Carlos M. Aguirre www.classicsathome.com 15/07/2018

Cuenta Suetonio que era ésta una de las frases favoritas del emperador Augusto, quien solía citarla en su versión original griega: σπεῦδε βραδέως.

El hombre civilizado siempre se ha sentido presa de lo urgente; el recuerdo -quizás la memoria genética o el subconsciente colectivo- de los tiempos felices en que la humanidad era niña y vivía en armonía con la naturaleza, es un anhelo constante que ya sintieron los clásicos. Pero en las grandes ciudades, desde Roma a Constantinopla, desde Shangai a Nueva York, todo nos empuja a la urgencia, a la precipitación, a la prisa.

Desde que abandonamos aquella edad de oro, alabada por místicos y poetas, dio comienzo un proceso de aceleración histórica tan desbocado en el mundo actual que no pocas veces nos asalta el temor de que su final acompañe al de la misma cultura que lo ha provocado.

En una de sus más bellas obras, Aurora, el filósofo alemán Federico Nietzsche nos recuerda que la filología es amiga de la lectura pausada: “un arte venerable que exige mantenerse al margen, tomarse tiempo, hacerse lentos.”

No debemos entender esta reflexión en el lamentablemente sentido literal que hasta hoy se practica en nuestros Institutos y Universidades donde los alumnos se devanan los sesos durante semanas para traducir penosamente unos párrafos de Jenofonte o de César, autores de un nivel en teoría “fácil” pero para el que, evidentemente, no están preparados.

La lectura de los clásicos debe ser la culminación del proceso de aprendizaje de la lengua, y ese proceso no es cuestión de un par de semanas ni tan siquiera de algunos meses. Es un trabajo que requiere el esfuerzo y dedicación de años. Nosotros defendemos la aplicación de métodos naturales y activos no porque sean más rápidos sino porque son más eficaces. 

Trabajar bien el primer volumen del método Lingua Latina per se Illustrata, incluso en las condiciones más óptimas, debería llevar un mínimo de dos cursos escolares dedicándole varias horas de estudio semanal. Y sólo entonces será cuando empecemos a estar preparados para enfrentarnos a textos originales. ¿Quién ha hablado de prisa?

El proceso de aprendizaje de las bases léxicas y gramaticales que nos permitirá enfrentarnos con éxito a los textos originales es en sí mismo enormemente enriquecedor. A la vez que aprendemos latín o griego, aprendemos etimologías, cultura, historia, arte, descubrimos todo un mundo de ideas y de pensamiento del que somos herederos pero que a la vez se nos presenta como nuevo y fascinante. Quienes defienden que solo a partir del momento en que se comienza a traducir textos originales el estudio del latín y el griego tiene sentido son los que verdaderamente no entienden nada del verdadero valor que reside en el aprendizaje de las lenguas clásicas.

Sólo cuando un alumno ha adquirido un vocabulario mínimo de unas dos mil palabras y está perfectamente familiarizado con todos los tiempos y modos verbales de la lengua será posible enfrentarle a textos originales, a los mal llamados “autores fáciles”. Quien piensa que esto es posible en unos pocos meses, incluso después de solo un curso, es quien realmente es víctima de las prisas.

Porque incluso cuando ya creamos estar preparados para leer a César, a Virgilio, a Homero o a San Lucas, deberemos seguir avanzando despacio.

La lectura de los clásicos, como decía Nietzsche, nos enseña a hacernos lentos: los autores antiguos escribían para que se les leyese en voz alta, para que prestáramos oídos al ritmo del lenguaje y reflexión al sentido de sus palabras.  No se puede leer a Tito Livio como quien lee el último bestseller inspirado en las campañas de Hanibal.

Hoy tengo la fortuna de poder leer a los clásicos con mis alumnos de nivel superior con quienes he trabajado durante tres cursos la gramática básica y hemos adquirido el vocabulario suficiente para ello. Leemos a los clásicos sin necesidad de emplear diccionario ni traducciones de ningún tipo. Mantenemos un diálogo vivo con esos autores. Y sí: leemos despacio.

En una hora y media de clase quizás leamos solo dos o tres páginas, pero las disfrutamos de verdad; reflexionamos sobre el sentido de cada frase, sobre la belleza de la sintaxis. Apreciamos la diferencia entre el estilo de un literato y la sencilla sintaxis a la que estabámos acostumbrados en los textos preparados para el aprendizaje. Discutimos sobre aspectos que para los lectores antiguos eran evidentes y que a nosotros se nos escapan en una primera lectura. Y después tratamos de parafrasear el texto, de resumirlo en la misma lengua en que está escrito para así ejercitarnos y memorizar de la mejor forma posible el vocabulario y las estructuras nuevas con que nos hemos topado.

Éso sí es una auténtica gimnasia del espíritu. Así sí que los clásicos, como quería Nietzsche, nos enseñan a mantenernos al margen, a tomarnos el tiempo preciso, a hacernos lentos.

Termino citando las palabras que me dedicó hace unas semanas uno de mis alumnos y en las que, para mi gran alegría, vi reflejado ese ideal que he tratado de expresar en este texto:

Carlos, le tue lezioni diventano momenti di grande arricchimento. In una società dove tutto va veloce e tutto si consuma rapidamente, le nostre lezioni di latino sono un momento di calma, una finestra che si affaccia su una mondo affascinante, da osservare e da esplorare con passione. (Matteo Bellardi, alumno de Latín de Nivel Avanzado de Classics at home).

FUENTE: https://blog.classicsathome.com/2018/07/festina-lente.html