Erin Blakemore www.nationalgeographic.es 28/02/2019

Las excavaciones del antiguo barrio real de Alejandría aportan pruebas intrigantes sobre el lugar de reposo final del famoso conquistador.

Era la última hora del último día de una excavación larga y frustrante, y Calliope Limneos-Papakosta estaba lista para irse a casa. Durante 14 años, la arqueóloga griega había registrado los jardines de Shallalat, un parque público en el corazón de Alejandría, Egipto, en busca de restos de Alejandro Magno, el antiguo conquistador convertido en faraón que puso su nombre a la ciudad. Ahora, le tocaba marcharse con las manos vacías.

Entonces, se movió un poco de tierra en la fosa y los ayudantes de Papakosta la llamaron para que estudiara un fragmento de mármol blanco que sobresalía entre la tierra. La excavación la había decepcionado, pero cuando vio la piedra blanca, sintió una oleada de esperanza.

«Estaba rezando», cuenta. «Esperaba que no fuera simplemente un trozo de mármol».

Sus plegarias fueron respondidas. El artefacto resultó ser una estatua de la época romana que portaba todas las marcas distintivas de Alejandro Magno. Eso supuso un potente incentivo para que la desanimada arqueóloga siguiera excavando.

Siete años después, Papakosta, directora del Instituto Helénico de Investigación de la Civilización Alejandrina, ha excavado más de diez metros bajo la Alejandría moderna y ha descubierto el barrio real de la antigua ciudad.

«Es la primera vez que se descubren los cimientos originales de Alejandría», afirma Friedrik Hiebert, arqueólogo residente de la National Geographic Society. «Verlos me puso la piel de gallina».

Aún más emocionante es la posibilidad de que el yacimiento albergue uno de los mayores trofeos de la arqueología: la tumba perdida de Alejandro Magno.

El aumento del nivel del mar

Alejandro Magno, que en su día fue el líder más poderoso del mundo, tenía solo 20 años cuando se convirtió en rey de Macedonia tras el asesinato de su padre, Filipo II, en el año 356 a.C. Durante los 12 años siguientes, el brillante y ambicioso Alejandro derrocó a todos los imperios rivales que se interpusieron en su camino, incluidos Persia y Egipto, donde se declaró faraón. El inquieto guerrero falleció en el 323 a.C. con 32 años. Sus restos no descansaron en paz.

Tras la deliberación de sus asesores, el cuerpo de Alejandro se enterró primero en Menfis, Egipto y, posteriormente, en la ciudad que lleva su nombre. Allí, su tumba fue visitada y venerada como el templo de un dios.

Pero Alejandría y la tumba de su fundador estaban amenazadas, no por fuerzas invasoras, sino por la naturaleza. Una década antes del nacimiento de Alejandro, en el 365 a.C., un tsunami inundó la ciudad. El desastre supuso el comienzo de una larga temporada de terremotos y el aumento del nivel del mar.

Conforme el mar invadía el norte, las aguas del delta del Nilo sobre el que se sitúa Alejandría provocaron que la parte antigua de la ciudad se inundara poco a poco a un ritmo de hasta 0,25 centímetros al año, alcanzando 3,65 metros en la época de Alejandro. La ciudad sobrevivió, construyó sobre sus partes antiguas y aumentó su población hasta más de cinco millones de habitantes.

Con el tiempo, los cimientos de la ciudad quedaron enterrados y olvidados, así como la ubicación de la tumba de Alejandro. Aunque autores antiguos como Estrabón o León el Africano describieron la tumba, su ubicación respecto a los restos de la ciudad moderna es un misterio.

El misterio de la ubicación de la tumba no ha evitado que los arqueólogos la busquen. Existen registros de más de 140 excavaciones con aprobación oficial, todas ellas un fracaso. Pero el carácter esquivo de la tumba ha incrementado su caché. Encontrar la tumba de Alejandro sería comparable a descubrir la de Tutankamón.

Palas, bombas y perseverancia

Papakosta sigue excavando ante la esperanza de un hallazgo histórico, guiada por testimonios antiguos y un mapa de Alejandría del siglo XIX, antes de su expansión. También emplea tecnología moderna, como tomografía de resistividad eléctrica (ERT, por sus siglas en inglés), para determinar dónde excavar. La ERT pasa una corriente eléctrica por la tierra para medir la resistencia y detectar objetos superficiales. Hasta ahora, su equipo ha identificado 14 anomalías que podrían ser ruinas antiguas a gran profundidad.

Empleando este método, entre otros, Papakosta está desenterrando cada vez más partes del antiguo barrio real, incluida una carretera romana y los restos de un enorme edificio público que podría aportar indicios de la tumba de Alejandro.

Pero, aquí, los hallazgos no son fáciles. «Me alegra no haberme rendido la primera vez que llegué a la capa freática», afirma Papakosta, que tuvo que ingeniar un elaborado sistema de bombas y mangueras para mantener el yacimiento lo bastante seco como para excavar. «Insistí y continué. Sigo adelante».

Dicha persistencia a lo largo de muchos años de trabajo lento entre el barro hace que Papakosta destaque, según Hiebert. «Por propia experiencia, es raro encontrar a alguien que haya permanecido en un solo yacimiento durante 21 años». Compara a Papakosta con una boxeadora que cae, se quita el polvo y vuelve al ring. «Resiste las nueve rondas».

Con el paso del tiempo, Papakosta está cada vez más convencida de que está cerca de la tumba perdida de Alejandro. Con todo, suaviza su optimismo con una dosis sana de realismo.

«Está claro que no es fácil encontrarla», afirma. «Pero estoy en el centro del barrio real de Alejandría y todas estas posibilidades juegan a mi favor».

FUENTE: https://www.nationalgeographic.es/historia/2019/02/descubren-en-egipto-nuevas-pruebas-de-la-tumba-perdida-de-alejandro-magno