David Hernández de la Fuente www.larazon.es 27/09/2016
Los sistemas educativos modernos de la Europa de las naciones, nacidos en el siglo XIX, como por ejemplo la universidad alemana de W. von Humboldt o la tradición intelectual de la enseñanza anglosajona, corrieron parejas con el surgimiento de las ciencias de la antigüedad como disciplina autónoma.
Las humanidades clásicas han sido el corazón de toda la civilización occidental no sólo desde el Renacimiento a esta parte, sino, huelga decirlo, desde la fundación de las universidades medievales de los studia humaniora. Los fundamentos de toda la cultura europea se basan a través de los siglos en los cimientos que proporcionan los textos en las dos lenguas llamadas clásicas en Occidente, que son en latín y griego, en su literatura y su historia. Su estudio tiene antiguas raíces, pues el concepto de «clásico» se asentó ya en el mundo romano en busca de modelos de educación y cultura. Es sabido que los diversos renacimientos de la cultura clásica que en el mundo han sido –los renacimientos bizantinos o el italiano, que reabrió las puertas al griego en Occidente– facilitaron una revolución cíclica de las ideas y de la estética. Más tarde, también la Ilustración, el Romanticismo o las Vanguardias, como nuevas vueltas de tuerca sobre los ideales de la cultura clásica, han modelado Europa sucesivamente. Ya fuera por imitación, reacción o subversión, cualquier cambio importante en las corrientes de pensamiento o de creatividad en Occidente ha estado condicionado, cuando no firmemente enraizado, en una relectura de los clásicos grecolatinos que han marcado nuestra historia. Los sistemas educativos modernos de la Europa de las naciones, nacidos en el siglo XIX, como por ejemplo la universidad alemana de W. von Humboldt o la tradición intelectual de la enseñanza anglosajona, corrieron parejas con el surgimiento de las ciencias de la antigüedad como disciplina autónoma. Los soldados del Imperio británico recorrieron medio mundo con Horacio y Homero en la mochila en el original y una anécdota del soldado y escritor británico Patrick Leigh Fermor, recitando versos latinos de memoria con su prisionero de guerra nazi en la Segunda Guerra Mundial, lo que da fe de hasta qué punto el griego y el latín eran idiomas comunes de la Europa culta. Nuestro país, pese a su gloriosa universidad renacentista, que produjo maravillas como la Biblia Complutense, llegó tarde al clasicismo moderno: aun así, la generación de filólogos clásicos de nuestra postguerra fue admirada en toda Europa.
Entonces, ¿qué ha pasado en la España de hoy para que el latín y el griego sean sinónimo de algo caduco, inútil y pasado de moda? Por algún extraño prejuicio las lenguas clásicas han sufrido un desprecio constante desde finales de los sesenta. Este progresivo desprestigio fue a la par con un paulatino arrinconamiento en las sucesivas reformas de planes de estudios de Secundaria e incluso en universidad y se ha justificado en la errónea idea de que son saberes poco prácticos, lejos del énfasis actual en lo inmediatamente productivo. Nada más lejos de la realidad si se entiende que el estudio de las lenguas clásicas es un ejercicio continuado de reflexión, atención y análisis en el que entre en juego el pensamiento lógico, analítico y creativo. ¿Qué mejor que este tipo de aprendizaje para una ley como la LOMCE, que en su segunda línea manifiesta que la enseñanza debe ir dirigida «a formar personas autónomas, críticas, con pensamiento propio». Es cuando menos paradójico que una ley que esto propugna arrincone las enseñanzas que mejor cumple ese objetivo.
Aunque el bachillerato LOMCE contempla una modalidad de «Humanidades y Ciencias sociales», a su vez bifurcada en los itinerarios de Humanidades y Ciencias Sociales, la realidad es que el itinerario de Humanidades ha quedado desvirtuado toda vez que el griego no es obligatorio para el Bachillerato de Humanidades y es ofrecido de forma residual y en concurrencia con otras asignaturas como Historia del Mundo Contemporáneo, Literatura Universal y Economía. Por su lado, el latín ha visto reducido su campo de acción al quedar restringido sólo al itinerario de Humanidades y no al de Ciencias Sociales, cuando es una enseñanza clave en estudios superiores de la rama de las Ciencias Sociales (léase, Derecho). Esta restricción y esa pérdida de peso de las lenguas (y literaturas) clásicas hace que, aunque nominalmente la palabra Humanidades aparezca contemplada en los planes de estudios, lo que en realidad se esté ofreciendo sea una versión devaluada de esos estudios.
Ahora las clásicas –en concreto el griego– reciben una nueva estocada en la secundaria madrileña. Si hasta ahora las instrucciones de inicio de curso blindaban la precariedad de los estudios clásicos concediendo la apertura de un grupo de griego o latín con menos de 15 alumnos, desde este curso desaparece la protección a las lenguas clásicas (que sigue, en cambio, en lenguas como el francés), siendo de carácter excepcional la apertura de grupos por debajo de este número. Si con esta medida el latín peligra, el griego está directamente a los pies de los caballos, al no ser de estudio obligado en ningún itinerario, lo que provoca que los funcionarios con plaza se vean desplazados de sus centros y obligados a impartir otras especialidades. No menos importante es el hecho de que los alumnos con vocación humanística no puedan cursar latín y griego, y menos veces aún juntos, con este número mínimo. En el mosaico caótico de las autonomías, hay excepciones honrosas: en Castilla y León la asignatura de Cultura Clásica se enseña de forma obligatoria en Secundaria, y en Cataluña, donde se sigue protegiendo al latín y al griego al no establecerse un mínimo de alumnos para cursarlos: ¿por qué no Madrid?
Merece la pena hacer hincapié en que, aunque las diversas reformas y prejuicios las hayan convertido en minoritarias, el latín y el griego son el núcleo de las humanidades, y que sin ellas es difícil afrontar de forma rigurosa estudios humanísticos y mucho menos comprender nuestra propia historia e identidad. Hagamos algo para frenar esta vergonzosa decadencia de las lenguas clásicas en España, que mucho tienen que ver, me temo, con la decadencia de las humanidades en general.