Xavier Roca-Ferrer elconfidencial.com 10/11/2019

Un libro recupera los pasajes que Tácito y Suetonio dedicaron a Nerón y se replantea su figura. Adelantamos aquí por su interés la introducción de Xavier Roca-Ferrer.

"El pueblo ama a Nerón. Nerón le inspira simpatía y respeto. Por fuerza hay alguna razón. Tácito no nos la dice. Que oprimiera a los grandes y no se ensañara jamás con los “pequeños”: en ello entrevemos una posible explicación de este sentimiento popular. Pero Tácito no dice nada. Habla de crímenes y lo hace con pasión. Desde este momento lo notamos parcial. Ya no inspira la misma confianza. Nos hace pensar que exagera. No explica nada: se diría que solo pretende 'pintar cuadros'". Napoleón, 'Reflexiones en Santa Elena'.

Si se preguntara a un inglés mínimamente culto cuál fue el rey más malvado de Inglaterra, con toda probabilidad respondería que Ricardo III, aquel monstruo jorobado y cojo que hizo asesinar a tanta gente para ganarse la corona del país, entre la cual hay que poner a sus dos sobrinitos. Murió en 1485 a los 33 años en la batalla de Bosworth, ganada por Enrique Tudor. Su derrota puso fin a la larga guerra de las Dos Rosas y sentó a una nueva dinastía en el trono inglés. Tal lo pintó Shakespeare en la tragedia real que lleva su nombre y aparece en numerosas películas basadas en su obra. Sin embargo, la historiografía moderna ha demostrado que mucho de ello (incluso la orden de asesinar a los niños de la Torre) resulta más que dudoso. Ni siquiera era jorobado, según ha demostrado un examen de su esqueleto. Pero a los Tudor les interesaba mucho demonizar al último rey York y los autores de la época, incluido el autor de 'Hamlet', se apuntaron a ello. Sea como fuere, en el imaginario popular ha quedado fijado como el rey malvado por excelencia. Ello demuestra una vez más que la última palabra sobre la ética de los poderosos la tienen los poetas.

 
[Un libro publicado por Arpa y titulado 'El hombre más malvado del Imperio Romano' recupera los pasajes que Tácito y Suetonio dedicaron a Nerón y se replantea su figura. Adelantamos aquí por su interés la introducción de Xavier Roca-Ferrer]

En el imaginario popular cristiano Nerón Claudio figura (o al menos figuraba cuando la gente sabía más cosas que ahora) como el más malvado de los romanos. También a los emperadores 'Flavios' que le siguieron les interesaba mucho demonizar a los 'despedidos' Julio-Claudios, que, por descontado, no fueron santos, del mismo modo que a los reyes Tudor los de la casa de York. Por ello la afirmación de que Nerón, el emperador poeta, fue el hombre más malvado del imperio merece ser examinada con cierto detenimiento. Si tomamos el Imperio romano 'stricto sensu' (es decir, olvidándonos de los años que van desde la fundación de Roma al final de la República), se extiende en el tiempo desde el año 27 a. C., cuando Augusto asume discretamente todos los poderes, al 476 d. C., y no le faltaron malvados de gran calibre. Muchos historiadores sostienen que Calígula fue peor que Nerón, pero, junto a ellos, nos salen al paso figuras tan poco recomendables como Tiberio, al menos durante la segunda parte de su reinado; Domiciano, el último de los Flavios; el gladiador 'amateur' Cómodo, sucesor del filósofo Marco Aurelio y su contrafigura, que aparece en las películas 'La caída del Imperio romano' y 'Gladiator'; Caracalla, o el terrible Heliogábalo, al que Antonin Artaud llamó el 'anarquista coronado', que subió al trono a los catorce años y al que se quitaron de encima cuatro años después. Calígula tuvo el honor de que Camus le dedicara una obra de teatro, no muy buena, ciertamente, pero que a los actores jóvenes les encanta interpretar, y el cine popular italiano de los años setenta le ha dedicado varias películas muy fojas de tono casi pornográfco entre las que destaca la de Tinto Brass con el 'chico malo' de 'La naranja mecánica' en el papel titular. El hecho de que ninguno de los citados se metiera con los cristianos les ha salvado de muchos metros de celuloide acusador.

