Nuño Vallés www.elconfidencial.com 23/02/2008

Si hay un momento histórico que ha fascinado a los hombres de todas las épocas, éste es la caída del imperio romano; aún hoy, la imagen de Odoacro y sus hérulos arrasando la ya decadente excapital, aunque no sea muy exacta, mantiene todo su poder evocador. No obstante, y como ya afirmara Edward Gibbon, el Imperio no cayó con Roma, sino que pervivió mil años más en la ciudad de Constantinopla, conocida a lo largo de la Edad Media sencillamente como “La Ciudad”. Mientras el imperio de occidente se descomponía y caía en manos de reyezuelos y caudillos germanos, a los romanos de oriente les aguardaban todavía los momentos de mayor esplendor de su historia.

Pero, como tan acertadamente explica Paul M. Kennedy en Auge y caída de las grandes potencias, todo imperio lleva en su seno la semilla de su propia destrucción. También el Imperio de oriente estaba condenado a extinguirse, y las circunstancias fueron propicias en el año 1453, con el ascenso al sultanato turco del joven Mehmet II. Todos esperaban que fuera un gobernante débil, incluso el propio emperador Constantino IX, quien decidió lanzar un órdago a la corte otomana al solicitar una compensación económica por mantener a buen recaudo al príncipe Orchán, el único que podía disputar el trono a Mehmet. Al poco, un ejército de 80.000 hombres se plantó ante las tremendas murallas triples de Constantinopla y dio comienzo al sitio más famoso de todos los tiempos -con permiso de Tolkien-, el acontecimiento que ha elegido Salvador Felip para esta su primera novela.

Muchas plumas se han preocupado de narrar, con mayor o menor fidelidad, el gran asedio que acabó con el imperio bizantino; desde las fuentes contemporáneas, alguna de ellas testigo de los hechos -Nicolò Barbaro, Leonardo de Quíos, George Sphrantzes- a autores posteriores como Zweig, Toynbee o el propio Gibbon, pero especialmente sir Steven Runciman, autor del mejor y más completo ensayo sobre el asedio (Ed. Reino de Redonda, 2006). Pero el referente narrativo al que inevitablemente hay que referirse es El ángel sombrío (1952) de Mika Waltari, que sigue el mismo esquema que su Sinhué el egipcio, que tanta fama y dineros le reportó.

Si bien la prosa del finés supera en fuerza y dramatismo a la del español, éste ha optado por un enfoque más cercano al lector y distante de los hechos. El protagonista de Waltari, Giovani Angelos, tiene una influencia directa en el discurrir de la acción, mientras que Francisco de Toledo resulta ser un mero espectador, con escasa influencia, en cualquier caso pasiva, en la cadena de los acontecimientos que llevaron a la caída de Bizancio. Las tramas de traición y celos que completan la narración histórica del asedio se tejen alrededor del castellano, sin que sea en ningún momento consciente de lo que ocurre, zarandeado por las asechanzas de personajes más o menos oscuros como la esclava Yasmine. En cambio es protagonista absoluto de la cuarta trama, su relación amorosa con la protovestiaria Helena.

El enfoque de Felip es, en general, más sentimental. Donde el finés explota toda la crudeza y el morbo, aprovechando hasta el ridículo el dramatismo de los acontecimientos, Felip prefiere describir la belleza de San Salvador en Chora antes que la alfombra de cadáveres ante las murallas, prefiere exaltar el valor y la entereza de los defensores antes que la crueldad sanguinaria de los sitiadores. Pero la diferencia fundamental, como ya se ha dicho, es la elección del personaje protagonista; aunque Felip emplea un protagonista múltiple, el principal de ellos es Francisco de Toledo, que en la novela de Waltari ni siquiera es citado. Sin embargo, el noble castellano que se decía primo lejano del Emperador existió realmente, como confirman diversas fuentes, y acompañó a Constantino en la última carga del imperio romano. Aunque quizá se podría haber explotado mejor la presencia de este misterioso individuo, Felip encaja las piezas con solvencia y relata una versión de la caída del último retazo del imperio romano creíble, emotiva y romántica.

LO MEJOR: El gran trabajo de documentación y el excelente ensamblaje de las piezas del relato.
LO PEOR: El empalagoso romance entre Francisco y Helena.