David Hernández de la Fuente www.elpais.com 14 de mayo de 2020

De un volumen sobre la actualidad de la tragedia a un ensayo sobre el lugar de las mujeres en la literatura griega, hacemos un repaso a los nuevos títulos y reediciones en el campo de la historia antigua y los estudios clásicos

Parafraseando el conocido título del historiador del arte Salvatore Settis, se diría que lo clásico tiene un futuro espléndido, a juzgar por las novedades que, año tras año, se siguen publicando sobre las antiguas Grecia y Roma, en las que reconocemos invariablemente origen de nuestra cultura. Es un eterno retorno: desde la idea de ciudadanía a las artes o los géneros literarios, seguimos mirándonos en los modelos clásicos como en un espejo familiar. Su vigencia se constata cada día, incluso en nuestras actuales circunstancias excepcionales: son textos casi oraculares, de consulta siempre pertinente. Merece la pena detenerse a pensar en los clásicos como que nunca terminan de decir lo que tienen que decir, como escribía Calvino en Por qué leer a los clásicos. Allí apuntaba Calvino una serie de intentos de definición por el efecto que provocan los clásicos en los lectores, entre otras cosas. En nuestros días, se podría proponer incluso una muy de moda: “clásico es aquel libro con los que uno podría confinarse con plenas garantías”. Cada momento histórico, por muy excepcional que sea, admite una redefinición del concepto de clásico.

Por eso se puede hablar siempre de una “actualidad de lo clásico”, entre otras variaciones de un oxímoron que expresa la curiosa virtud de actualización de estos antiguos conocidos. Nuestra familiaridad con ellos trasciende la metáfora patrimonial de la “herencia” y el “legado” o la metafísica de su “pervivencia” e “inmortalidad”. Se esboza en un quiasmo que nos lleva acompañando al menos los últimos cien años desde que fundadores de la conciencia europea moderna, como Nietzsche y Freud –mientras salían la a la luz las viejas Troya, Micenas o Cnoso, esas “Grecias antes de Grecia”–, revisitaran a los clásicos buscando un “nuevo comienzo”: seguramente entonces se opera la más vital y asombrosa transformación de nuestra relación con los clásicos, la que los/nos cambia para siempre, cuando, más allá de simples modelos de imitación o subversión, devienen materia viva en junturas tan interesantes como “tradición clásica”, “antigüedad tardía”, “actualidad clásica” o “modernidad arcaica”.

En fin, a vueltas con la idea del “futuro de lo clásico”, por volver a Settis, hay que decir que aquello de buscar el futuro en el pasado es otro viejo motivo de la literatura sublime, que siempre es oracular. Es sabido que las dos grandes obras señeras de la cultura clásica, la homérica y la virgiliana, tuvieron desde antiguo –y en el caso de Virgilio, hasta la edad moderna– fama de ser proféticas. Ahí reside otro valor de lo clásico en momentos de incertidumbre como los actuales: los clásicos son libros que se pueden consultar para saber qué es lo que va a pasar y cómo se puede vivirlo sabiamente. Hubo oráculos de bibliomancia que, en cierto modo, preludian su largo recorrido por la historia de la literatura. La idea de que los clásicos son libros que encierran en futuro en sus líneas inspiradas está también en Los cuatro ciclos de Jorge Luis Borges: toda historia relevante está ya contenida en un número cerrado de obras clave de la antigüedad con un carácter primordial que impregna toda nuestra relación con las literaturas griega y latina.

Pero veamos algunas de las novedades referentes al mundo antiguo y sus literaturas. Entre los últimos títulos aparecidos me gustaría destacar, en primer lugar, Diez lecciones sobre los clásicos (Alianza), estupendo libro de Piero Boitani. El conocido experto en mitos antiguos y literatura medieval –suyo es el excepcional La sombra de Ulises, sobre la larga recepción del mito en, entre otros autores, Dante– recibió un interesante encargo de la radiotelevisión suiza en lengua italiana: realizar diez programas de radio sobre los clásicos que le dieron la posibilidad, como dice Boitani, de comunicar a un público general “lo que pensaba de mis amadas lecturas antiguas”. Tal es el origen de este libro, una verdadera joya, que recoge en diez capítulos que reelaboran esas emisiones lo que para él son los diez momentos estelares de la literatura clásica griega y romana. En una proporción de ocho frente a dos, hay que decir, ganan los griegos abrumadoramente frente a los romanos: ¿preferencia personal? Los temas elegidos son, por orden y en resumen, la Ilíada, la Odisea, la filosofía, el nacimiento de la historia, la justicia trágica, la literatura del conocimiento (de Prometeo a Edipo Rey), Platón y la muerte de Sócrates, la lírica griega, la invención de Roma (sobre todo, Virgilio) y las Metamorfosis de Ovidio. Aunque, obviamente, es una selección personal que supone una labor encomiable de síntesis, solo cabe lamentar que no se haya encontrado un lugar destacado para la comedia, uno de los grandes géneros del mundo antiguo. En estas diez lecciones, en fin, la alta divulgación alcanza cotas de excelencia.