Si limitamos su excelencia en maldad a los años en que se sentó en el trono, catorce, la afirmación puede resultar más plausible. La figura de Nerón aparece en la obra 'Britannicus', de Racine (1669), pero en ella el odio del emperador hacia su hermanastro deriva mayormente de su rivalidad por el amor de Junia, a la que ha raptado, con lo que el conflicto se desplaza al terreno de lo sentimental. En cambio, su figura domina en el cine en su momento muy exitoso y taquillero 'de cristianos perseguidos', sobre todo a partir de 'El signo de la cruz' (1932), dirigida por Cecil B. de Mille, interpretada por el gran Charles Laughton con una preciosa Claudette Colbert de Popea al lado. En 'Quo Vadis' (1951) el papel del emperador recaerá en el histriónico Peter Ustinov. También ha sido tomado a chacota en algunas películas hoy olvidadas como la inglesa 'Fiddlers Three' (1944), la italiana 'Mi hijo Nerón' (1956), en la que lo interpretaba nada menos que el gran cómico Alberto Sordi, y' La historia de la humanidad' (1957), un disparate de los hermanos Marx, que contaba con el tétrico Peter Lorre en el papel de Nerón.

Es en las fuentes latinas donde se glosan por extenso las maldades y vicios de Nerón, así como su afición al histrionismo. A Luis XIV le encantaba danzar en Versalles en las comedias-ballet que le preparaban Molière y Lully. Claro que no se exhibía delante del pueblo sino ante una corte que le reía todas las gracias. Las páginas principales sobre las poco gloriosas hazañas de Nerón son básicamente el fruto de la pluma de dos historiadores: Tácito (55-120) y Suetonio (75-160). Como puede verse por las fechas indicadas, ninguno de los dos fue en su madurez estricto contemporáneo de Nerón, asesinado en el año 68 cuando el primero tenía 13 años y el segundo estaba por nacer, de modo que tuvieron que basarse para sus historias en informaciones de gente que sí había vivido bajo su reinado y en documentos de segundo orden (crónicas de particulares, cartas, libelos, etc.) que pudieron manejar.

También en otros autores antiguos hallamos referencias a su figura que, hasta cierto punto, pueden ayudarnos a completar la fotografía de este complicado personaje que ha pasado a la historia como epítome de maldad y demencia. Entre ellas cabe mencionar a Epicteto (c. 55-135), esclavo del escriba de Nerón Epafrodito, que solo nos lo pinta como un hombre mimado, atrabiliario e infeliz; a Lucano (c. 39-65), que alaba la paz y prosperidad que caracterizó su gobierno, aunque acabó convirtiéndose en una de sus víctimas; o a Filóstrato el Ateniense (172-250), que nos habla de la admiración que despertaba Nerón en el oriente del imperio, donde, después de su muerte, aparecieron tres falsos Nerones, algo que demuestra que el nombre tenía aún gancho para mucha gente. En cambio, Plinio el Viejo (c. 24-79) lo define como 'enemigo de la humanidad'.

Especial interés tiene una breve referencia del muy inteligente Flavio Josefo (37-100), autor de 'La guerra de los judíos' y testigo de todo el reinado de Nerón, que, aunque le llama 'tirano', fue el primero en hacer notar los prejuicios y mentiras que circulaban en relación con su figura:

"Omito cualquier otra declaración sobre este asunto, porque ha habido muchos que han escrito la historia de Nerón, muchos de los cuales se han apartado de la verdad de los hechos por haber recibido favores de él, y otros, debido al odio que les inspiraba, se han ensañado con su persona con tantas mentiras que merecen ser condenados en justicia. Y no me sorprende que tantos hayan contado mentiras sobre Nerón, porque en sus escritos tampoco se han atenido a la verdad sobre hechos anteriores a su tiempo, incluso cuando los actores no les hubiesen podido odiar por hallarse ya fallecidos".

