Esteban Hernández www.elconfidencial.com 05/07/2016
'La utilidad de lo inútil', de Nuccio Ordine, se ha convertido en un merecido éxito editorial, uno de esos libros que no venden mucho de golpe pero cuyo recorrido comercial es largo, alimentado por un prestigio que va aumentando con el tiempo. Sus tesis se hicieron muy populares entre los aficionados al pensamiento y a la cultura por su defensa del espíritu y de la belleza, es decir, de aquello no podía ser fiscalizado o convertido en estadística, y se convirtieron en argumentos habituales entre las personas que abogaban por las humanidades en unos tiempos en los que sólo se busca la rentabilidad.
Pero es una defensa débil, porque trata de valores etéreos frente a la concreción del pragmatismo y del beneficio en un mundo que prioriza insistentemente los segundos. La universidad española está comenzando a aprender esa lección. Las tensiones en la Complutense por el plan de reorganización que ha presentado el rector, que irán en aumento en próximas fechas, son parte de ese escenario de pugna entre los números y lo intangible.
El caso más significativo de esa reestructuración es de la pérdida de importancia y de recursos de la Facultad de Filosofía. No porque sea más importante que otras, sino porque su mengua es simbólicamente mucho más importante, lo que ha provocado que exista una oposición más mediática en su caso que en el del resto. La idea de fondo es clara: la Facultad de Filosofía no es rentable porque no atrae al suficiente número de alumnos. Se ha convertido, aseguran sus detractores, en una carrera sin apenas aplicación práctica, que no asegura la inserción en el mercado laboral, y que supone una pérdida de tiempo para jóvenes que acabarán trabajando en cadenas de comida rápida o de vigilantes jurados, por lo que tampoco tiene sentido que se les siga alentando a cursar materias tan poco pragmáticas como esa.
La dualización
Puesto que se trata de una disciplina poco rentable, los presupuestos deben reflejar su estado real. La universidad tiende a dualizarse en todos los sentidos: los académicos ligados a la gestión cada vez cuentan con mejores salarios mientras que la mayor parte de los profesores se precariza; los profesionales de prestigio que publican en las revistas adecuadas consiguen más fondos mientras que el resto queda destinado a la invisibilidad y la irrelevancia; los centros que mejor se sitúan en los rankings reciben más ayudas estatales e institucionales, como señala el caso alemán, mientras que los demás emprenden una cuesta abajo que llevará a muchos al cierre. Filosofía está en el lado menos favorecido de esta relación, por lo que estos recortes no son más que el inicio del declive, si nos atenemos a las experiencias que en el entorno europeo se están sucediendo.
Y, por si fuera poco, el mundo del pensamiento genéricamente considerado está desapareciendo de la valoración social. Asuntos como la buena vida, la ética o el bien común han quedado sepultados por el pensamiento positivo, el mindfulness y técnicas semejantes, impartidas por expertos que se autodenominan entrenadores (coach). En un pasado que ya parece lejanísimo, pero del que hace tan sólo pocas décadas, la filosofía y la religión, dependiendo de los entornos, poseían gran influencia social. Hoy la religión perdura en algunos espacios y el pensamiento positivo reina en los demás. En ese contexto, la filosofía, las humanidades en general y la misma cultura se convierten en irrelevantes. Para qué se va a perder el tiempo en pensar si se puede salir a correr o hacer meditación.
Una resistencia pobre
Lo sorprendente no ha sido tanto la insistencia de los ataques cuanto la debiilidad de las resistencias. La gente del sector ha respondido de distintas maneras, pero sus argumentos parecen aceptar el marco de partida. Unos repiten la idea de Ordine, señalando que sí, que las humanidades son inútiles, pero que pueden aportar algo que las demás disciplinas no, aun cuando no pueda medirse, mientras que otros simplemente rebaten las formas de realización del plan, más solicitando clemencia que otra cosa. A algunos les da por inventarse otras formas de rentabilidad (“vale, no damos dinero, pero Podemos salió de allí”) y los más señalan que aquellos conocimientos que alimentan el espíritu y que nos hablan de la solidaridad o la belleza parten de disciplinas que hoy se están despreciando.
Hay dos elementos que echo en en falta en este debate. El primero es el orgullo, ese que puede proclamar la superioridad de las humanidades a la hora de formar íntegramente al ser humano. Las matemáticas y la informática son disciplinas muy útiles que nos ayudan en muchos sentidos, salir a correr, hacer triatlones y practicar relajación nos pueden venir muy bien, pero no pueden sustituir a los placeres de la mente. Y además deben tener contraindicaciones: Aznar se aficionó al running y acabó invadiendo Irak y Zapatero hizo lo mismo y terminó diciendo que la crisis no existía. Que los entrenadores se hayan convertido en una mezcla de consejeros religiosos y psicólogos de cabecera es empobrecedor para el ser humano, para su evolución personal y para su felicidad. Quizá la filosofía, la psicología y la cultura no sirvan de mucho, pero para esto sí. No serán el modelo perfecto, pero sí son el mejor que tenemos. Y mucha gente de este sector carece del valor para salir a decirlo.
Pero en segundo lugar, deberíamos dejarnos ya de retórica sobre el pragmatismo, la eficacia y la rentabilidad y la ausencia de valor de las humanidades en ese terreno, porque es justo lo contrario. Forjar personalidades que sepan valorar opciones, tomar en cuenta razones y analizar correctamente la información disponible es algo para lo que se prepara a los alumnos de humanidades. Y eso es justo lo que permite que una empresa o un país prosperen. Que la formación de carácter humanístico sea mal valorada por una compañía a la hora de contratar empleados y directivos es sinónimo de que esperan tener personas dadas a obedecer, que no cuestionarán nada y que propondrán alternativas sólo si saben que no molestarán a nadie.
Lo verdaderamente útil
Quizá si Vueling hubiera tenido mucha gente de humanidades en su plantilla, cuando su directora de planificación anunció el desastre que iba a ocurrir tres meses después, en lugar de despedirla, la hubieran hecho caso; o quizá otras empresas tendrían más en cuenta la inteligencia y el talento a la hora de contratar en lugar del color de los zapatos, o quizá si los encuestadores tomaran en cuenta métodos más amplios en lugar de la simple suma de números, porcentajes y estadísticas, acertarían más en sus predicciones. Pero no es así, y como algunos expertos vienen denunciando, la crítica, eso que hace que las cosas mejoren, en lugar de ser fomentada es proscrita, en la empresa, en la política y en la vida. Muchas instituciones funcionan hoy, e incluso tienen éxito por los mismos motivos por los que los regímenes autoritarios suelen tener una vida tranquila, que decía Albert Rivera. De modo que buenas dosis de filosofía y de cultura son imprescindibles para la misma supervivencia: distan mucho de ser valores pragmáticamente inútiles pero que pueden ayudarnos a tener una existencia privada mejor o un gusto estético más refinado.