Antonio Morente | Sevilla www.elcorreodeandalucia.es 07/02/2009

La cabeza de la escultura de un león descubierta la semana pasada en Itálica, que se salvó de desaparecer en los hornos de San Isidoro del Campo por casualidad, ha puesto el tema de nuevo sobre la mesa: los monjes quemaban los mármoles de la ciudad romana para hacer cal.

De acuerdo, la cosa es para llevarse las manos a la cabeza, pero tenemos que verla con la perspectiva de los siglos que han pasado. La conciencia de que había que conservar Sevilla la Vieja, como se llamaba por entonces, no surge hasta mediados del siglo XVIII, y aún así se continuó con su destrucción hasta bien entrado el XIX. Y esto no se hacía porque sí, es que, simple y llanamente, los restos romanos se veían como un material reaprovechable para nuevas construcciones.

«Ahora el material es barato y la mano de obra cara, pero entonces era al revés», explica José Manuel Rodríguez Hidalgo, el arqueólogo de la Delegación Provincial de Cultura. Esto hacía que se aprovechase cualquier elemento, que no estaban los tiempos para desperdiciar ni una piedra. «Los mosaicos se salvaron porque no les interesaban a nadie, no servían ni para hacer cal, y sólo es para la Exposición de 1929 que se decide recuperarlos para que los vean los turistas», un panorama que ha dejado las cosas como están: «Itálica está toda expoliada, está machacadísima, vas a Siria o Túnez y ves ciudades mucho mejor conservadas, más enteras».

Esa conciencia de que todo se podía reutilizar llegó hasta tiempos recientes, apostilla el historiador Pedro Respaldiza, coordinador del Gabinete Pedagógico de Bellas Artes de Sevilla y otro buen conocedor de Itálica. «Si llovía la gente aprovechaba que el terreno estaba blando y se ponía a excavar buscando ladrillos, y es que Itálica era un gran vertedero de materiales.

Con normalidad. Los jerónimos, como propietarios de Itálica y Santiponce, vieron aquello como un negocio de lo más normal y lo explotaron, pero que nadie se imagine a un monje echando mármoles a los hornos porque lo que hacían era darle la concesión a un particular. La cosa no tuvo que ir del todo mal, porque las excavaciones han encontrado dos hornos en el Trajaneo, uno en el teatro y cuatro en el anfiteatro.

Pero no sólo han quedado estos restos, sino que se puede ver varios hornos en pleno funcionamiento en el cuadro San Isidoro en el Pozo, de la serie sobre la vida de San Isidoro, que el visitante se encuentra en el refectorio del monasterio de San Isidoro del Campo. En ellos se quemaban fragmentos dispersos y menores, nada de columnas o estatuas enteras. Eso sí, la cal que se obtenía debía de ser de gran calidad porque se sacaba de mármoles, «tenía gran aceptación» en un momento en la que era la base de la construcción: para el mortero se usaba cal viva como base, y también era fundamental para el blanqueo.

Tampoco ayudó a mantener los restos el que los monjes dejaran levantar en parte de Itálica lo que hoy es Santiponce, después de que al pueblo original lo destruyese una riada el 20 de diciembre de 1603. Las piedras se reutilizaron hasta en partes del monasterio, como puede verse por ejemplo en los mármoles de las gradas y arrimaderos del presbiterio, que se reformó en el XVII.

Y es que los restos romanos se utilizaron hasta para hacer diques contra las crecidas del río, como en 1607 y en 1711. «Se ha documentado el uso de un gran volumen de ellos para reparar los daños de una avenida del Guadalquivir en la puerta de Bibarragel, junto a San Clemente», subraya Respaldiza. La cosa se mantuvo así incluso tras la Desamortización (1835), «se sacaron piedras para hacer el camino de Extremadura, que después fue la base de la carretera N-630», explica Rodríguez Hidalgo. «Ley de vida», resume este último para hablar de todo este proceso, que nos dejó una Itálica «no degradada por el tiempo, sino por la mano del hombre. La arrasaron hasta los cimientos».