No debe extrañarnos tampoco que Séneca el Joven, tutor y maestro de Nerón y, finalmente, una de sus víctimas, hable siempre bien de su pupilo y llegue a justificar públicamente el asesinato de su madre Agripina. Tampoco sorprende que los primeros autores cristianos (Tertuliano, Lactancio, etc.) carguen contra él, pues se le considera el primer perseguidor y verdugo de los jesusianos, y lleguen a identificar su persona con el Anticristo o la Bestia del Apocalipsis.

Lo que sabemos

Muy brevemente resumido, he aquí lo que objetivamente sabemos sobre la vida de Nerón según el clásico André Piganiol:

"Nació en el año 37 de un matrimonio de dos malvados, Domicio Enobarbo y Agripina (la Menor). Esta, exiliada por Calígula, había vuelto a Roma en tiempos de Claudio, tío suyo, con quien se casó (49). Consiguió que este adoptara a Nerón y lo casara con su hija Octavia (53). Nerón había adquirido por la experiencia de su vida familiar la convicción de la inmoralidad universal y nunca se tomó en serio las lecciones de su maestro Séneca, amante de una princesa imperial, usurero y corrupto hasta la médula como tantos moralistas, cuyas exacciones dieron lugar a la rebelión de Bretaña. Aunque era necio (Juvenal decía que tenía orejas de burro), no dejó de influir sobre el arte teatral de la época. Devolvió al Senado muchas competencias que le habían sido arrebatadas".

"Su crueldad se manifestó desde el principio de su reinado: envenenó a su hermanastro Británico (55), hijo de Claudio y de Valeria Mesalina, mató o exilió a quienes estaban vinculados por sangre con la familia de Augusto y acabó matando a su madre, la perpetua conspiradora (59). Tras la muerte de Burro, prefecto de pretorio, y el retiro de Séneca, que, más o menos, lo habían ido controlando para que no hiciera mayores barbaridades, cayó en manos de su segunda esposa Popea (que murió en el 65, al parecer de una patada en el vientre de su marido cuando estaba embarazada) y del prefecto de pretorio Tigelino, un indeseable carente de cualquier escrúpulo. Hubo de enfrentarse a varias conspiraciones y a una insurrección republicana, que reprimió cruelmente. Odiaba a los nobles y le entusiasmaban las aclamaciones con las que aduladores y plebeyos celebraban sus actuaciones líricas y teatrales y sus victorias en las carreras de carros. Él mismo se había fabricado una claque de cinco mil «aplaudidores». En el año 68 tuvo lugar un golpe de Estado en el que estuvieron involucrados varios gobernadores, s el cual, aparentemente, lo forzaron a suicidarse. Contribuyó a su fin la traición del otro prefecto, Ninfdio Sabino, con el cual compartía Nerón el amor del bello Esporo, el cual, quizá por celos, se pasó a Galba. Ninfdio fue también asesinado cuando Galba fue vencido por Otón".

Sea como fuere, no puede juzgarse la figura de Nerón ni lo que sobre él nos cuentan Tácito y Suetonio con independencia de su tiempo o, mejor dicho, del lento deterioro que a partir de Tiberio sufrió la dinastía Julio-Claudia, de la que él fue el último representante (Galba, Otón y Vitelio fueron solo su 'estrambote') y del enfrentamiento sistemático de la vieja aristocracia romana, representada por el Senado, con el poder del emperador. Todos los que se sucedieron entre el año 14 y el 68 pertenecieron a la antigua familia de los Claudios, que solo entronca con los Julios por adopción. Sus reinados, llenos de atroces tragedias y crímenes familiares (algo relativamente normal en las monarquías de Oriente), representan todas las tentativas —siempre fallidas— por consolidar la monarquía en Roma, en principio tan denostada desde los días de los etruscos.

