, de la estirpe de los Licomidas, salvador de la Hélade en Salamina. El soporte de Atenas, la nueva señora de los mares.
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