Javier Aja | Dublín | EFE 08/06/2007
Con la ayuda de las técnicas de investigación más modernas, científicos del Trinity College de Dublín han emprendido un fascinante trabajo detectivesco que, quizá, ayude a desentrañar los misterios de una de las joyas del arte medieval: «El Libro de Kells».
Más de medio millón de personas visitan cada año la biblioteca de esa prestigiosa universidad irlandesa para examinar de cerca las intrincadas, coloristas y bizarras ilustraciones creadas por monjes anónimos hacia el año 800 de nuestra era.
En una primera fase, los expertos aplicarán rayos láser para establecer, por ejemplo, la composición y origen de los pigmentos utilizados, según fuentes del Trinity College.
Más adelante, también se efectuarán análisis con rayos X e infrarrojos, así como estudios de ADN. Los primeros resultados de las pruebas de láser se darán a conocer a finales de este año, añadieron las fuentes.
Los científicos esperan confirmar que algunas de las sustancias utilizadas para lograr ciertos tonos, como los verdes o marrones, provenían del entorno cercano de los artistas.
El azul fue extraído, tal vez, del polvo de lapislázuli afgano, una gema muy apreciada en la antigüedad, mientras que el rojo podría tener su origen en «exóticos» insectos importados desde el sur de Europa.
Se sabe también que sus páginas son pergaminos hechos con la piel de más de 200 terneros, pero sigue siendo un misterio absoluto el lugar donde los monjes elaboraron el libro, que recoge los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento, escritos en latín y acompañados por notas preliminares y explicativas.
Según algunas versiones, fue el propio San Columba, una de las figuras más importantes del cristianismo irlandés y escocés, quien inició la obra en el monasterio de Iona, en Escocia.
Los constantes ataques de invasores vikingos quizá obligó a los religiosos a trasladar el libro a la abadía del pueblo de Kells, en el condado irlandés de Meath (este), donde permaneció durante varios siglos y de donde toma su nombre actual.
A punto estuvo de desaparecer para siempre cuando en 1006, según cuenta la leyenda, unos ladrones se llevaron de la abadía «el gran Evangelio». Aparte del daño menor causado por la humedad, el libro fue hallado unas semanas después y, milagrosamente, sólo le faltaba la cubierta principal, que, al parecer, estaba decorada con oro y joyas.
También ha sobrevivido a sucesivas restauraciones, incluida una acometida en el siglo XVIII, cuando un imprudente encuadernador le recortó las páginas sin el menor pudor.
La extraordinaria calidad artística de los dibujos y miniaturas -los detalles de algunas de ellas sólo pueden ser apreciados con lupa- contrasta, sin embargo, con las notables diferencias que existen entre el texto del Libro de Kells y el de los Evangelios.
Un ex bibliotecario del Trinity College, Peter Brown, escribió a este respecto: «Su texto está lleno de errores de todo tipo y muy pocos han sido corregidos. Errores ortográficos, errores en la gramática latina e, incluso, errores que demuestran la incapacidad (de los artistas) para entender el significado del latín».
Sea como fuere, las enigmáticas figuras religiosas; las complejas y laberínticas formas geométricas; los peces, pájaros, gatos, leones, lobos, caballos -unos reales y otros imaginarios- que pueblan las páginas de este libro continúan siendo fuentes de fascinación e inspiración para nuestros contemporáneos.
De hecho, gran parte de lo que se identifica hoy como arte céltico autóctono -los diseños para la joyería, para los billetes y monedas de las antiguas libras irlandesa, para la decoración, para la mercadotecnia en general- proviene en realidad de la imaginación de unos modestos y desconocidos monjes.