Aunque el habilísimo Octavio Augusto, fundador de la dinastía y del imperio, "halló una Roma de barro y la dejó de mármol" y reformó sagazmente no pocas instituciones, no resolvió dos cuestiones esenciales para cualquier dinastía con afán de continuidad: la primera fue un criterio para la sucesión (a partir de los Antoninos será la adopción por el emperador previo) y la otra un deseable equilibrio de poder entre el emperador y el Senado. Fueron básicamente estos dos problemas los que envenenaron los años de la dominación Julio-Claudia y dieron lugar a tantos actos de violencia. Muchos de los envenenamientos ocurridos en el seno de la familia imperial se deben a la incertidumbre de los derechos de sucesión, que acababan generando una lucha de ambiciones descontroladas. Respaldado por el ejército de distintas provincias, Vespasiano, sin conexión alguna con los Julio-Claudios, ascendió al poder en Oriente y pudo verse a sus dos hijos, Tito y Domiciano, sentados en el trono imperial. En Roma Vespasiano fue bendecido por la guardia pretoriana, que ya había impuesto a Claudio, y trató de crear un régimen 'razonable' que su hijo Cómodo echó a perder.

Sucedió a Augusto su hijo adoptivo Tiberio, hombre pedante y severo que, aburrido de la política, dejó Roma y el imperio en manos de su prefecto de pretorio Sejano y se retiró a la isla de Capri. Sin embargo, las crueles acciones de Sejano le hicieron caer: el Senado recibió una carta firmada por Tiberio que le acusaba de traición y le condenaba a ser ajusticiado de inmediato y Sejano y varios de sus colegas fueron ejecutados aquella misma semana. A pesar de la apatía y de la indecisión que habían caracterizado a Tiberio al principio de su gobierno, al final del mismo se decidió a gobernar sin reparos y empezó por diezmar las filas del Senado. Todos los que habían colaborado o se habían relacionado con Sejano fueron juzgados y ejecutados y sus propiedades confscadas. Tácito se hace eco de la monstruosa crueldad de esta 'limpieza'.

Fue entonces cuando empezaron a surgir rumores sobre los ignominiosos actos que Tiberio protagonizaba en su lugar de retiro. Suetonio nos describe episodios de total perversión sexual, en los que se mezclaban sadomasoquismo, voyeurismo y pedoflia, como en la peor de las 'snuff-movies', y aunque es probable que solo fuera una invención de sus enemigos en Roma, estos rumores nos dan una idea de la opinión que tuvo el pueblo romano de su 'princeps' durante los 23 años de su reinado. Al pueblo suele encantarle creer que los que le mandan son unos degenerados.

Tiberio se volvió completamente paranoico y no dispuso nada para garantizar una sucesión pacífica. Los únicos candidatos serios para sucederlo eran su nieto Tiberio Gemelo y el hijo de Germánico, Cayo César, 'Calígula'. Según Tácito, la muerte del emperador fue recibida con entusiasmo entre el pueblo romano. En su testamento Tiberio delegaba en Calígula y en Tiberio Gemelo el reinado conjunto, pero lo primero que hizo Calígula fue asesinar a Tiberio Gemelo y hacerse con todo el poder.

No podemos extendernos sobre los reinados de Calígula y Claudio. El primero fue emperador desde el 16 de marzo del 37 hasta su asesinato ocurrido el 24 de enero del 41: cuatro años. Hijo de Agripina la Mayor, una de las 'mujeres fatales' del Imperio romano, su administración tuvo una época inicial marcada por una creciente prosperidad y una gestión impecable. No obstante, una grave enfermedad marcó un punto de inflexión en su modo de reinar. Según Filón, su enfermedad se debía ya a sus excesos. Cuentan algunos historiadores que en los últimos años de su corta vida estuvo envuelto en una serie de escándalos entre los que destacan mantener relaciones incestuosas con sus hermanas e incluso obligarlas a prostituirse. ¡Vale la pena recordar que, en otro momento histórico mucho más cercano, la prensa inglesa relataba que Bonaparte se había acostado con sus tres hermanas y con su hijastra y cuñada Hortensia de Beauharnais! El 24 de enero del año 41 Calígula fue asesinado por los ejecutores de una conspiración de pretorianos y senadores liderada por su prefecto Casio Querea. El deseo de algunos conspiradores de restaurar la República se vio frustrado cuando los pretorianos declararon emperador al tío de Calígula, Claudio, el mismo día del asesinato. Lo primero que hizo Claudio fue hacer ejecutar a los asesinos de su sobrino.