Una segunda novedad es Los griegos antiguos (Anagrama), de Edith Hall,una reconocida experta en literatura griega desde su cátedra del King’s College de Londres. Este libro, también estructurado en diez capítulos, propone un recorrido por la historia cultural de la antigüedad que gira en torno a lo que le parecen las diez aportaciones indiscutibles de esta antigua cultura para nuestra actualidad. Son características bien pensadas y expuestas a un público amplio al hilo de la propia peripecia histórica de este pueblo desde la longue durée de casi dos milenios: empieza en el mundo micénico, en la suerte de primera globalización del Bronce que atestigua las primeras estructuras políticas que se distinguen del antiguo Oriente, y termina con la llegada del cristianismo, una auténtica religión griega por lengua y pensamiento que moldeará indeleblemente el mundo posterior. Entre medias, Hall aborda otras “maneras en que modelaron el mundo moderno”, como la época de Homero, el surgimiento de la constelación de ciudades-estado, los dioses y los mitos, la era de las colonizaciones –que se simboliza mediante la conocida comparación platónica de los griegos con “ranas alrededor de una charca”–, el alba de la racionalidad griega, desde la filosofía milesia hasta la obra de Heródoto, la experiencia democrática de Atenas y su reflejo en la tragedia y la filosofía, la peculiar estatalidad y sociedad espartana, el ascenso de Macedonia y la era helenística, con la ampliación del mundo griego más allá de sus fronteras tradicionales en un mundo de reyes divinizados y cultura libresca, la Grecia fusionada con su conquistadores romanos desde la historia universal de Polibio y el desarrollo cultural de la llamada Segunda Sofistica y, al final, la irrupción del cristianismo. En suma, es una propuesta inteligente y compleja que aúna historia y literatura, explicando las aportaciones de los griegos mediante el análisis del proceso histórico, la evolución de las ideas y las citas de obras y autores emblemáticos que cambiaron el mundo para siempre. Uno de los mejores y más documentados resúmenes de la historia cultural de la antigua Grecia de los últimos años.

En tercer lugar, destaca el original libro de Simon Critchley La tragedia, los griegos y nosotros (Turner). El pensador de la New School neoyorquina, especializado en filosofía contemporánea, pasa a reivindicar ahora la importancia de la tragedia griega como un sistema de pensamiento imbricado en una sociedad abierta y basado en la problematización de sus puntos básicos. Desde la cuestión de su origen, vinculado a la religión dionisíaca, Critchley estudia las funciones de la tragedia, siguiendo a los grandes estudiosos de la Escuela de París, para centrarse con preferencia en la experiencia ciudadana ante las preguntas morales y existenciales que les planteaban las obras a los antiguos y que les llevaban a repensar sus identidades y tradiciones. Con una prosa ágil y atractiva, Critchley propone un recorrido a través del siglo V a.C. y examina las intersecciones de la tragedia con la retórica, la política y la filosofía que hicieron de este género el centro del debate intelectual y emocional en la antigua Atenas. Acaso lo más interesante para el lector de hoy sea la manera en que se entrevera el discurso sobre la antigüedad con diversas alusiones a la modernidad que –en un pensador de la contemporaneidad que ha escrito, entre otros asuntos, un magnífico libro sobre David Bowie o un estudio sobre el fútbol– nos recuerdan la vigencia absoluta de la ambivalencia trágica. La tragedia sigue siendo útil, en fin, para plantear también hoy nuestras preocupaciones en campos muy semejantes a los que plantearon los antiguos tragediógrafos, como una suerte de educación ciudadana y moral. La relación entre individuo y colectivo, tradición e innovación, ley y libertad, mujeres y hombres, ancianos y jóvenes, etc.: todo lo que problematiza la antigua tragedia sigue interpelando a nuestra conciencia, como lo hizo ya en tiempos de Hegel, Nietzsche o Brecht, por citar casos de sobra conocidos.

