Juan Manuel de Prada www.abc.es 03/02/2023
Una de las calamidades más características de nuestra época es la imposición de criterios puramente utilitarios en la transmisión del saber. Puesto que el saber ocupa lugar —parece haber concluido la moderna pedagogía—, circunscribamos su transmisión a aquellos aspectos que garanticen nuestro éxito profesional y nos proporcionen un rédito inmediato. Inevitablemente, todas las disciplinas que explican nuestra genealogía cultural han sido relegadas a los desvanes de la incuria; o siquiera postergadas, como antiguallas inservibles, en favor de disciplinas enfocadas a la consecución de ‘fines prácticos’. Pero desgajar la transmisión del saber del conocimiento de nuestra genealogía cultural nos condena a la intemperie más cruel, que es la de quienes no saben explicarse a sí mismos; la de quienes no pueden conocer en profundidad el tiempo presente porque lo han vaciado del tiempo pasado que lo explica.
Nos quejamos con frecuencia del deterioro que sufre nuestra lengua, de las patadas que cada día se le propinan desde los medíos de comunicación, del vocabulario cada vez más esmirriado con que se expresan las nuevas generaciones, del bajísimo nivel de lectura comprensiva que los alumnos españoles exhiben cada vez que son sometidos a pruebas en competencia con alumnos de otros países. Y nunca se concluye que tales males son expresión de una misma calamidad, que en su origen se explica por el menosprecio y arrinconamiento de las Humanidades. Se inició esta labor sórdida con las lenguas clásicas, por constituir un petulante desafío al utilitarismo y a la pedagogía de la facilidad, tal vez las dos mayores lacras de la educación moderna. Pero en las lenguas clásicas anidan los secretos más íntimos de nuestras lenguas romances (su sintaxis y su gramática, su música secreta y su forma dialéctica), también la llave de todo nuestro universo moral y espiritual: desde los géneros literarios hasta los conceptos de persona y familia, desde el derecho hasta la liturgia religiosa se formularon en griego y latín. Al postergar las lenguas clásicas de nuestra enseñanza se estaba abogando por crear nuevas generaciones sin identidad y sin arraigo, permeables a todas las formas de ingeniería social inventadas o por inventar.
Tras el arrinconamiento de las lenguas clásicas se prosiguió con la Filosofía, madre de las Humanidades, pero también de las Ciencias; piedra angular sobre la que se sostiene toda forma de conocimiento que merezca tal nombre. Pues la Filosofía permite al hombre explicarse su lugar en el mundo, permitiéndole a la vez discurrir sobre las realidades metafísicas que dan sentido a la vida y reglamentar las realidades naturales (desde la política a la economía) conforme a criterios morales. Al convertir la Filosofía en una disciplina de relleno, nuestros pedagogos avanzaron en la consigna de arrojar a la orfandad espiritual a las nuevas generaciones. Y a continuación la asignatura de Historia se convirtió en una excusa para las más variopintas tergiversaciones ideológicas, con la evidente intención de convertir a las nuevas generaciones en jenízaros de los paradigmas culturales vigentes, que requieren el rechazo sistemático de toda visión del mundo que ose discutirlos y la execración de cualquier época o forma política que los combata.
Pero es ley biológica infalible que el árbol al que se le cortan las raíces, como el animal lactante al que se aparta del seno materno, empieza por languidecer hasta morir por inanición. Sólo quien sabe de dónde viene puede saber hacia dónde va. Sólo quien está nutrido por el bagaje de conocimientos que fundan nuestra civilización es dueño del tiempo que habita; cuando ese bagaje o acervo que nos explica nos es arrebatado, nos convertimos en huérfanos a la intemperie, carne de cañón para las más diversas manipulaciones e ingenierías sociales, seres sin identidad y sin arraigo que han soltado amarras con su genealogía espiritual y navegan sin brújula a la deriva.
La transmisión del saber, cuando es verdadera y no obedece a fines de manipulación y dominio, no puede guiarse por criterios meramente utilitarios. Leyendo el prospecto donde se explica el funcionamiento de una lavadora podemos hacer un uso ‘utilitario’ de la misma; pero del mismo modo que una lavadora estropeada se convierte en un armatoste inservible para quien sólo conoce su funcionamiento por el prospecto, el mundo se convierte en un tiovivo de banalidad y aturdimiento cuando nos falta la clave esencial para su interpretación, que sólo podremos hallar en el estudio de las humanidades.
Y así, aturdidos y dando vueltas en un tiovivo de banalidades, es como nos quieren los manipuladores y los ingenieros sociales.
FUENTE: www.abc.es