El experto Juan Tranche publica este miércoles una novela histórica sobre la presencia femenina en la arena

Juan Tranche www.larazon.es 28/05/2023

Durante más de setecientos años, de entre los diferentes espectáculos que hicieron mella en el corazón del Imperio Romano y los que más pasiones levantaron fueron las luchas de gladiadores. En la actual sociedad hemos conocido, bien por el cine o por la literatura, la existencia de estos aguerridos luchadores que se jugaban la vida en los anfiteatros. Sin embargo, las gladiadoras y su presencia en la arena, como tantas mujeres a lo largo de la Historia, han sido silenciadas en el olvido del tiempo, si bien es cierto que son muy escasas las fuentes documentales que las citan. El primer combate de gladiadores en Roma se ofreció tras la muerte de uno de sus más notables senadores: Brutus Pera; según Tito Livio, sus hijos organizaron el primer duelo entre varios esclavos en el 264 a.C. Sin embargo, la primera referencia a las mujeres gladiadoras no aparece hasta dos siglos después, cuando Nicolas de Damasco nos cita que «a veces», cuando alguien fallecía, dejaba como una de sus últimas voluntades que las más bellas que habían comprado debían enfrentarse entre sí durante el funeral. Era una época patriarcal, por eso es curioso que no hablase de las más fuertes o valerosas, sino de las más bellas.

Los romanos empiezan a ver los juegos de gladiadores con un fin político. De este modo, los combates adquieren una finalidad propagandística. De aquí surge la figura del editor, que es quien organiza y desembolsa de su propio bolsillo los gastos del espectáculo. Hombres y mujeres disfrutan de los juegos organizados para su entretenimiento por cortesía del editor, quien, a cambio, aspira a ser elegido por sus conciudadanos en los siguientes comicios. Para los romanos, ser forzado a convertirse en gladiador era deshonroso, e inadmisible hacerse gladiador por voluntad propia. Aún más si se trataba de las damas de clase alta pues, a sus ojos, si las mujeres realizaban las tareas destinadas a los hombres se ponían en peligro las bases sobre las que se había cimentado el Imperio. Y ese miedo a alterar el «statu quo» hizo que la presencia de las mujeres en las gradas cambiara radicalmente a finales de la república y principios del Imperio. El emperador Augusto, gran defensor de los valores conservadores, sostenía que el modelo ideal de la esposa era el de ser casta y madre intachable y, a su parecer, las mujeres de la época se alejaban de este arquetipo de manera tan radical que suponía un peligro para los roles establecidos. Una de sus prohibiciones, tras la reforma que hizo de la gladiatura, fue limitar su presencia en los graderíos de mejor visibilidad, dejando éstos, únicamente, para el público masculino. Para ello ordenó que se sentaran en la parte más alta, con la idea de que no acudieran al anfiteatro.

Durante su mandato, en el año 11 d.C., encontramos un senado consulto que también trata de impedir la presencia de mujeres en la arena: «Ninguna joven libre, de menos de veinte años, tiene derecho a emplearse como gladiadora». Por tanto, ya debía ser una costumbre que las mujeres se enfrentaran como tales. En el año 19, ya en tiempos de Tiberio, quizá por que se hacía caso omiso a la anterior ley, ratifican la prohibición de esta forma: «[Por decisión del Senado], para los hijos, hijas, nietos, nietas, biznietos, biznietas de senador, para aquellos cuyo padre, abuelo paterno, abuelo materno o hermano sean de rango senatorial […] prohibición de firmar un contrato para luchar contra animales, para participar en combates de gladiadores o participar en una actividad del mismo orden. Que nadie contrate a estos hombres o a estas mujeres, aun cuando ellos se ofrezcan». Como podemos ver, lo que escandalizaba a los romanos no era que las mujeres de condición baja, las esclavas, lucharan en la arena, sino que lo hicieran las de clase social alta.

Una sátira de Juvenal se burla de los maridos que permitían a sus mujeres luchar

La comunión entre la vida y la muerte que se vivía en los combates de gladiadores generaba en los romanos un alto deseo sexual, como se puede constatar por los grafitis pompeyanos, y las mujeres no estaban exentas de esta excitación. Prueba de ello es una lucerna hallada en Arles (Francia) donde puede verse a un hombre practicando sexo con una mujer vestida como gladiadora.