En los últimos años, la actualidad de los clásicos se ha visto especialmente reflejada en la reivindicación de los antiguos sistemas filosóficos para enfrentarnos a los problemas de nuestro mundo de hoy, interconectado, globalizado y, seguramente, saturado de información. Si hace no mucho se puso de moda el estoicismo como sistema que permitía hacer frente a la infelicidad y la irracionalidad de nuestras sociedades (en el libro de Massimo Pigliucci, Cómo ser un estoico), ahora surge a modo de contestación la propuesta de Catherine Wilson, Cómo ser un epicúreo (Ariel), que actualiza la ética y la física de la escuela acaso más apasionante y controvertida de la época helenística. Wilson, como Pigliucci, es docente universitaria de filosofía en CUNY y aplica sus investigaciones sobre el pensamiento antiguo a las cuestiones más espinosas de la contemporaneidad: la metodología de este tipo de libro es preguntarse cómo habría abordado un epicúreo, según lo que sabemos de esta escuela filosófica de la antigüedad, los dilemas actuales, desde los temas sociopolíticos a los bioéticos. Aunque en lo básico las preocupaciones y la búsqueda de la felicidad sigan girando en torno a los mismos problemas –la conciencia, la muerte, la relación con los demás–, Wilson aborda problemas actuales de moral sexual, racismo o aborto, medioambiente, enfermedad o eutanasia desde la perspectiva epicúrea, que tiende a minimizar el mal y el dolor y propugna el dominio de nuestros miedos, quizá lo más actual en nuestro contexto. El capítulo final, de forma muy interesante, contrapone estoicismo y epicureísmo como dos vías de afrontar los problemas de un mundo cosmopolita como el de hoy (con mucho en común, por cierto, con el mundo helenístico), abogando por la propuesta del filósofo del Jardín: un disfrute de la existencia –el eu zen– ligado al conocimiento de nuestro lugar en el mundo, en la naturaleza y en las relaciones humanas. Oscurecida su fama en época cristiana, la escuela de Epicuro y de Lucrecio es presentada por Wilson como la manera más inteligente de hacer frente a la creciente complejidad de nuestro mundo global. Es curioso ver perpetuada en lo moderno la vieja rivalidad entre las dos grandes escuelas helenísticas, más actualizadas que nunca: en tiempos de confinamiento, ambos grupos –estoicos y epicúreos– parecen encarnar las dos actitudes esenciales ante el desafío de la peste con las que comienza el Decamerón de Boccaccio. Nada más pertinente en la actual crisis que dejarnos acompañar por estas propuestas filosóficas.

En el plano histórico, se ha publicado recientemente una espléndida monografía sobre Esparta a cargo de César Fornis quien, después de dedicarle al tema varias publicaciones importantes centradas en la historia de la antigua superpotencia griega, que acabó por ser hegemónica, siquiera brevemente, tras la derrota de Atenas, publica ahora El mito de Esparta(Alianza) un interesante recorrido por la dimensión legendaria de los espartanos. En paralelo a su brillo político y militar, que provocó el asombro de personajes tan diferentes como Tucídides, Jenofonte, Aristóteles o Plutarco, desde muy pronto cundieron mitos y propaganda de todo tipo en torno al modo de vida de los espartanos: su proverbialmente excelente legislación, recibida de Apolo en Delfos por Licurgo, su silencio taciturno, su estricta ética guerrera, su educación poética y militarista a la par, sus costumbres familiares y la relativa libertad de sus mujeres. El halo de leyenda que rodeó desde antiguo a este peculiar ente estatal griego es parte de una larga historia cultural que ejerció una poderosa fascinación no solo entre atenienses como Cimón, Jenofonte o Platón, sino también a figuras de una larga posteridad. Interesará al lector el recorrido que propone Fornis, catedrático de la Universidad de Sevilla, que toca a Montaigne, la Ilustración, los revolucionarios franceses, los líderes de la independencia de las Trece Colonias, e incluso los ideólogos del nazismo. Este itinerario por el mito espartano en Occidente no deja indiferente a nadie y evidencia las diversas evocaciones y apropiaciones políticas o filosóficas del modelo de Esparta en la historia de Occidente, entre utopía, ilustración y totalitarismo.

