Miguel-Anxo Murado 28/10/2018 www.lavozdegaliicia.es

El hallazgo de un pecio de hace 2.400 años coincide con un antiguo vaso que se exhibe en el Museo Británico de Londres.

En el Museo Británico de Londres, entre miles de maravillas, se exhibe un antiguo vaso griego conocido como «el de las Sirenas». La escena que ilustra es inconfundible: se trata del pasaje de la Odisea en el que Ulises está amarrado al mástil de su barco mientras las sirenas, que en la tradición griega no eran mujeres-pez sino mujeres-ave, revolotean a su alrededor, tratando de seducirle con su canto y atraerle hacia su perdición. Ese vaso en un museo era la ilustración más precisa que se tenía de cómo eran los barcos en la antigüedad helena, pero durante los últimos cien años los expertos han dudado de si no sería una representación idealizada o inexacta. Desde hace unos días sabemos que no. En el fondo del mar, cerca de la costa de Bulgaria, los arqueólogos han localizado un navío griego que ha permanecido allí durante más de 2.400 años. Preservado por el agua fría y sin oxígeno de ese mar sin vida que es el mar Negro, resulta ser idéntico al del vaso.

Para festejar la noticia, he aprovechado para repasar el libro XII de la Odisea, donde se cuenta el naufragio de Ulises, justo después del episodio de las sirenas. Indignado porque sus marineros se habían comido unas reses del ganado sagrado de Helios, Zeus «puso una negra nube sobre la cóncava nave y el mar se oscureció bajo ella. La nave no pudo avanzar mucho tiempo, porque enseguida se presentó el silbante Céfiro lanzándose en huracán y la tempestad de viento quebró los dos cables del mástil…». La tormenta manda a pique la nave con todos sus ocupantes, salvo Ulises, que se salva agarrándose a una higuera y acaba en la playa de Ogigia, donde gobierna Calipso «de las lindas trenzas». El Mediterráneo es un cementerio marino como el que cantaba Paul Valéry, y la nave de Ulises, si existió, descansa ahora en algún lugar frente a la costa de Sicilia, junto con los innumerables naufragios recientes de inmigrantes, en el mar del color del vino.

Así decía Homero cada vez que mencionaba el mar: «Del color del vino». La expresión aparece docenas de veces en la Ilíada y la Odisea, y siempre ha intrigado a los estudiosos. ¿Del color del vino? Cualquiera que lo haya visto sabe que el Mediterráneo en Grecia es azulado y brillante, por efecto del suelo generalmente calizo o de mármol. Pero el color azul no aparece ni una sola vez en la Odisea ni en la Ilíada. Se ha intentado explicar con muchas teorías, algunas muy peregrinas, como que, siendo ciego Homero, no conocía los colores (lo de la ceguera de Homero es una tradición apócrifa y es dudoso hasta que haya existido el hombre mismo). Otros han supuesto que la cosa es al revés: que el vino que bebían los griegos debía ser azulado, producto de mezclarlo con el agua alcalina de Grecia. Yo siempre he pensado que la metáfora se refería al color negruzco que tiene el mar cuando la sombra de una nube de tormenta lo hace parecer amenazante. También sospecho que el naufragio es como una borrachera letal y que cuando un marino mira en el fondo de su vaso de vino ve a veces el mar denso, el silencio de las profundidades marinas. Cada naufragio es como un pequeño fin del mundo, una tragedia de que de golpe se convierte en un misterio. Como este navío griego que acaba de aparecer en el fondo del mar Negro, casi intacto, para darle la razón al Vaso de las Sirenas del Museo Británico. Las aguas guardan bien los secretos; pero todo secreto, al final, se acaba sabiendo, porque la curiosidad es siempre más fuerte que el silencio, incluso que el silencio del mar, oscuro como el vino.