Una época de paz

Tiberio Claudio, nacido el año 10 a. C., gobernó desde el 24 de enero del año 41 hasta su muerte en el año 54. Había permanecido apartado del poder por sus deficiencias físicas —cojera y tartamudez— hasta que su sobrino Calígula, tras convertirse en emperador, le nombró cónsul y senador. Tras la muerte de Calígula, Claudio era el único hombre adulto de su familia. Este motivo, junto a su aparente debilidad y su inexperiencia política, hicieron que la guardia pretoriana lo proclamara emperador pensando que sería un títere fácil de controlar. Sin embargo, pese a sus taras físicas y su falta de experiencia política, Claudio fue un magnífico gobernante y estratega militar, además de ser querido por el pueblo hasta su muerte por envenenamiento. Casi todos implicaron en el crimen a su última esposa, Agripina, la madre de Nerón, como instigadora. Durante su reinado el imperio atravesó su periodo de mayor expansión mediante la anexión de las provincias de Tracia, Nórico, Panflia, Licia, Judea, Mauritania y Britania. Claudio se tomó también muchas molestias para agradar al Senado. Con todo, sus relaciones con él nunca fueron plácidas, y Suetonio afirma que un total de 35 senadores y 300 caballeros fueron ejecutados por diferentes delitos durante su reinado. Lo popularizó 'Yo, Claudio', una serie de trece episodios de la BBC basada en dos novelas de Robert Graves.

La vida amorosa de Claudio fue poco usual para alguien de la alta nobleza en aquellos tiempos. Basándose en un comentario de Suetonio, Edward Gibbon afirma que de los primeros quince emperadores, "Claudio fue el único cuyos gustos sexuales eran completamente correctos", en el sentido de que fue el único que no mantuvo relaciones homosexuales o pederastas, pero la vida privada de Claudio fue poco afortunada. Se casó en cuatro ocasiones. En el año 38 lo hizo por tercera vez con Valeria Mesalina, de 15 años, que era su sobrina segunda, de la que tuvo una hija, Claudia Octavia, y su primer hijo varón, Tiberio Claudio, llamado 'Británico'. Tras hacer ejecutar a Mesalina por adulterio, volvió a casarse con su sobrina Agripina la Menor, hija de la Mayor. Agripina era una de las pocas descendientes que quedaban de Augusto, y su hijo, Lucio Domicio Enobarbo, más tarde conocido como Nerón, uno de los últimos varones de la familia imperial.

Pero a pesar de todo ello, el imperio siguió funcionando notablemente bien. La figura de Nerón encaja a la perfección en esta época de paz y tranquilidad generalizadas que constituye, según la describe Ettore Paratore:

"El auténtico aspecto de la historia de Roma bajo la dinastía Julio-Claudia que el arte de los 'Anales' de Tácito ha tenido el efecto de presentarnos como una orgía continua de delitos y horrores que parecen negar cualquier noción de civilidad. Si no fue una edad ciertamente gloriosa por acontecimientos heroicos y conquistas clamorosas, merece un respeto por haber sabido asegurar una paz relativa en el imperio y, en consecuencia, la prosperidad del comercio, el incremento de la civilización en muchas regiones y un progreso notable de la cultura, cuyos frutos se apreciarán en la edad siguiente, la de los Flavios".

En el mismo sentido se manifiesta otra gran conocedora de la época, Mary Beard:

"Si Cayo (Calígula) o Nerón o Domiciano fueron, en realidad, tan irresponsables, sádicos y dementes como los han pintado, muy poco o nada afectó al funcionamiento de la política y la economía del Imperio romano, que operaba al margen de las anécdotas y los titulares. Bajo los relatos escandalosos y las historias de sodomía, hubo una estructura de mando sorprendentemente estable durante todo el periodo".

