Bernardo Souvirón 14/09/2018

Desde mediados de los años setenta del siglo XX, coincidiendo con la implantación de la Ley General de Educación de 1970, los términos “humanismo” o “humanidades” han sido utilizados para designar contenidos bastante inespecíficos, que tienen muy poco que ver con lo que estas palabras habían significado hasta entonces. 

Desde siempre, la lengua griega ha sido, más que ninguna otra cosa, el soporte de una cultura cuyo carácter modélico, es decir, clásico, fue percibido desde muy pronto. Dos de los rasgos que hacen de la cultura griega un modelo universal son la, “paideía” o educación de los jóvenes y la “filantropía”, una palabra que significa literalmente 'amor por el ser humano', pero también ‘sentimientos humanitarios’, ‘benevolencia’. Estos dos conceptos fueron claves en la enseñanza de las llamadas humanidades durante siglos, pues trascendieron muy pronto el ámbito de la cultura griega para hacerse, como todo lo clásico, universales.  

Ciertamente, los ideales de la paideía y la filantropía fueron asumidos rápidamente por una cierta parte de la clase dirigente romana, de manera que el propio Cicerón los tomó como suyos y, entendiendo que eran realmente definitorios de la esencia cultural de los maestros griegos, los incluyó dentro del amplio significado de una hermosa palabra de la lengua latina: “humanitas”. Y así, gracias a Cicerón y a otros hombres cultos, Roma admitió que en los textos legados por los maestros griegos se encontraba la fuente de la verdadera educación o, al menos, la base de lo que ellos llamaron “artes liberales”, es decir, ‘las artes que hacen al hombre libre’ o ‘que son propias de los hombres libres’. Ésa es la razón por la que Horacio, el gran poeta romano del siglo I a. C., daba a los jóvenes este sabio consejo:

Vos exemplaria graeca, nocturna uersate manu, uersate diurna.

‘Vosotros, los modelos griegos, estudiadlos de noche; estudiadlos de día’. (Ars poética, 268)

Finalmente, esos modelos culturales y educacionales que se encerraban dentro del significado de las palabras paideía, filantropía y humanitas, fueron recogidos por los términos “educación”, “humanidades” y “humanismo” en los siglos XVIII y XIX. De esta manera, la lengua griega, entendida como medio de acceso a la primera cultura caracterizada por su atención y respeto al ser humano y por su inclinación a transmitir mediante la educación una serie de ideales a las nuevas generaciones, se integraba en los estudios de bachillerato, junto con el latín, de una manera completamente natural. 

El ideal de la antigua paideía griega era hacer a los jóvenes “kaloì kaì agathoí”, literalmente ‘hermosos y buenos’. El motivo era que los antiguos griegos consideraban que la educación debía guardar un equilibrio entre el cuerpo y el espíritu, pues sólo así podría conseguirse que los jóvenes fueran ‘buenos’ en un sentido moral y ético, y, a la vez, ‘hermosos’, en un sentido físico. Es el arquetipo que Juvenal tradujo con su famosísima frase “mens sana in corpore sano” (Sátiras, 10.356). Es difícil imaginar un objetivo más hermoso para cualquier clase de educación. Un objetivo tan difícil que, todavía hoy, estamos lejos de conseguirlo.

Sin embargo, hoy deberíamos saber que uno de los factores que contribuyen decisivamente a perfeccionar el espíritu humano es la educación. Pero no una educación entendida como un medio para procurar ventajas de un orden que podríamos llamar práctico, sino una educación entendida, fundamentalmente, como estímulo y ayuda para el perfeccionamiento de las cualidades naturales. Es en éste sentido en el que confluyen la antigua paideía griega con la humanitas ciceroniana y es también éste el sentido con el que se entendió, hasta hace muy poco, el conjunto de disciplinas (científicas, históricas, artísticas y literarias) que contribuyen a hacer de la naturaleza humana algo moralmente selecto. 

Ésta es la razón, y no otra, por la que, entre los muchos sentidos de la palabra humanitas, prevaleció precisamente éste de educación o instrucción. Justamente el que mejor se acomoda al término griego paideía.

Por lo que se refiere a nuestro país, en el siglo XVIII se introdujo, por influencia de Francia (que empleaba el término “Humanités” como sinónimo de estudios de letras, especialmente los estudios literarios), la utilización del término Humanidades para referirse también a los estudios de letras, especialmente los de literatura griega y romana. Y, realmente, este significado se mantuvo, con algunos matices de detalle, hasta casi nuestros días. 

Mas hoy, el término humanismo ha dejado de tener ese significado. Por decirlo claramente, la concepción del humanismo y de las humanidades que esbozaba la LGE y que desarrollaba con todas sus consecuencias la LOGSE, ha triunfado casi plenamente. Se ha impuesto, en efecto, una concepción vacía del humanismo, según la cual es posible y recomendable la implantación en los sistemas educativos (y en toda la sociedad, por tanto) de unas humanidades modernas (psicología, economía, sociología, pedagogía, política…) sin la presencia de las humanidades clásicas, o con una presencia puramente simbólica y residual. 

Ésta es la tesis de la LOGSE. En las aulas, en la calle y, lo que es mucho peor, en los despachos ministeriales donde se decide la legislación educativa, se ha extendido la idea de que el latín y el griego representan un concepto de humanidades completamente superado, caduco. Se argumenta, además, afirmando que se trata de asignaturas inútiles que no contribuyen a modernizar los conocimientos de los alumnos ni se adaptan a las necesidades de un mundo como el de hoy. 

En estas ideas se sustenta el hecho de que las sucesivas reformas de los estudios de bachillerato hayan comenzado por sacrificar el cultivo de las lenguas clásicas en aras de cierto tipo de rentabilidad teóricamente fundamentada en los profundos cambios que nuestra sociedad ha vivido y vive.

No niego estos cambios, pero sé muy bien la clase de sofisma que encierran, especialmente cuando se refieren a los sistemas educativos.

(*) Bernardo Souvirón Guijo es escritor, profesor de lenguas clásicas, divulgador de cultura helénica, músico, locutor de radio durante años y colaborador en diversos medios culturales. (www.bernardosouviron.com)