José Mª Luzón www.abc.es 04/02/2008
Pocas veces un yacimiento arqueológico, un cerro de ruinas, deja memoria de quienes lo habitaron, de quienes edificaron lo que fue una ciudad, la amurallaron y la defendieron. A menudo de los lugares ocupados por castros, plazas fuertes e incluso ciudades amuralladas en emplazamientos estratégicos, no queda más que el registro de que en ellos hubo alguna ocupación olvidada con el tiempo. Con frecuencia desconocemos el nombre que tuvieron y los episodios históricos por los que pasaron sus habitantes desde la fundación hasta el abandono. En ocasiones apenas quedan algunos recuerdos en los alrededores de nombres más o menos corrompidos por el tiempo, que derivan de aquellos otros que tuvieron hace dos o tres mil años y que hoy permanecen casi olvidados. Esta fue la situación de Numancia durante largo tiempo hasta que los estudiosos del Renacimiento comenzaron a rescatar su memoria.
Desde Apiano
Numancia fue uno de los nombres más repetidos entre los historiadores clásicos que narraron los primeros decenios de la conquista romana de Hispania. El nombre de Numancia y los episodios vividos por la ciudad aparecen en los textos de Apiano narrando las guerras de Iberia, pero es igualmente mencionado en historiadores como Diodoro de Sicilia, Tito Livio, Valerio Máximo, Plutarco, Dion Casio, Paulo Orosio y otros. Para Roma el caso de Numancia fue un símbolo de la conquista de Hispania y la resistencia de los pueblos arévacos, pero también fue el modelo del asedio tenaz que Escipión organizó en su entorno mediante la bien planificada construcción de una red de campamentos que cerraba y aislaba a sus habitantes. Su acción le valió los honores del triunfo.
La recuperación del nombre de Numancia y la protección de sus ruinas ha tenido momentos realmente gloriosos y no es de los menores el que se debe a la pluma de Cervantes. Sin duda hoy uniríamos nuestra voz a la suya repitiendo las palabras que puso en boca de Escipión: «Avergüénceos, varones esforzados,/ ver que, a nuestro pesar, con arrogancia, / tan pocos españoles, y encerrados, /defiendan este nido de Numancia».
Entre abandono y sensibilidad
La protección de los monumentos y yacimientos arqueológicos en España ha pasado por etapas de abandono y otras de mayor sensibilidad histórica. A veces con enormes contradicciones, puesto que en el siglo XIX algunas ciudades destruían con alborozo sus antiguas murallas en aras del progreso y la modernidad, mientras las Comisiones Provinciales de Monumentos se esforzaban por evitar la ruina de los conventos desamortizados y los yacimientos arqueológicos. Sin embargo, en aquellos momentos en que por una parte se desmontaba el claustro de un convento o la sillería de un coro para llevarlos a museos extranjeros, las Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando unían su voces para promover las ruinas de Numancia, apenas aún sin excavar, como primer Monumento Nacional, declarado por Real Orden de 25 de Agosto de 1882.
Le siguieron de inmediato otros como las murallas de Tarragona (1884), el teatro de Sagunto (1886) y tras la primera Ley de Protección del Patrimonio de 1911, las ruinas de Itálica y Mérida (1912). Está claro cuáles eran los motivos que llevaban a seleccionar aquellos lugares y declararlos, a veces con más grandilocuencia que efectividad, con el sonoro título de Monumentos Nacionales. Y no deja de ser una triste coincidencia que al tiempo que se acerca al entorno de Numancia el tsunami del desarrollo actual de la ciudades, el Tribunal Supremo haya declarado en sentencia firme la ilegalidad de una obra de arquitectura moderna superpuesta en el teatro romano de Sagunto. Tan sólo han transcurrido cien años para que la decisión de nuestros abuelos de proteger aquellos lugares del expolio y saqueo de que habían sido objeto durante largo tiempo, apenas tenga otra validez que el recuerdo rancio de lo que fueron entonces símbolos históricos de identidad nacional.
Las leyes de protección del patrimonio histórico definen con precisión los monumentos y los yacimientos arqueológicos, procurando defender no sólo los lugares sino su entorno paisajístico. Y pocas veces se puede poner un ejemplo de yacimiento arqueológico en el que el entorno haya jugado un papel más decisivo. En los alrededores de Numancia, que ocupa algo más de veinte hectáreas en el término municipal de Garray (Soria), se localizaron y excavaron parcialmente a comienzos del siglo pasado los campamentos romanos del Castillejo, Peñarredonda, Valdeborrón, Traverseras, la Dehesilla o la Rasa, cada uno de ellos ocupando una superficie de varias hectáreas. Nunca unas ruinas y su entorno constituyen una unidad tan completa como la que nos ofrece Numancia.
Obra monumental de Schulten
Por ello, la primera gran obra monumental que la arqueología alemana publicó de un yacimiento hispano fue precisamente la de A. Schulten, en que se daban a conocer de manera exhaustiva a la comunidad internacional los campamentos numantinos de Escipión y sus generales.
Es posible que a muchos de los que hoy podrían defender y promover este lugar histórico se les haya olvidado la significación que ha tenido, desde la historiografía romana más antigua, hasta la bibliografía arqueológica más reciente. Pero no cabe duda que Numancia y sus alrededores, sus ruinas y sus paisajes, deben ser mantenidos con su entorno como paraje histórico. Cervantes ya lo intuía de este modo cuando ponía significativamente en boca de España una invitación a que aquellas ruinas desoladas se transformasen en su propia fuente de riqueza: «Oh, si saliesen sus intentos vanos, / y fuesen sus quimeras desatinos, / y esta pequeña tierra de Numancia / sacase de su pérdida ganancia».