De ambas opiniones —coincidentes— resulta que, desde la subida al poder de Tiberio hasta la muerte de Nerón y sus tres 'apéndices', el Imperio romano funcionó a dos niveles gracias a las sabias instituciones que Julio César y Octavio Augusto habían sabido crear o reparar. El círculo del emperador —con sus complicados problemas familiares—, sus relaciones —por lo general tensas— con el Senado y la fidelidad variable de la guardia pretoriana daban lugar a enfrentamientos graves y episodios de violencia en la cúspide del Estado, pero completamente al margen del 'día a día' del imperio. En cuanto al pueblo, esa 'plebs' urbana cuya exigencia principal se centraba en que no le faltara 'panem et circenses', actuaba sentimentalmente y según la azuzaban los 'activistas' de uno u otro bando, unas veces rechazando a los que mandaban (Tiberio, Calígula) y otras aclamándolos (Claudio, Nerón) cuando tomaban medidas que les favorecían o ellos mismos les caían en gracia. Tal fue el caso de Nerón, "el emperador del populacho" según lo definió el clásico André Piganiol. La población de las provincias, compuesta por terratenientes medianos, campesinos, pequeños industriales y pequeños comerciantes, se mostró siempre mucho más segura, sensata y confada que la variopinta masa que habitaba en la capital porque, lejos de la ciudad de Roma, tanto el malestar que con tanta frecuencia afloraba en la cúspide imperial como los efectos de la generosidad, la avaricia y las arbitrariedades del 'princeps' de turno les llegaban 'diluidos' y se notaban mucho menos.

Los autores

Pasemos ahora a los autores que se ocuparon de Nerón. Publio Cornelio Tácito (55-120) era del orden ecuestre, entró a formar parte del Senado en 78, y su carrera fue la de un alto funcionario "abrumado de honores", procónsul temporalmente en Asia. Sus dos grandes obras históricas fueron las 'Historiae' (que tratan del periodo reciente, desde la muerte de Nerón a la de Domiciano) y sus dieciséis o dieciocho libros de 'Annales', aparecidos a partir de 115-117, en los que se ocupa de la dinastía Julio-Claudia y que quería prolongar hasta Nerva y Trajano, pero no tuvo tiempo. Tácito heredó la psicología moral de Séneca y las curiosidades eruditas de la generación precedente, por lo que sentía una admiración libresca por el pasado —mitificado— de la Roma republicana.

A la reforma 'socializante' de los Gracos, iniciada hacia 133 a. C., siguió casi un siglo de guerras civiles entre los 'optimates' (los ricos) y los 'populares' (los pobres) que ensangrentó Italia con episodios de una crueldad singular. Vino a poner fin a esta sanguinaria etapa la victoria del dictador Sila, líder de los 'optimates' (para los historiadores marxistas el hombre más despiadado de toda la historia de Roma, al que nadie ha tildado de loco y que murió en la cama y alabado por todos), que a tantas muertes y prescripciones dio lugar, a la que siguió la muy convulsa de los dos triunviratos que hicieron posible a Augusto y el imperio.

Tácito se documentó bien. Conoció la corte del emperador Domiciano, en la que los menores indicios debían ser interpretados como pruebas condenatorias y se castigaban con la muerte. De ahí su extremado refinamiento y pesimismo. Como ha escrito Jean Bayet, "Tácito cree con mayor fuerza en el mal que en el bien y el conjunto de su obra se caracteriza por una acritud terrible. […] El alma misma de las masas es analizada en sus movimientos cambiantes y el historiador impone al lector su interpretación amarga de toda una época". Con ello, además, pretende resaltar la bondad de los primeros Antoninos: Nerva y Trajano. Para el trágico Racine, Tácito fue "el mejor pintor de la antigüedad". En efecto, su obra tiene mucho de barroco y no solo en su lenguaje enrevesado, pues la caracterizan fuertes contrastes entre vicio y virtud y entre sombra y luz. En sus manos, la historia se transformó en una documentación psicológica y, al mismo tiempo, en la expansión de su propia personalidad.

Muy distinta se nos muestra la personalidad de Cayo Suetonio Tranquilo (75-160). Fue un protegido de Plinio el Joven y secretario del emperador Adriano, pero, caído en desgracia, se dedicó a escribir tratados sobre muchos temas que se han perdido, por lo que, más que de un historiador, cabe hablar de un enciclopedista que escribe para un público amplio. Solo nos han llegado completas sus 'Vidas de los doce césares', en ocho libros, que van de Julio César a Domiciano y que se publicaron hacia 120, el mismo año de la muerte de Tácito, aunque no es imposible que este las conociera ya. Es el narrador impasible —frente al apasionado Tácito— a la manera de Flaubert o Maupassant. Se muestra muy moderno porque explica el carácter de los hombres por la herencia y la recíproca interacción de los planos físico y moral. También narra los hechos desde el punto de vista aristocrático, y no es parco a la hora de acumular sospechas, crímenes y abominaciones sobre las figuras retratadas.

