Ángel Morillo y Carmen Fernández Ochoa | Museo Romano Oiasso www.oiasso.com 18/08/2009
La navegación atlántica en los textos clásicos.
El Océano fue para los hombres de la Antigüedad un territorio caótico e indefinido, cercano a la irrealidad, repleto de resonancias míticas y fantásticas, donde el sol desaparecía cada día, un finis terrae. Más allá del Estrecho de Gibraltar, escenario de las hazañas míticas de Hércules y Perseo, y de Gadir (Cádiz), extremo del oikouméne o mundo conocido y puerta hacia lo desconocido, se encontraban paraísos perdidos, como el Jardín de las Hespérides, la Atlántida platónica o las Islas de los Bienaventurados.
El propio Homero, y los poetas griegos arcaicos, como Hesíodo, Píndaro y Estesícoro, crean una imagen de ficción y misterio, que apenas pueden despejar los historiadores posteriores (Gómez Espelosín, 1999: 64). Heródoto muestra su desconocimiento del Atlántico, señalando tan sólo la presencia de las islas Casitérides (de “kassíteros”, estaño en griego), de donde procedía este metal. Siglos más tarde, Estrabón amplía nuestra información sobre dichas islas, señalando que eran diez y que se situaban en alta mar, al norte del puerto de los ártabros (Brigantium-La Coruña).
La existencia de las Casitérides sigue moviéndose dentro de las referencias fabulosas de los literatos griegos. La imprecisión respecto a su ubicación concreta, que se ha querido buscar tanto en la costa gallega como en las Islas Británicas, regiones ambas ricas en estaño, e incluso en la Bretaña francesa, impide conocer el alcance real de las navegaciones mediterráneas en aguas del Atlántico norte en época arcaica. Sin embargo, lo reiterado de las alusiones en los textos clásicos a estas islas nos lleva a considerar seriamente la existencia de visitas e intercambios comerciales oceánicos ya a partir de un momento muy antiguo, que debemos remontar al periodo comprendido entre los siglos VIII y VI a. C., y que cristalizarían en una hipotética ruta marítima fenicia hacia las fuentes septentrionales del estaño. Esta ruta estaría avalada por los hallazgos fenicios y púnicos en la fachada atlántica de la Península Ibérica, que se remontan al siglo VI y son especialmente abundantes a partir del siglo IV a. C., (Naveiro, 1991: 130-131; Millán León, 1998: 160-175).
El aumento de la documentación arqueológica en la fachada occidental de la Península a partir del siglo IV a. C. confirma la intensificación del comercio mediterráneo en este periodo, que tuvo que ir acompañado necesariamente por un incremento de los viajes exploratorios, de los que nos han llegado escasas noticias literarias y todas ellas indirectas. Pero los periplos más conocidos son los de Himilcón y Piteas, de los siglos V y IV a. C. respectivamente, que se enmarcan también dentro del interés púnico por alcanzar las Casitérides (Millán León, 1998: 173-175).
Ángel Morillo (Universidad Complutense de Madrid)
Carmen Fernández Ochoa (Universidad Autónoma de Madrid)