Carlos Arroyo | Blogs EL PAÍS 10/10/2013
Autor invitado: CARLOS MARTÍNEZ AGUIRRE, poeta, profesor de Latín y Griego de Secundaria, y autor de La extraña odisea. Confesiones de un filólogo clásico, de reciente publicación.
El mismísimo Baco en su carro de panteras parecía haber llegado a Almuñécar. O quizá un nuevo Hércules libertario dispuesto a romper las pesadas cadenas gramaticalistas que desde hace un siglo soportan los estudios latinos. Ocurrió a principios de abril del año 2005. El latinista danés Hans H. Ørberg pronunciaba una conferencia en la localidad granadina invitado por la Asociación Culturaclásica.com. Una entusiasta audiencia de profesores de Secundaria recibió y arropó al octogenario erudito con un cariño y admiración como pocas veces he visto en nuestra especialidad. Muy pocos profesores de Universidad aparecieron por el acto. Tan solo algún insigne heterodoxo como Ramón Irigoyen saludó la llegada del humilde sabio danés.
Y, sin embargo, la obra de Hans H. Ørberg ha supuesto en los últimos años una verdadera revolución en la enseñanza del latín en nuestro país. Estoy convencido de que merece la pena que los lectores que llevan años sin ningún contacto con el latín y el griego sigan leyendo este artículo, porque el de Ørberg es un caso muy interesante de éxito educativo en un ámbito, el de las lenguas clásicas, de gran complejidad y problemas estructurales. Su obra maestra de la didáctica, Lingua Latina per se illustrata, es a día de hoy empleada por más de 500 centros de Secundaria de España. Es el manual de latín más vendido en Italia desde hace una década y la referencia absoluta en la enseñanza autodidacta del latín en todo el mundo.
¿Pero qué hace tan especial el método Ørberg? Muy sencillo: recupera la tradición humanista de la enseñanza del latín a partir de la propia lengua. Es decir, con su método ya no se aprende el latín como si se tratase de un complejo ejercicio de lógica, sino mediante el uso de la lengua (como se hace en las lenguas vivas), empezando con diálogos y textos muy sencillos, y avanzando poco a poco, de forma que los alumnos aprenden a hablar y escribir en latín fácil en vez de enfrentarse a golpe de diccionario y reglas gramaticales a complejos textos literarios que tuvieran que descifrar como si se tratase de resolver un sudoku o un código secreto.
El método Ørberg supone para los profesores que se aventuran con él un auténtico reto; ante todo, por la dificultad del cambio de metodología. Aunque pueda resultar extraordinariamente llamativo para los profanos, los profesores de Clásicas generalmente no saben hablar latín. Comenzar a enseñar la lengua como si se tratase de eso (una lengua, y no un mero conjunto de reglas de morfología y sintaxis) exige un enorme esfuerzo de preparación, estudio y reciclaje por parte del profesorado.
Pero los resultados obtenidos merecen la pena: los alumnos que completan con éxito el primer volumen del método (algo perfectamente posible en dos cursos de Bachillerato bien aprovechados) adquieren tal soltura en la lectura de textos latinos que incluso son capaces de leer a autores como César de corrido y sin diccionario. He tenido alumnos que resolvían la traducción del examen de selectividad de un vistazo y en menos de cinco minutos. Esto, con la metodología de gramática y traducción es algo de lo que no son capaces ni nuestros licenciados universitarios.
Eso respecto a la enseñanza del latín. ¿Pero qué pasa con el griego? Muchos profesores de Secundaria partidarios de la renovación metodológica nos hemos propuesto buscar nuevas vías para revitalizar la enseñanza de una de las asignaturas más necesarias y, sin embargo, amenazadas del actual sistema educativo.
Por desgracia no existe ningún manual similar a Lingua Latina per se Illustrata para enseñar griego clásico. Lo más parecido es el método Athenaze en su versión italiana, una adaptación del Curso de griego de Oxford, pero ni su metodología ni sus resultados se pueden comparar a los del método Ørberg.
En mi opinión, la revolución que tiene que llegar a la enseñanza del griego en España debería plantearse en términos distintos a la que se está viviendo con el latín.
Decía que el método Ørberg supone una vuelta a la tradición humanista y renacentista de la enseñanza del latín. Pues eso mismo debería hacerse con el griego. ¿Y cómo aprendían griego los humanistas? Pues igual que el latín, es decir, como una lengua viva. Con la diferencia de que el griego realmente era (y es) una lengua viva. Es decir: los humanistas aprendían el griego de sus contemporáneos griegos venidos de Constantinopla.
Existe el equivocado prejuicio de que el griego moderno y el antiguo son lenguas distintas (algo así como el latín y el castellano). Esto no es verdad. Es cierto que existen importantes diferencias en la sintaxis, y algo menores en la morfología (no tantas en la forma más culta del griego moderno), pero lo fundamental es que el 60% del léxico griego actual es exactamente igual que el del griego clásico (más otro 20% de neologismos de raíz clásica, palabras del tipo teléfono...).
De esta forma, un alumno que domine el griego actual (incluyendo su forma culta, llamada Katharévusa) no tendrá casi ningún problema a la hora de leer textos clásicos en el original. Esa era la forma que tenían los humanistas de aprender griego, a través del moderno: empezando por la conversación sencilla en la lengua cotidiana, siguiendo por el aprendizaje de la lengua culta contemporánea y los textos evangélicos, y terminando con la lectura de los grandes clásicos de la antigüedad.
¿Por qué no emplear este sencillo método también en nuestros centros de Secundaria? No sólo daría una nueva utilidad y atractivo a nuestra materia, sino que recuperaría uno de los principales valores del estudio del griego. Un valor extraordinario que, inexplicablemente, la mayoría de los helenistas ignoran: el griego es la única lengua europea con más de 3.000 años de continuidad, y unidad histórica y literaria.
No se trata de convertir la clase de Griego del Bachillerato en un curso de griego moderno conversacional que sólo sirva para comprar un billete de autobús en Atenas, sino de mantener la enseñanza de la cultura y la civilización griega, pero accediendo a su lengua a través de la forma moderna, mucho más próxima y atractiva para nuestros alumnos de Secundaria. La experiencia me demuestra que incluso aquellos alumnos que van a estudiar Filología Clásica tienen una ventaja enorme si al comenzar la carrera cuentan con una buena base de griego moderno.
Ofertar el griego de esta manera, además, permitiría que fuese accesible también a los alumnos del Bachillerato científico (quienes, inexplicablemente, hoy no pueden cursar lengua griega a pesar de la evidente utilidad que supone el conocimiento de léxico griego para cualquier episteme) y permitiría añadir un atractivo innegable a nuestra materia para aquellos alumnos interesados en carreras de turismo, comercio, diplomacia, etc.
Estoy seguro de que en pocos años, igual que sucede ya en Francia y otros países de nuestro entorno, nuestros centros de Secundaria comenzarán a ampliar la oferta de segundas lenguas de forma considerable (alemán, chino, árabe, italiano…). Si para entonces los profesores de griego no hemos comenzado a tomar posición, habremos desperdiciado la última oportunidad de mantener la presencia de nuestra querida lengua en los institutos. En beneficio no ya de nosotros mismos, sino de nuestros estudiantes.