Entre uno y otro legaron a la posteridad una imagen probablemente distorsionada de Nerón. Ya hemos visto lo que Flavio Josefo comenta sobre sus relatos. En ambos hallamos a un Nerón asesino de parientes para mantenerse como emperador, un 'princeps' eliminador de conjurados, en cuyo caso cabría decir que actuaba en defensa de su propia vida, un histrión aficionado convencido de su talento artístico que le lleva a exhibirlo no solo en su círculo sino en los teatros más importantes de Italia y Grecia (en una vila cerca de Pompeya se ha conservado un fresco que se cree que representa a Nerón, disfrazado de Apolo, cantando o recitando al son de su lira), un deportista que se jactaba de su dominio del carro y participaba en carreras que procuraba ganar, y finalmente un depredador sexual que se entregaba como Calígula a toda clase de orgías obscenas en las que, cuentan, no respetaba el tabú del incesto. Esta última acusación, que comparte con Calígula, iba siempre acompañando cualquier ataque en desprestigio de los gobernantes porque, al referirse a actos que tenían lugar en la intimidad, resultaba muy difícil presentar pruebas en sentido contrario.

En sus amores no desdeñó ninguno de los dos sexos, pero ello se corresponde con la mentalidad corriente sobre el sexo que se tenía en Roma y que desconocía las categorías modernas de 'heterosexual' y 'homosexual'. En su lugar, la característica diferencial era actividad versus pasividad, o penetrador versus penetrado, equivalente a los términos modernos de 'activo' y 'pasivo'. Los romanos creían que los hombres debían ser los participantes activos en todas las formas de actividad sexual. La pasividad masculina simbolizaba pérdida de control, la virtud más preciada en Roma. Era social y legalmente aceptable para los hombres romanos tener sexo tanto con mujeres como con hombres prostitutos o esclavos, siempre y cuando el hombre romano fuese el activo. Un hombre que disfrutaba siendo penetrado era llamado 'pathicus' o 'catamita' o 'cinaedus', duramente traducido como 'pasivo' en sexología moderna, y era considerado como débil y femenino.

A Nerón se le conocen tres amantes masculinos. Destacan Esporo y Pitágoras. El primero funcionaba como pasivo. El joven llamó la atención del emperador por su parecido físico con su difunta esposa Popea Sabina hasta el punto de que se unió a él en matrimonio tras ordenar su castración. Pitágoras, liberto del emperador, en cambio, funcionaba como activo: le llamaban Doríforo, 'el portador de la lanza', y por algo sería. Nerón celebró con él una boda solemne después de la cual «la novia imperial» imitó los gritos y gemidos de las vírgenes cuando son forzadas. El tercero fue Aulo Plaucio, hijo de un militar que dirigió la conquista romana de Britania en el año 43, del cual poco se sabe. Claro que hoy, con el movimiento LGTB y los Gay Pride a toda marcha, nada de lo contado sobre la actividad sexual de Nerón por los 'anticuados' Tácito y Suetonio llama especialmente la atención. Más todavía: hoy no nos cuesta imaginar al emperador en cualquier ciudad de Occidente vestido de drag queen y montado en una carroza con sus amantes Esporo y Pitágoras repartiendo caramelos entre las aclamaciones de la multitud. Está claro que para ciertas cosas Nerón nació demasiado pronto.

