Javier Pérez Montes De Oca | www.laprovincia.es 21/02/2014

Parece ser que la palabra Carnaval procede del Latín Carnevale con el significado de quitar la carne, tanto la de los placeres del comer como el de fornicar. Lo avaló el propio papa San Gregorio Magno, elevado al papado en el año 590, que, en el domingo anterior al inicio del tiempo de Cuaresma lo llamó domenica ad carnes levandas.

Pero hay estudiosos para los que el término procede de las palabras latinas currus navalis (carro navale) en referencia a las fiestas de primavera en las que se sacaba en procesión a un dios sobre un barco con ruedas y ante el que se bailaban danzas eróticas y se cantaban canciones satíricas y obscenas. Sea como fuere la Iglesia de Roma, que durante siglos ha mandado sobre todo lo divino y humano, ha puesto un límite al desenfreno: el Miércoles de ceniza, el día en que, mediante la unción de ce-nizas en la frente, nos redime de los pecados cometidos en las calendas, al mismo tiempo que nos recuerda que venimos del polvo y en polvo nos convertiremos.

Hay testimonios escritos de que ciertas fiestas paganas revestían el carácter festivo y licencioso de los carnavales celebrados en la época cristiana desde la Edad Media hasta la actualidad. Así eran las fiestas celebradas en Egipto en honor del buey Apis y la diosa Isis, las dionisias griegas, las saturnales y bacanales romanas o las del muérdago de los pueblos celtas. Los hebreos celebraban fiestas de disfraces en honor de Pharmo a pesar de la prohibición del Deuteronomio.

La tradición de las fiestas se renueva en la Edad Media contra las que dictaron edictos de prohibición papas y obispos reunidos en concilio, por ser contrarias al espíritu cristiano. Buena muestra de la dialéctica entre el pensamiento cristiano y la tradición pagana se recoge en el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, con la lucha de Don Carnal, representando a la carne, la gula y la lujuria y Doña Cuaresma al ayuno y la abstinencia. La tradición festiva continúo en el Renacimiento que hizo renacer el gusto por lo clásico en el Arte, la Literatura y los antiguos mitos greco-romanos. La fiesta callejera del pueblo se trasladó a los salones de la nobleza y cortes principescas donde se daban grandes bailes de disfraces que imitaban a dioses, personajes míticos y guerreros antiguos.

Por lo que a Canarias se refiere los nuevos conquistadores implantaron el tipo de vida, costumbres y fiestas que imperaban en Europa. Existen algunas referencias de escritores que hablan de prohibiciones periódicas de las fiestas de Carnaval porque ponían en peligro el orden social. En la época del imperio español, tanto Carlos V como el pacato Felipe II, por influencia de la Iglesia, también se ocuparon de poner freno a las licencias de Don Carnal. Parece ser que el rey más carnavalero fue Felipe IV que restauró el esplendor de los bailes de disfraces en los salones de palacio. Durante el siglo XVIII se propagó el gusto por el carnaval tipo italiano. Se sucedieron períodos de permisividad con los de prohibiciones. En las Islas tenemos constancia de la celebración de grandes bailes de disfraces a través del Diario escrito por Don Lope Antonio de Guerra, que los describe como bailes de disfraces que duraban muchos días, entre ellos los famosos "Jueves de comadres".

Durante los siglos XVIII y XIX las clases altas celebraban bailes de disfraces a los que asistía la buena sociedad de la época. Después se fueron desplazando a sociedades y locales públicos. Por su parte el pueblo se congregaba para bailar y cantar en cualquier calle o esquina. A partir de los primeros años del siglo XX los carnavales canarios atrajeron gentes de otros lugares atraídas por la jarana de la calle, las alegres y elegantes fiestas de sociedad y el buen clima de las Islas. Este ambiente festivo y bullanguero persistió hasta que, en 1936, al comienzo de la guerra civil española, los carnavales son prohibidos, con los que se cebaron, de manera especial las autoridades religiosas. Por ello se terminaron los actos y manifestaciones públicas carnavaleras quedando relegadas a sociedades de ciertos pueblos de la isla de Gran Canaria como fueron los casinos de Telde, Agaete o Agüimes. Durante la dictadura franquista, además de la prohibición del gobierno de Franco, con órdenes expresas transmitidas a gobernadores civiles y alcaldes, pesó durante muchos años la rigurosa moral católica, como la del obispo de la diócesis de la provincia oriental Monseñor Antonio Pildain. Sus exhortaciones anticarnavaleras se extendían en pastorales, a las que se unían las soflamas del clero en los púlpitos, advirtiendo del peligro de caer en pecado contra el sexto mandamiento a todos aquellos que asistieran a bailes impúdicos y jolgorios callejeros en tiempo de Carnavales. Pero una festividad tan arraigada entre la gente no dejó nunca de celebrarse en los pueblos isleños. Ponerse un disfraz y una careta y echarse a la calle o los caminos del barrio fue una manera habitual de festejar el Carnaval. Lo hacían hasta los más chicos. Para ello se les proporcionaba cualquier trapo o ropa en desuso, una careta, una talega para las perras o un cesto para los huevos y se les invitaba a que fueran a "correr los Carnavales". Al mismo tiempo que la gente se divertía y "vacilaba" con conocidos y desconocidos en cualquier camino, calle o alameda, no se dejaron de celebrar bailes en casinos y sociedades de ciudades y pueblos de las Islas. Las prohibiciones de bandos municipales y las amenazas sobre las conciencias emanadas de los curas en púlpitos no hacían mella entre la gente. Se organizaban bailes en locales cerrados. En el año 1961 se celebra la primera "Fiesta de Invierno" en Santa Cruz de Tenerife. En 1967 fueron declarados como "Fiestas de interés Turístico". Con el calificativo de "Fiestas de Invierno" aparece por la misma época en las principales ciudades de las islas del Archipiélago. Clara demostración del arraigo de las fiestas carnavaleras entre las gentes de las islas. Por tradición y una forma de comportamiento colectivo que sería simplista calificarlo de solo desenfreno. El significado antropológico y psicológico del Carnaval hay que buscarlo en un deseo de catarsis colectiva, expresión de total libertad y desinhibición a través de un espacio común de socialización: la calle, donde las máscaras teatralizan y confraternizan, por un tiempo, su nueva personalidad. Inmersión en personalidades e identidades diferentes. Pío Baroja lo llama ritual de inversión simbólica.

Y refiriéndose a los disfraces escribe que, tanto en sociedades primitivas como otras más actuales, se trata de una especie de hábito ceremonial con significado de máscara y traje ritual. Y con cierto tono de ironía afirma que muchas personas viven toda su vida disfrazadas de algo que, en realidad, no lo son. Con el significado de "máscara" aparece la palabra griega prosopon. De esta manera se calificaba a los actores que representaban diversos personajes dramáticos en las escenas de los teatros griegos. De aquí procede el término personalidad. Es lo que las máscaras intentan representar en el Carnaval. Transformación transitoria de sí mismos en personajes guardados durante largo tiempo derivados de arquetipos, mitos o memorias de infancia. Mutación, desinhibición, exhibición de comportamientos impulsados por deseos inconscientes o modelos aprendidos en el desarrollo del ser social. Para eso existe una frase en el léxico canario que comprende toda la apariencia y el sentir carnavalero isleño: "no me conoces, mascarita".

FUENTE: http://www.laprovincia.es/opinion/2014/02/22/baile-mascaras/591832.html