Joaquín Rábago | Londres | EFE 10/06/2008

El emperador Adriano es una figura que ha fascinado a los intelectuales de todos los tiempos: desde el gran humanista y Papa Silvio Piccolomini (Pío II), que dirigió en 1461 una expedición para investigar las ruinas de su villa en Tívoli, hasta la escritora francesa Marguerite Yourcenar, quien en 1951 publicó unas memorias ficticias de Adriano en forma de novela.

Ahora, el Museo Británico prepara una gran exposición dedicada a ese gran emperador de origen hispano —nació en Roma de padres de Itálica (en las proximidades de la actual Sevilla)—, a quien un césar del mismo origen, Trajano, nombró su sucesor poco antes de morir.

Thorsten Opper, comisario de la exposición, que se inaugurará el 24 de julio y podrá visitarse hasta el 26 de octubre, explicó que reunirá 170 piezas procedentes de 31 colecciones de 11 países, entre ellas las del Prado y el Museo Arqueológico de Sevilla, pero también de Israel, muchas de las cuales no habían sido prestadas antes.

Durante casi 21 años, desde el 117 hasta el 138 de nuestra era, Adriano gobernó uno de los mayores imperios que ha conocido el mundo: sus fronteras llegaban desde las tierras bajas de Escocia, en el norte, hasta el desierto de Sahara en el Sur, desde el océano Atlántico, en el oeste, hasta el Éufrates, al este.

En su centro estaba Roma, la mayor ciudad del Mediterráneo, sede imperial y del Senado, con un millón de habitantes, entre ellos numerosos griegos y esclavos de todos los rincones del imperio. Según Opper, Adriano no era sólo un apasionado de la cultura griega, sino también un «líder militar muy capaz» e incluso «despiadado» como demostró al reprimir a sangre y fuego la gran revuelta judía estallada cuando ordenó reconstruir Jerusalén, destruida por Tito en los años setenta, como una ciudad griega, algo que los judíos consideraron una profanación.

Cuando el emperador supo de la revuelta, ordenó a las legiones vecinas que atacaran a los judíos, que fueron acorralados en las montañas y expulsados definitivamente de Jerusalén, la cual pasó a llamarse Aelia Capitolina, mientras que la antigua provincia de Judea fue sustituida por las de Siria y Palestina.

Su visión del Ejército
Se ha hablado mucho del carácter defensivo de la estrategia imperial de Adriano, pero, explica Opper, él comprendió que el Ejército había llegado con las últimas conquistas de Trajano al límite de sus posibilidades y ahora tocaba «consolidarlo».

La exposición del Museo Británico estará dividida, señala su comisario, en varias secciones, la primera de las cuales tratará de su familia y otras personas de su entorno, incluido Antinoo, un joven de gran belleza al que convirtió en su amante y al que deificó como Osiris después de que ése se ahogase en el Nilo.

La segunda sección, titulada ‘Guerra y Paz’, le presentará como emperador itinerante, visitando las provincias en dos largos viajes que ocuparon casi la mitad de su reinado, reuniéndose con los miembros de las elites locales, o, en su faceta más belicosa, reprimiendo las revueltas estalladas lo mismo en Judea que en otro extremo del Imperio, en las islas británicas.

Otra sección estará dedicada, según explica Opper, a sus grandes construcciones arquitectónicas, desde el Panteón, cuya cúpula inspiró a otras a lo largo de los siglos —la de Brunelleschi en la catedral de Florencia o la de San Pedro en el Vaticano hasta la de la Sala de Lectura del propio Museo Británico—, hasta su Mausoleo, hoy el Castel Sant’Angelo, también en Roma.

Algunos de los objetos expuestos han sido descubiertos por los arqueólogos recientemente, por ejemplo, una extraordinaria y colosal cabeza del emperador hallada el pasado verano en Saglassos (suroeste de Turquía), que corresponde a una estatua de casi cinco metros, más alta pues que el David de Miguel Ángel.

Preparando la exposición, los restauradores se encontraron además con una sorpresa, según explica Opper: la cabeza de una de las más famosas estatuas de Adriano, conservada en el propio Museo Británico, que le presenta vestido al modo griego resultó ser auténtica, pero no así el resto del cuerpo, que corresponde a otra estatua y se pegó más tarde a aquélla.