Con el tiempo, estos espectáculos supusieron un reto para los editores, pues cada vez era más difícil satisfacer el gusto de los romanos por las novedades en los espectáculos y en esto cumplen un papel importantísimo las mujeres gladiadoras. Su presencia se daría en juegos donde el editor quisiera alardear de su riqueza. Como muestra de ello es la inscripción encontrada en Ostia, cerca de Roma, donde el magister, Hostiliano, presume de ser el primero en ofrecer luchas de gladiadoras y que supone una de las pocas pruebas arqueológicas que se encuentran sobre estas luchadoras.

Es en la época de Nerón donde su presencia se hace más popular, pues muchas damas distinguidas, según Tácito, se deshonraron al ser obligadas por el emperador a luchar en la arena. Petronio, escritor y amigo del mismo, también nos refiere un tipo de mujeres gladiadoras. Y Dion Casio menciona unos juegos celebrados por orden de Nerón en honor a su madre Agripina en los que también ellas lucharon.

Recreación de una de esas gladiadoras que se vieron en los coliseos del Imperio romano Recreación de una de esas gladiadoras que se vieron en los coliseos del Imperio romano
Jesús Burgos

El hispano Marcial alaba a las gladiadoras que participaron en la inauguración del Coliseo comparando a las luchadoras con la mismísima Venus y, por su parte, varios escritores se hacen eco de cómo el emperador Domiciano ofreció luchas de mujeres por la noche y, a veces, enfrentaba a mujeres y enanos luchando entre sí (mujeres contra mujeres y enanos contra enanos). Y una sátira de Juvenal se burla de los maridos que permiten que sus mujeres luchen como gladiadoras; ¿qué pudor puede mostrar una mujer con casco que abomina de su sexo?…

Pero si hay una prueba irrefutable de que las mujeres gladiadoras existieron fue sin duda el relieve de Halicarnaso, hoy en el British Museum (Londres), una pieza de mármol que nos muestra el combate entre dos mujeres, Achilia y Amazona, bajo el lema «Liberadas», escrito en griego y datado en mitad del siglo II.

Es la prueba arqueológica más evidente a día de hoy. Son muchas las interpretaciones que hay en torno a ella. Muchos historiadores defienden que en el relieve es evidente que luchaban con el pecho descubierto, como los hombres, pero dado que los romanos eran muy pragmáticos es posible que utilizaran algún tipo de sujetador. Otro dato curioso que vemos en la pieza es el hecho de que están luchando sin casco, aunque estos se pueden ver en la parte inferior del relieve. La pregunta es obvia: ¿por qué se lo quitaron? Utilizando la lógica, podríamos decir que el motivo se debe a que las mujeres gladiadoras luchaban sin ningún tipo de protección en la cabeza o, incluso, que el artesano que realizó la pieza quería dejar patente que eran mujeres. Pero, ¿y si la causa fuera otra? Como hemos visto en la cita mencionada arriba de Juvenal, usaban casco y, aunque era una sátira, a quien trataba de ridiculizar era a los hombres, no el atuendo de las mujeres. Por tanto, el debate sigue abierto.

El escándalo no era que hubiera gladiadoras de clase baja, sino de alta condición social

Debemos tener en cuenta que no existe ninguna prueba arqueológica similar en combates masculinos. Debió de ser un duelo maravilloso para quienes fueron testigos y muy probablemente trató de emular el famoso combate entre Aquiles y Pentesilea, reina de las Amazonas, de ahí que las gladiadoras se llamaran precisamente Achilia y Amazona.

La presencia de las mujeres gladiadoras en la arena llegó a su fin bajo el mandato de Séptimo Severo, en el año 200 d.C. Según nos relata Dion Casio, esto se produjo tras un enfrentamiento feroz que sirvió de excusa al emperador para prohibir definitivamente las luchas de mujeres gladiadoras.

  • «Gladiadoras» (Planeta), de Juan Tranche, 576 páginas, 22,90 euros

FUENTE: www.larazon.es