Jacinto Antón | Barcelona www.elpais.com 25/03/2010
El Museo Marès, en obras, cataloga sus colecciones del mundo antiguo.
«Este es el método infalible para saber si una escultura es buena: cuando la mano se te va hacia ella, cuando tienes la irresistible tentación de acariciarla». La fórmula la ofreció el martes una gran especialista en antigüedad y mármoles, la doctora Isabel Rodà, directora del Instituto Catalán de Arqueología Clásica (ICAC). Ante un nutrido público congregado en el patio del Museo Frederic Marès de Barcelona —a la sazón cerrado por obras— con motivo de la presentación del voluminoso (¡340 páginas!) catálogo razonado del extraordinario fondo de escultura y colecciones del mundo antiguo del centro, la arqueóloga, una de las artífices del trabajo y para ejemplificar éste, examinó en directo un maravilloso busto de un personaje romano. «Se había resistido hasta ahora», dijo la estudiosa, «y, por fin, hemos conseguido sacarle jugo».
Rodà se aproximó a la escultura, a la que se veía reciamente feliz, con toda seguridad porque a diferencia de muchas de sus hermanas y primas de otras épocas, afectadas todas por las actuales obras de reforma del museo, que no acabarán hasta la primavera de 2011, no estaba tapada por un asfixiante sudario de plástico protector. Por cierto, pasear entre ellas, las esculturas, resguardadas en el almacén mientras se reforma el primer piso, es una insólita experiencia fantasmagórica, con algo de la escena capital de Blade runner: vírgenes empaquetadas, santos barrocos con caperuzas transparentes, cristos cuyos clavos emergen del envoltorio…
«Acerquémonos», continuó Rodà situándose a distancia de tango con el romano. «A las personas y a las esculturas hay que mirarlas a los ojos, eso dice mucho. Es un retrato magnífico, en mármol excelente, del pentélico o de Carrara, la obra de un artistazo. Este cuello, estos esternocleidos tan marcados», señaló mientras la escultura parecía hacer esfuerzos por mantenerse impasible, «transmiten vigor y poder. Sientan su fuerza. Aquí hay un gran personaje. ¿Quién podría ser? Si había más de una copia es que era alguien importante. En este caso tenemos cinco: poca broma, era famoso». Desovillando hacia atrás la pesquisa, la estudiosa explicó que de las otras cuatro esculturas, «dos, las conservadas en el Louvre y la gliptoteca de Copenhague, son romanas seguro, con las otras, en Inglaterra y Roma, hay dudas. Nuestro retrato del Marès, al que proyectamos reunir aquí en una futura exposición con los otros, se parece mucho al del Louvre. Nuestra conclusión es que se hizo a partir de aquel y teniendo delante el original». Tras explicar que el busto es una extraordinaria copia renacentista (en función del trabajo pastoso del cabello y los labios y del hiperrealismo: la escultura de mármol es imposible de datar si no es por características formales o contexto arqueológico) y clarificar que se mantiene entre la colección de antigüedades por su calidad de estar hecha «a la manera antigua», Rodà desveló al personaje: ¡tachán!, Marco Licinio Craso, colega de César y Pompeyo y coautor de la derrota de Espartaco («Kirk Douglas», aclaró la arqueóloga). Craso «acabó mal, en el 53 antes de Cristo, muerto en la guerra con los partos, cuando aún no existía Barcino». Un suspiro pareció escapar del auditorio en el patio gótico y todos nos quedamos mirando los nobles rasgos del triunviro y pensando en el sic transit.
La pormenorizada explicación sobre la escultura del romano ilustra perfectamente el nivel del estudio del catálogo, obra coral de 10 autores que pone de relieve una de las secciones menos conocidas y valoradas del museo, la de «mundo antiguo». La directora del centro, Pilar Vélez, recuerda que Marès añadió las esculturas romanas, exvotos ibéricos, terracotas helenísticas, figuritas de bronce, fíbulas, lucernas, relieves en hueso y otro material de la antigüedad como «preámbulo» de su colección, en la que destaca la escultura del XII al XX. Ese preámbulo se compone nada menos que de medio millar de objetos. Detrás de cada uno de ellos, reunidos, recalcó Vélez con criterio de coleccionista y no de arqueología o de Bellas Artes, hay una historia, que muchas veces ha habido que reastrear con ánimo detectivesco.Entre las piezas, obras absolutamente maestras, como el retrato de Augusto, de época de su sucesor Tiberio, procedente de un taller de Tarraco. También la Dama togada del siglo I, que se ha identificado como Agripina la menor y que tuvo el placer de estar en la torre de los Güell en Pedralbes (hoy el Palau Reial)hasta 1919 —luego apareció en el Rastro de Madrid, donde la adquirió Marès en 1967—. O el precioso grupo de dos posibles ninfas del siglo II, ligeritas de ropa y con marmóreos pechos, que piden, ellas también, caricias a gritos.