En la Grecia clásica, una mujer estuvo detrás de los grandes padres de la filosofía occidental y, desgraciadamente, tuvo que hacerse a un lado por ser mujer si realmente quería que sus ideas llegasen lejos
Enrique Zamorano www.elconfidencial.com 14/12/2022
Cuando intentamos distinguir qué es verdad y qué es mentira sobre un tema concreto, se trata más de exponer las dudas preconcebidas, intentar refutar los argumentos que aparecen a favor y en contra o darle la vuelta a los predicados que suponemos de antemano como verdaderos. Esta técnica, que tiene infinitas aplicaciones sobre todo en la educación, la psicología o la política, se la conoce como método socrático, recibiendo el nombre de su fundador, el gran Sócrates. Cuesta imaginar que un procedimiento dialécticamente tan avanzado fuera inventado mucho antes del Imperio Romano, de la Edad Media o de la Ilustración. Las invenciones no aparecen en la cabeza de forma automática o azarosa, sino que responden a un proceso de inducción o deducción previo que puede conllevar muchos años de reflexión. Y a pesar de que Sócrates se llevara todo el mérito, hubo otra persona que ejerció de maestra e inspiración en su vocación filosófica.
Su nombre era Aspasia de Mileto y, lo más seguro es que sin ella Sócrates nunca hubiera llegado a las conclusiones que tanto influyeron, muchísimos siglos más adelante, en la invención del método científico o de la terapia cognitivo-conductual. Como ha sucedido en reiteradas ocasiones a lo largo de la historia, hubo muchos que se apropiaron de las ideas de otros, sobre todo hombres de mujeres, obteniendo un falso reconocimiento. En este caso podría no ser así, ya que entre ambos existía una relación de maestra y aprendiz; sin embargo, su nombre no resuena tanto en los manuales a pesar de la gran influencia que tuvo en otras personas de su época, no solo en Sócrates. Hombres tan destacados como Anaxágoras o Eurípides cosecharon un gran éxito con sus ideas parcialmente influidas por las de Aspasia, a pesar de que su nombre no aparece tanto en los libros.
«Tengo por maestra a una mujer muy experta en la retórica, que precisamente ha formado a muchos otros excelentes oradores y a uno en particular, que sobresale entre los de Grecia, Pericles, hijo de Jantipo». Estas palabras, atribuidas a Sócrates por el mismísimo Platón, otro de sus discípulos, eran las que supuestamente salieron de la boca del padre de la filosofía occidental cuando fue preguntado por Menéxeno al respecto de Aspasia. Todos hablaban de ella, especialmente Pericles quien, según cuentan las crónicas, se enamoró localmente de ella. Este fue el político más importante de la Antigua Grecia, llamado el Olímpico por su gran voz y oratoria. Las fuentes también certifican que fue Aspasia quien le instruyó en el arte de la retórica, por lo que su habilidad más destacada de algún modo también provino de su maestra y gran amor.
Las heteras en la Grecia clásica
«Cada día la saludaba con un beso, a la vuelta del ágora», confesó Plutarco de la bonita unión que tenían entre ambos. Él se enamoró de su belleza y su inteligencia, como describe Armand D’Angour en su obra Sócrates enamorado, y a pesar de doblarle la edad, no dudó un segundo en manifestar su amor por ella, lo que sin duda les convirtió en el centro de críticas y gracietas. ¿La razón? Aspasia, aunque fuera una de las grandes mentes de su tiempo, fue una hetera (o hetaira), cortesanas de la Antigua Grecia. Y, por si fuera poco, Pericles decidió divorciarse con la mujer con la que tenía dos hijos para dedicarle todo su tiempo. Tal y como cuenta la National Geographic en un artículo sobre ella, esta era de una de las pocas formas que las mujeres tenían de tener una representación en la vida pública, pues esta profesión les permitía poder vivir libremente sin tener que casarse o someterse a un marido.
Su condición social era uno de los puntos débiles en los que los cómicos de la Antigua Grecia incidían para criticarla. Entre otras cosas, decían que llenó Atenas de heteras. Lo cierto es, como discute el experto en la Grecia clásica José Solana Dueso en un trabajo sobre la figura de Aspasia, que esta animó a muchas a asumir esta profesión, pues este era el único medio en el que podía lograr que mujeres como ella accedieran a los conocimientos solo reservados para los hombres. «¿Esa profesión de Aspasia consistía expresamente en formar heteras o, por el contrario, en formar y educar a jóvenes muchachas que, eventualmente, acababan dedicándose a heteras?», se pregunta el historiador. «Es posible que la mayoría de las alumnas asistentes acabaran siendo heteras», es decir, «mujeres libres, no asimilables ni a la esposa tradicional ni a la prostituta o concubina».
Sobre su condición de mujer también reflexionó Tucídides, el historiador ateniense, quien en su mayor obra Historia de la guerra del Peloponeso, lanza un llamativo y jugoso consejo a Aspasia: «Grande será su gloria si no desmerecen su condición natural de mujer y si consigue que su nombre ande lo menos posible en la boca de los hombres, ya sea con elogios o críticas». Con ello, la invitó a pasar desapercibido entre todos esos grandes nombres masculinos. En otras palabras, debido a su condición de mujer, si quería pasar a la historia, lo mejor que podía hacer, paradójicamente, era evitar en la medida de lo posible no figurar en ella. Aunque luego advertiremos una razón más de peso para esta recomendación: en realidad fue ella la fuente principal de todas sus obras.
Fue Aspasia, y no Tucídides
Se ha especulado mucho sobre si el famoso Discurso fúnebre de Pericles, recogido supuestamente por Tucídides, fue realmente escrito por Aspasia. A decir verdad, ella le enseñó a cultivar la retórica, como a Sócrates, por lo que es muy posible que fuera ella la autora real. Solana Dueso concluye en su trabajo, después de hacer una revisión exhaustiva de las fuentes históricas indirectas de la época de todos los personajes, que efectivamente fue ella y no el historiador, quien reprodujo el texto que ha llegado hasta nuestros días y que resulta ser una gran muestra de cómo era la vida en Atenas en aquel tiempo.
La prueba que determina que fue redactado por Aspasia se basa en que está escrito en estilo continuo, según la definición de Aristóteles que aglutina a narraciones típicas de la época cuyos datos se yuxtaponen unos con otros, lo que de ninguna manera coincide con el estilo de escritura ni de Pericles ni de Tucídides, acostumbrados a redactar de una manera ordenada y bien trabada y argumentada. Por ello, el experto en la Grecia clásica concluye que sí, a pesar de haber sido recogido por Tucídides en forma y estilo de la boca de Pericles, en realidad «lo más probable es que fuera compuesto por Aspasia».
Las referencias históricas a Aspasia terminan después de la peste que asoló la Grecia antigua y que segó la vida de Pericles en el año 419 a.C. Según cuenta la National Geographic, Aspasia se unió a otro político una vez muerto su amado Pericles, llamado Lisicles, que moriría un año más tarde luchando en Asia Menor. Después, ella se retiraría definitivamente de la vida pública, volviendo al campo y esforzándose por transmitir todos los conocimientos que había reunido a otras mujeres. Murió alrededor del 400 a.C. a los setenta años, lo que quiere decir que llevó una vida muy longeva para su época. La historia quiso que fueran otros los que se llevaran los méritos de su prolífica vida intelectual, pues como bien la recomendó Tucídides, si tanto quería que sus ideas llegaran lejos hasta el punto de cambiar el rumbo de la historia, lo único que debía hacer era mantenerse al margen. Otros ya recogerían los frutos de su legado.