A.T. | Vilagarcía (Vigo) www.farodevigo.es 11/06/2010
El barco romano se encuentra a unos 25 ó 30 metros de la orilla, en la zona conocida como Punta Fradiño.
Todos los vecinos de Carril conocen a ciencia cierta dónde está el pecio romano cargado con valiosa cerámica y quién sabe qué más tesoros de la antigüedad romana. El barco se hundió a escasos 30 metros de la isla de Cortegada, frente a playa Batel, en la conocida como Punta Fradiño. Desde que se descubrieron los restos, en 1982, siempre hubo curiosidad por saber qué se esconde bajo la loma de arena que cubre una nave, cuyos restos fueron vistos por varios testigos, entre ellos Augusto Barreiro y también Antonio Fernández, aquel 15 de julio de hace 28 años.
Los expertos en arqueología van a estar de suerte en el momento en que se reflote el barco romano hundido en el siglo IV frente a la costa de la isla de Cortegada pues muchos testigos aseguran que se conserva parte de la estructura de madera aunque se encuentra en unas condiciones de avanzado deterioro por el transcurso del tiempo y su contacto permanente con el agua.
Los carrilexos creen que si hay empeño de Patrimonio y del parque nacional Illas Atlánticas, el pecio y su contenido puede recuperarse con cierta facilidad, sobre todo gracias a la proximidad con zonas de tierra.
Tanto la persona que descubrió la nave, Juan Augusto Barreiro, como otros vecinos de esta parroquia vilagarciana, aseguran que el barco se hundió con prácticamente todo el cargamento, sobre todo ánforas, lujosas vajillas y muchas losas de piedra, cuya función todavía está por determinar.
Tras 28 años del hallazgo podría estar más cerca la resolución de este enigma de Cortegada que en principio parece que todavía está a salvo del expolio, aunque el valor de los productos existentes sea incalculable.
Baste con recordar que sólo las ánforas son objetos muy codiciados en el mercado negro de antigüedades y se estima que en Marsella podrían llegar a pagarse hasta 12.000 euros por una vasija en buenas condiciones.
Precisamente, en el Museo de Pontevedra se exhiben tres de estos recipientes que fueron rescatados en 1982 por Juan Augusto Barreiro Gómez, fallecido el pasado año.
El edificio museístico ya tenía un ejemplar hallado también en la ría de Arousa allá por el año 1957, y es que esta zona forma parte de una ruta comercial de la época de la romanización que llegaba a Pontecesures, a través del río Ulla.
Es precisamente en esta ruta donde naufragó el barco romano al que se hace referencia y que según los cálculos estimativos que realizan los expertos está situado a unos siete u ocho metros de profundidad.
Aunque está muy próximo a la costa de la principal isla del archipiélago vilagarciano, llegar al pecio requiere la participación de expertos en arqueología submarina, no en vano está situado en una zona de corrientes que dificulta el acceso de un profano o un inexperto en submarinismo.
De todos modos, los arqueólogos reconocen que existen muchas probabilidades de que las «mafias» dedicadas al tráfico de arte puedan merodear ahora la zona ya que existen piezas que podrían alcanzar mucho valor en el mercado negro.
De ahí que se alerte a las autoridades del Parque Nacional para que se tenga en cuenta la presencia de este «tesoro» oculto bajo las tranquilas aguas de la Ría de Arousa.
De todos modos, la alarma es relativa si se tiene en cuenta que se trata de un acontecimiento que es vox populi entre los vecinos de Carril desde hace años.
Se recuerda que ya en 1957, un marinero de nombre José Benito y apodado «O Rianxeiro» descubrió el primer ánfora, previsiblemente de este buque, aunque dicha teoría está sin constatar.
Luego aparecieron las otras tres, varios platos de una vajilla de lujo, tapas de diversas vasijas y muchos restos de cerámica quizás dispersados por los trabajos de los rañeiros en el fondo marino.
El hallazgo ha sido narrado en varias ocasiones por FARO y recogido por el historiador y filósofo carrilexo, Daniel Garrido, en su obra «Cortegada, una isla real».
El fallecido Gustavo Barreiro explicó hace tres años que encontró el barco por casualidad pues «a una batea se le rompió la cadena y fuí a repararla; cuando fui a sacarla, vi los restos y encontré varias ánforas y otros restos rotos. Cuando tenía tiempo volví a bajar para mirar, a veces con otros amigos».