Los romanos disponían para los culpables de este crimen atroz, contrario a las leyes humanas y divinas, un castigo ejemplar, la poena cullei, que conllevaba una terrible y agónica muerte.
J. M. Sadurní www.historia.nationalgeographic.com.es 29/12/2022
El filosofo alemán Erich Fromm afirmó que «el ser humano es el único animal que se regodea haciendo daño a los de su propia especie». Y aunque en algunos casos esta afirmación pueda esconder cierta dosis de verdad, sobre todo si pensamos en algunos de los tremendos castigos que tradicionalmente se han aplicado a aquellos que han infringido las normas establecidas, las antiguas culturas y civilizaciones que los ejecutaron justificaron siempre su aplicación como defensa de los principios morales de la sociedad.
Y, en este aspecto, a lo largo de la historia, el ser humano ha demostrado tener una inagotable imaginación para idear castigos ejemplares. De hecho, algunas civilizaciones alcanzaron un enorme grado de sofisticación a la hora de idear penas de ejecución. Por ejemplo Roma. Uno de los castigos administrados por los antiguos romanos, y que resulta especialmente llamativo por su crueldad y, sobre todo, su singular puesta en escena, es el conocido como poena cullei (del latín, «pena del saco»), una pena que consistía en introducir al culpable en un saco en compañía de diversos animales vivos. El saco posteriormente se cosía y después era arrojado al agua. Pero ¿qué tipo de crimen era tan terrible como para merecer un castigo de estas características?
CASTIGO AL INDIGNO
Muchas cosas horrorizaban a los romanos, pero nada era tan terrible y contrario a las leyes humanas y divinas como el parricidio, un crimen indigno merecedor de un castigo ejemplar. Uno de los casos documentados más antiguos de la aplicación de la poena cullei data del año 100 a.C., aunque hay investigadores que creen que este tipo de castigo podría haberse producido incluso un siglo antes, cuando los acusados del delito de parricidio eran entregados a las familias deshonradas, y no a las autoridades, para que fueran ellas quienes se ocupasen de ejecutar la pena. La inclusión de animales vivos dentro del saco está documentada a partir de la época imperial, aunque en este caso solo se mencionan serpientes.
En el siglo II d.C., bajo el emperador Adriano, se documenta la forma más conocida de poena cullei que consistía en la introducción en el saco de un gallo, un perro, un mono y una víbora junto con el condenado. Pero al parecer no era esta la única modalidad de ejecución de los parricidas en esa época. Otra brutal forma de ejecución para este tipo de crimen era lanzar al acusado a las bestias en la arena del anfiteatro (damnatio ad bestias) o ser enterrado vivo. Un poco más tarde, en el siglo III d.C., la poena cullei cayó en desuso y no sería hasta la llegada del emperador Constantino cuando volvió a aplicarse aquel terrible castigo, aunque de nuevo únicamente con serpientes. Doscientos años después, en época de Justinano, la poena cullei volvió a ser la pena principal que sufrían a los parricidas, y volvieron a introducirse en el saco los tradicionales cuatro animales vivos.
De hecho, durante el Imperio bizantino la poena cullei fue eliminada como castigo en el código de la ley Basilika (ley imperial), alrededor del año 892 d.C. Aunque la historiadora estadounidense Margaret Trenchard-Smith señala en su ensayo Locura, exculpación y despojamiento que «esto no necesariamente denota un ablandamiento de la actitud. De acuerdo con la Sinopsis Basilicorum (una edición abreviada de la ley Basilika), los parricidas eran castigados a morir quemados vivos». Una pena no menos espantosa.
VARIAS INTERPRETACIONES PARA UNA MISMA PENA
Este singular castigo ha llamado desde hace tiempo la atención de los investigadores. Por ejemplo, ya en el siglo XIX, el historiador alemán Theodor Mommsen compiló y describió los diferentes «rituales» que se aplicaban al reo antes de ser introducido en el saco. Al parecer, el condenado primero era azotado o golpeado con lo que lo romanos llamaban virgis sanguinis y su cabeza se cubría con una bolsa hecha con piel de lobo. Se le colocaban unos zuecos o unos zapatos de madera y finalmente era introducido en el poena cullei, un saco hecho de cuero de buey en el que también se introducían varios animales vivos (los antes mencionados serpiente, gallo, mono y perro). Seguidamente, el reo era subido a una carreta tirada por bueyes negros y conducido hasta un arroyo o el mar, donde era lanzado, y él y sus acompañantes acababan de esta cruel manera sus días.
Por su parte, algunos autores antiguos han detallado algunos aspectos característicos que rodeaban el ritual de aplicación del poena cullei como por ejemplo Cicerón, que afirma en su obra De Inventione que la boca del reo era cubierta con una bolsa de cuero y no con una de piel de lobo. Cicerón también señala que la persona debía permanecer en prisión hasta que el saco donde tenía que ser introducido estuviese terminado. Hay historiadores que creen que el saco, culleus, en realidad era un gran odre para transportar vino de manera que, de haber sido así, podría haber estado listo en muy poco tiempo.
LA POENA CULLEI REINTERPRETADA EN LA EDAD MEDIA
Otro detalle bastante controvertido de todo este proceso es el que hace referencia al cómo y con qué instrumento se golpeaba al reo antes de ser introducido en el saco. En un ensayo publicado en el año 1920, The Lex Pompeia and the Poena Cullei, el filólogo estadounidense Max Radin afirmaba que los reos eran previamente golpeados hasta sangrar. Esta afirmación ha sido motivo de controversia, ya que algunos autores dicen se basa en una mala traducción de la frase «golpeado con varillas hasta sangrar», ya que en realidad podría ser que dichas varillas estuviesen pintadas de rojo y no rojas de sangre. Por otra parte, Radin también plantea que estas varillas podrían estar hechas con un determinado tipo de arbusto, ya que en algunas fuentes se ha documentado que los romanos pensaban que resultaba purificador golpear a un individuo con ramas de un tipo de arbusto en concreto.
Durante la Edad Media, como se cuenta en el libro de Las siete partidas (las leyes redactadas en Castilla durante el reinado de Alfonso X), parece que, sorprendentemente, la poena cullei volvió a practicarse durante un tiempo. Aunque posteriormente el condenado sufrió este castigo de manera simbólica: tras ser ejecutado, el reo era arrastrado en el interior de un saco y después su cadáver se introducía en un cubo lleno de agua que llevaba pintados un perro, un mono, un gallo y una serpiente. Asimismo, en el Sassen Speyghel (espejo sajón), el código penal más importante de la Alemania del siglo XII, el juez Johann von Buch afirma que la poena cullei es el castigo más apropiado para los parricidas. Pero no sería este su final. En 1548, en la ciudad alemana de Dresde se empleó un saco de cuero impermeabilizado con brea para que la agonía del reo durase más. Pasarían aún varios siglos hasta que la poena cullei fuese abolida. Sucedió en Sajonia, en un rescripto (Carta o Cédula Real que expide el rey a instancia y petición de alguna persona) datado el 17 de junio de 1761. Esta fecha sí representó el final de tan longeva e inhumana pena.