Asesino de su madre

En cuanto a su intervención en la muerte de Agripina, parece indudable, pero esta señora había demostrado sobradamente constituir un auténtico peligro público y había hecho envenenar a Claudio, padre adoptivo de Nerón. Es posible que Nerón se viera como Orestes, que mató a su madre Clitemnestra para vengar a su padre Agamenón y, finalmente, fue absuelto en el areópago por la mismísima Palas Atenea. ¡Era muy aficionado al teatro y seguro que se sabía la 'Orestíada' de memoria! Su culpabilidad en el incendio de Roma ha sido puesta en duda por muchos que defienden que se trató de un fuego fortuito (como el de Londres de 1666) e incluso historiadores que le son adversos reconocen que hizo cuanto pudo para paliar sus efectos sobre la plebe. También parece probado que, cuando se produjo, no estaba en Roma. En cuanto a su derroche a la hora de construir y ampliar la famosa Domus Aurea, baste decir que en cuanto el burgués ahorrador que fue Vespasiano se hizo con el poder y llegó a Roma, lo primero que hizo fue trasladarse ahí.

Queda en pie la acusación de que fue el primer emperador en perseguir a los cristianos, pero algunos sostienen que se trata de una interpolación posterior en los textos. No hay que olvidar que a lo largo de la Edad Media los textos clásicos se copiaban una y otra vez en los monasterios. Sea como fuere, en tiempos de Nerón pocos cristianos debía de haber en Roma pues se calcula que eran unos trescientos mil en todo el imperio, la mayor parte de los cuales se hallaban en Oriente. La primera persecución de cristianos de la que tenemos noticias fidedignas es la que tuvo lugar en Lyon en el año 177 bajo el emperador-flósofo Marco Aurelio, y parece que fue precedida de notables alteraciones del orden público y dio lugar a 48 mártires.

La tendencia a atenuar los rasgos más negros de la figura de Nerón aparece ya en textos antiguos como el citado de Flavio Josefo. En la actualidad, Mary Beard reconoce que una serie de historiadores modernos (como Mario Attilio Levi o Ettore Paratore) han presentado a Nerón en particular más como una víctima de la propaganda de la dinastía burguesa de los Flavios, que empezó con Flavio, su sucesor, que como un pirómano egocéntrico y asesino parricida al que se le atribuye el gran incendio del 64 para despejar terrenos con los que ampliar su Domus Aurea. Pero el primer defensor decidido del 'monstru'» fue nada menos que el milanés Gerolamo Cardano (1501-1576), brillante médico, matemático, astrólogo y estudioso del azar. A él se debe, entre otras intuiciones brillantes, la solución de las ecuaciones cúbicas. En su obra 'Encomium Neronis' (1562) Nerón deja de ser el tirano loco descrito en las páginas de Tácito y de Suetonio y se convierte en el modelo del 'optimus princeps'. Esta metamorfosis deriva de una revisión radical del juicio sobre el principado de Nerón, del que da una versión alternativa a la de la tradición e inmediatamente utilizable en las polémicas políticas del momento en que fue escrita. En el texto de Cardano las reflexiones sobre el pasado se entrecruzan con la esfera del presente y el juicio histórico se transforma continuamente en un juicio político sobre la actualidad. Cardano tuvo serios problemas con la inquisición de Bolonia, perdió su puesto de profesor en Pavía debido a numerosas calumnias de sus enemigos y su hijo Giovanni Battista fue torturado y decapitado en Milán acusado de haber envenenado a su esposa. Finalmente, se le prohibió escribir.

Su propia historia le hizo profundamente suspicaz frente a la justicia y los 'justicieros' como Tácito y Suetonio, y su obra, que bien merecería una traducción al español, es un alegato en defensa de Nerón que empieza con una descalificación de sus biógrafos (¿por qué no cuentan que Tito arrojó en un solo día a la arena del Coliseo a mil judíos desarmados, en su mayoría mujeres y niños, para que fueran pasto de las feras, si hay que creer a Josefo?). A continuación, va desgranando una por una todas las acusaciones dirigidas contra el emperador músico y «demostrando» su falsedad. Sea como fuere, el caso de la presunta maldad de Nerón sigue abierto y es posible que nunca se llegue a cerrar del todo. ¿Fue pues Nerón el monstruo que pintaron los primeros autores de la llamada patrística basándose en fuentes favianas y antoninas, en el mejor de los casos exageradas, y que se refeja en el cine religioso de Hollywood, o fue el casi flántropo que dibuja Cardano y que hasta admiró el mismo Napoleón? Quizá ni lo uno ni lo otro: a veces, 'veritas in medio'.