José Miguel L. Romero | Ibiza www.diariodeibiza.es 17/05/2013

Veinte años después de la última excavación submarina, los arqueólogos vuelven a investigar el pecio romano del Grum de Sal.

El arqueólogo submarino Marcus Heinrich Hermanns se sumergirá en octubre en aguas de sa Conillera para estudiar el pecio del Grum de Sal, una nave romana del siglo I después de Cristo que fue descubierta en 1960 y desvalijada en los años siguientes. Además de la investigación histórica, este proyecto lleva aparejada la recuperación de los 2.000 m2 de pradera de posidonia que los arqueólogos destruyeron en las excavaciones de 1962 y 1963.

«Para ser sincero, no me aclaro con el plano del pecio que se hizo en el año 1991», confiesa, mientras se encoge de hombros, el arqueólogo submarino Marcus Heinrich Hermanns. No le cuadran ni la disposición de los baos (maderas que, colocadas de trecho en trecho de un costado a otro del barco, sirven para sostener las cubiertas) ni de los entremiches (otra pieza del esqueleto del barco) de esa nao romana del siglo I después de Cristo que descansa a 23 metros de profundidad en el Grum de Sal, un fondeadero situado a medio centenar de metros de sa Conillera que ya se utilizaba en tiempos de los fenicios: «Me gustaría destaparlo por completo –lo envuelve una capa de arena– para verificar el plano y concretarlo desde el punto de vista arqueológico, intentando obtener respuestas a preguntas como qué es eso», señala este alemán nacido en Mönchengladbach hace 39 años pero «medio ibicenco». «Mig i mig», añade para que no quede lugar a dudas.

A mediados del próximo mes de octubre se enfundará el traje de neopreno y junto a otros dos científicos teutones intentará encontrar respuestas a todo lo que le intriga, entre otras cosas esos entremiches situados (según aquel plano) entre las cuadernas. Le llaman la atención porque «no tienen parangón». Es decir, son únicas: «Las he buscado en otros pecios de esa época y no he encontrado nada igual. Son como una separación de algo: me gustaría saber de qué. Luego hay unos cuadraditos, maderas gruesas que podrían ser baos, pero que, en esa situación, como baos no tienen sentido», comenta enigmático.

Una historia «un poco movida»
El plano que tanta confusión crea a este científico del Deutsches Archäologisches Institut (Instituto Arqueológico Alemán) en Madrid, del que es en la actualidad responsable de su biblioteca, fue dibujado entre 1991 y 1992 durante unas catas promovidas por el Ministerio de Cultura y por el Govern balear para documentar la zona y, sobre todo, ese peculiar buque romano, cargado de ánforas rebosantes de apestoso garum, que se cree que navegaba por el Atlántico y en el que, entre dos cuadernas, fue hallada una enigmática piña: «Se hizo un levantamiento topográfico, una planimetría de lo que quedaba de la embarcación, además de la pequeña ensenada, que era un fondeadero prerromano, romano e, incluso, musulmán», explica Hermanns. Fue la última vez que se removió, oficialmente, la arena que cubría lo que, en palabras del arqueólogo, es un yacimiento «con una historia un poco movida».

Y no es para menos. Se descubrió en 1960 durante unas prospecciones oficiales que hizo el barco de bandera británica ´Pagan II´, pero en cuanto se divulgó su existencia comenzó su saqueo sistemático. Antes de que fuera totalmente esquilmado, fue autorizada una excavación submarina a Benito Vilar Sancho, un médico y submarinista aficionado que sufragó los costes. Lo hizo en los veranos de los años 1962 y 1963 bajo la supervisión del entonces director del Museo Arqueológico, José Mañá de Ángulo. El problema de aquella excavación realizada hace justo medio siglo es que dejó una huella imborrable: para trabajar a gusto, los buzos arrancaron de cuajo toda la pradera de posidonia que había sobre y alrededor del pecio. Pasados 50 años, la calva continúa tal cual. Ni un brote de posidonia ha conseguido enraizar, una prueba más de la dificultad que tiene esa planta para rebrotar donde las anclas la arrancan.

Para entender ese plano dibujado hace dos décadas, Hermanns quiere destapar la pieza entera, ahora enterrada bajo un lecho de fina arena blanca: «Así podré ver cuál es su curvatura y me podré hacer una idea de dónde podía estar la quilla. Una vez detectada esta, como el casco de los barcos siempre tiene una forma simétrica, por la hidrodinámica, me podré hacer una idea de cómo podría encajar esa pieza aislada». Quiere respuestas a «por qué, para qué y qué es». Desea encajar ese plano «en el conocimiento de la arquitectura naval romana».

Una vez terminado el estudio, que incluirá la búsqueda de restos en los alrededores (por si dejaron algo los expoliadores) y que durará una semana (o dos, según imponderables), Hermanns tapará el yacimiento con una capa de geotextil y colocará encima unos sacos de arena para protegerlo.

Tapar la calva
Ese proyecto arqueológico es paralelo a otro que intentará cubrir la calva creada hace cinco décadas. Hermanns se reunió la pasada semana con Arnaldo Marín, del departamento de Ecología de la Universidad de Murcia, y con Jorge Terrados, científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) e investigador del Imedea, para coordinar la reforestación de la pradera de posidonia. La calva es enorme: 2.000 metros cuadrados (solo la que hay alrededor del pecio, pues este quedará cubierto por la capa de geotextil), según Hermanns. La recuperación será a largo plazo. Hasta el mes de junio recogerán flores de posidonia en las playas, que intentarán que prosperen en el laboratorio. Ya en agosto prevén colocar «a cinco, 10, 20 y 25 metros» de profundidad un centenar de plántulas de posidonia. Y a cruzar los dedos. Tan delicada es la posidonia que ya prevén que de ese centenar de plántulas que colocarán en agosto solo sobrevivirán la mitad tras los temporales del invierno. Reforestar esa zona en una sola campaña «no es posible», según han comentado los biólogos al arqueólogo, de manera que deberán hacerlo progresivamente, año tras año, y mantener una vigilancia constante.

Un gusano que es una broma
En anteriores inmersiones, Hermanns detectó que la madera de la embarcación romana –que cree que debe medir unos 25 metros de eslora y unos siete de manga– está afectada por el Teredo navalis, la carcoma marina. Es un xilófago «muy devorador que se carga una embarcación entera de madera en dos años», advierte el arqueólogo. Su nombre vulgar no hace gracia a los arqueólogos: broma. Hermanns estará acompañado en las inmersiones por dos colegas de la sede berlinesa del Deutsches Archäologisches Institut que son especialistas en análisis dendrocronológicos (los que datan la edad de los árboles a partir de sus anillos): «Al ver la madera sabrán cómo tomar mejor las muestras. Es la primera vez que esto se hace a 22 metros de profundidad. Hay la posibilidad de hacerlo con un taladro a presión bajo el agua, pero dependiendo de cómo esté la madera, si está muy afectada por el teredo, no sería aconsejable. Si el taladro a presión va mal, siempre tenemos la opción del taladro manual. Como última opción, cortar con la sierra un trozo. Pero esto significaría afectar al yacimiento. Si no hay más remedio, deberá hablarse antes con el Consell».

FUENTE: http://www.diariodeibiza.es/pitiuses-balears/2013/05/17/calva-posidonia-2000-m2/621005.html