Sarah Birke | GlobalPost | Damasco (Siria) 20/05/2010

Apenas pasa una semana sin que haya un nuevo descubrimiento arqueológico en Siria. El reciente descubrimiento de Tel Zeidan, un asentamiento de Ubaid de entre los años 6000 y 4000 antes de Cristo, aportará pistas sobre la vida en la Mesopotamia temprana, y cerca de Aleppo se han hallado monedas del periodo helenístico. Pero los arqueólogos advierten que la herencia cultural de Siria está en peligro.

El año pasado la UNESCO, el cuerpo científico y cultural de la ONU, amenazó con quitarle el estatus de Patrimonio de la Humanidad a la Ciudad Vieja de Damasco por una falta de protección adecuada. Tanto ciudadanos de Damasco como agencias internacionales criticaron entonces los planes presentados para demoler varias zonas de importancia histórica del barrio de Al-Amara, el casco antiguo de la capital, para ampliar una carretera. Las protestas obligaron a dar marcha atrás en el proyecto y a una intensificación del diálogo con la UNESCO.

Los tesoros de la capital son el rostro más visible del problema. Ruinas remotas como las de Zalabiyya, parte de una fortaleza fundada por la reina Zenobia y posteriormente reforzada como un puesto avanzado del imperio Bizantino, apenas son visitadas y no tienen vigilancia. Un arqueólogo dice que había oído decir que los muros habían sido utilizados como lastre para la vía de ferrocarril entre Deir Ez y Zor.

“Somos muy débiles en la conservación de nuestro patrimonio”, afirma un sirio que trabaja en la zona. “Hay falta de experiencia y comprensión, y hasta hace poco una falta de interés que nos ha colocado por detrás de otros países en la región, como Egipto y Jordania”.

Si bien algunos lugares carecen de visitantes y de la atención adecuada, otros sufren precisamente de todo lo contrario. Palmira, una ciudad romana y el enclave arqueológico más conocido de Siria, está totalmente abierto y los visitantes pueden caminar por encima de las ruinas. En Apamea, otro vestigio romano con una amplia avenida de columnas, los vendedores venden a los turistas trozos de las ruinas.

“Aquí hay un problema: no hay vigilantes o especialistas en estos lugares, sólo un hombre en un caseta para cobrar la entrada”, afirma Greg Fisher, profesor asistente de Griego y Estudios Romanos en la Universidad de Ottawa (Canadá), que ha realizado amplias investigaciones en Siria. Esto permite el descuido y el robo de cualquier pieza que se deje en esos lugares, añade.

Negligencias aparte, la falta de conocimientos y de técnicas modernas de excavación significa que gran parte de los trabajos dependen de colaboraciones entre Siria y arqueólogos extranjeros. “Los esfuerzos locales se ven dificultados por el nivel de tecnología”, dice Fisher.

“La transferencia de conocimiento es esencial para Siria”, asegura Ali Esmaiel, presidente del Aga Khan Cultural Services en Siria, una organización que ha renovado tres lugares históricos en colaboración con el Ministerio de Cultura. Añade también que “hay además una necesidad de seguimiento, de asegurar que se descubren los lugares; de que se escavan cuando son descubiertos, y que cuando se escavan son conservados”.

Una falta de capacidad para la excavación es otra queja frecuente. Pero en este caso parte de la dificultad para Siria radica en la gran cantidad de lugares arqueológicos que hay en el país. El Directorio de Antigüedades, una sección del Ministerio de Cultura, calcula que hay cerca de 10.000, de los que sólo 3.000 han sido descubiertos. Para un país con otros problemas acuciantes, desde geopolíticos hasta de aumento de población, los trabajos arqueológicos no son una prioridad.

“Nada en mi experiencia se acerca a lo que ofrece Siria: Edad de Bronce, periodo helenístico, romanos, Islam… y todo lo que hay en medio”, dice Fisher. “Pero muchos lugares están en sitios remotos, se sabe poco de ellos y falta hacer excavaciones”.

Los arqueólogos han terminado trabajos importantes en Dura Europos y Rasafa, dos grandes lugares remotos, pero ambos guardan todavía un enorme potencial para continuar investigando y analizando. Pero todo esto requiere financiación, y la arqueología en todo el mundo (y más en los países en desarrollo) sufre actualmente de una falta de recursos.

Aún así, en Siria las entradas para estos lugares son muy baratas o son gratis: 10 libras sirias para los ciudadanos nacionales o estudiantes, y entre 75 y 150 libras para los extranjeros, un precio realmente bajo si se compara con el precio por acceder a las ruinas de Petra, en Jordania.

Las piezas que se desentierran también padecen las limitaciones de las instalaciones museísticas del país. “El Museo Nacional de Damasco es un gran ejemplo del problema”, afirma Fisher. “Los frescos de Dura Europos en el museo son alucinantes, mucho más que alucinantes, pero necesitan tener la humedad adecuada, control de la temperatura. Todo el museo necesita ser recatalogado; muchas piezas carecen de etiquetas y están desorganizadas”. Y las técnicas de excavación y de conservación pueden dañar piezas valiosas.

“He oído hablar de una costumbre terrible, que consiste en hacer agujeros en los mosaicos, insertar acero u otros soportes de metal y colgarlos en las paredes de los museos. Cuando llueve, esos soportes se oxidan y los mosaicos se decoloran. Y eso yo lo vi personalmente en Damasco en 2007”, se lamenta el experto en los yacimientos arqueológicos de Siria, Greg Fisher.