En estudios mitológicos y literarios, por último, hay que saludar la nueva edición, notablemente ampliada, de un estupendo libro del conocido helenista, mitólogo y académico de la RAE Carlos García Gual sobre las mujeres del mundo antiguo y su huella literaria. En efecto, más de veinte años después de su primera edición, hoy inencontrable, se publica una nueva versión actualizada de Audacias femeninas(Turner), ensayo sobre las mujeres en la antigua literatura griega que se lee muy oportunamente en estos tiempos del Me Too. El libro contiene una serie de estudios de ocho perfiles femeninos (tres más que en la versión anterior) que presentan a la mujer griega de forma poliédrica, en sus reflejos en el mito, la literatura y la historia. Las literarias Leucipa, Melita, Talestris, Ifigenia, Calírroe y Tarsia, por un lado, y con algún eco histórico las historias de Ismenodora y Tecla, por otro, ofrecen una variada tipología de mujeres aventureras, desafiantes, viajeras e independientes que contrastan, en las fuentes antiguas, con lo que sabemos de la situación de la mujer griega: estas mujeres fuertes, como las míticas princesas Ariadna y Medea, viajan, luchan, sobreviven y reflexionan en un mundo abrumadoramente masculino, proporcionando un rico material para repensar lo femenino desde la perspectiva de la literatura antigua. La tragedia clásica y la posterior novela, y también las vidas de santas subsiguientes, coinciden en presentar a estas mujeres como figuras admirables –muchas de ellas no conocidas para el gran público–, lo que glosa con habitual maestría García Gual en un libro que ha de engrosar nuestra lista de actualizaciones de lo clásico.

Finalmente, me gustaría mencionar brevemente dos libros colectivos muy diferentes, que versan sobre Grecia y Roma, y que son muestra del buen hacer de los expertos que trabajan en la universidad española en materia de estudios clásicos. En primer lugar, me ha interesado mucho el libro En los márgenes de Roma: la antigüedad romana en la cultura de masas contemporánea (UAM), coordinado por Luis Unceta y Carlos Sánchez.Ambos editores, miembros de un muy activo grupo de investigación sobre recepción del mundo clásico en la cultura popular y marginal contemporánea, reúnen una serie de contribuciones sobre el impacto de Roma en la actualidad, en un diálogo posmoderno con los nuevos géneros, como los videojuegos, la televisión o el cine “de romanos”, y su pervivencia en campos tan alejados de los estudios clásicos tradicionales como las bandas de heavy metal o las novelas de Harry Potter. Por último, merece la pena citar un importante libro recién publicado, bajo la coordinación de Alberto Bernabé y Sara Macías, sobre Religión griega (Guillermo Escolar). Este magnífico volumen colectivo reúne una serie de contribuciones de expertos en diversos campos de la riquísima experiencia religiosa de los griegos: desde el panteón politeísta y la religión cívica hasta el interesante mundo de los misterios, la confluencia con la filosofía y la confrontación con el cristianismo, con unas interesantes vistas sobre la recepción y la interpretación moderna. Un libro que se convertirá sin duda en una referencia sobre el tema.

En fin, la insistencia en volver a los clásicos en nuestras novedades de ensayo nos da una lógica y segura respuesta a la típica pregunta de estos días –con qué libro nos encerraríamos, cuál elegiríamos para que nos acompañara, como guía de cabecera, en una crisis terrible e inesperada–, pues estos parecen tiempos oportunos para volver a pensar en las antiguas Grecia y Roma: echar la vista atrás, a los cruciales episodios de la peste de Atenas o de Constantinopla, a los heroísmos antiguos, individuales y colectivos, ante los desafíos históricos, a los logros culturales de las primeras ciudadanías modernas de la historia, es una garantía de reencontrarnos con la actualidad de estos viejos compañeros de viaje literario. Ahora que estamos centrados en lo esencial de la cultura, lo que conviene preservar del legado de la literatura, conviene reivindicar la lectura de los grandes libros que forjaron nuestras letras universales: de Homero a Virgilio u Ovidio, de la filosofía platónica a las escuelas helenísticas, del alba de la historiografía a las primeras novelas. Estas obras nunca han defraudado y nunca lo harán. Ojalá estas semanas de soledad y encierro –pero también de solidaridad y heroísmo– hayan servido para recuperar una mirada humanista sobre lo clásico, que conjure la pérdida de reconocimiento de las Humanidades, sobre todo las clásicas, en nuestras sociedades. En el recogimiento con lo esencial de la humanidad nos damos cuenta del valor que tienen y tendrán los clásicos entre nosotros, que tantas cosas nos siguen diciendo en tiempos de crisis.

David Hernández de la Fuente es escritor, traductor y profesor de Filología Clásica en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de Mitología clásica (Alianza Editorial) y El despertar del alma. Dioniso y Ariadna, mito y misterio (Ariel), entre otros libros.

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