Eli Clifton | Washington www.ipsnoticias.net 24/03/2007
Si la película «300», el nuevo éxito de taquilla de Hollywood, no fuera tan homoerótica, a nadie le extrañaría que Osama bin Laden obligara a los miembros de su organización terrorista Al Qaeda a verla.
Bin Laden se conmovería por el espíritu de resistencia y martirio que inspiró a 300 soldados espartanos a enfrentarse durante tres días con una fuerza enemiga vastamente superior y tecnológicamente más avanzada, en nombre de algo más importante que sus propias vidas.
Según el historiador griego Heródoto (484-425 antes de Cristo) y «300», la nueva versión fílmica de estos hechos, eso es precisamente lo que un aguerrido batallón espartano hizo en la batalla de las Termófilas en el año 480 antes de Cristo contra las hordas invasoras del Imperio Persa.
La gesta se parece a la resistencia de Al Qaeda y el movimiento islamista Talibán en 2001, ante los enjambres de soldados afganos, británicos y estadounidenses en las escarpadas montañas de Tora Bora.
Entonces, ¿por qué neoconservadores y otros halcones estadounidenses aplauden con tanto entusiasmo la película, basada sobre una popular novela gráfica de 1998 del historietista y guionista cinematográfico Frank Miller?
¿Es solamente porque los espartanos son máquinas de pelear, blancas, hermosamente esculpidas, ansiosas de morir por el rey y la patria contra el Otro, de piel oscura, del ejército persa?
¿O tal vez porque sucesivos historiadores desde Heródoto retrataron a las Termófilas como el momento en que la balanza se inclinó en favor de la civilización occidental y en contra de la tiranía oriental?
«Los griegos contemporáneos vieron a las Termófilas como una lección crítica de moral y cultura», escribió el historiador militar Victor Davis Hanson, impulsor de la guerra de Iraq y frecuente invitado a cenar del vicepresidente Dick Cheney, en el texto de introducción a la película divulgado por sus realizadores.
«En términos universales, un pequeño pueblo libre, por su propia voluntad, le había ganado a enormes cantidades de sujetos imperiales que avanzaron bajo el látigo», agregó.
El propio Hanson aseguró que la película «no tiene nada que ver con Iraq o con acontecimientos contemporáneos».
Pero el cineasta Zack Snyder incluyó en la película una escena que no figura en la novela gráfica de Miller y que parece una apelación a los actuales neoconservadores, preocupados de que Washington esté perdiendo su impulso belicista en Iraq y más allá.
Cuando la reina espartana Gorgo pide refuerzos urgentes para la fuerza de 300 hombres liderada en las Termófilas por su esposo, el rey Leonidas, Theron, un político calculador y profundamente cínico, rechaza el reclamo, y observa: «Leonidas es un idealista».
«Nuestro rey ha llevado a 300 de nuestros mejores hombres al matadero. Ha infringido nuestras leyes y partido sin el consentimiento del consejo. Soy simplemente realista», añadió.
Theron procede a traicionar a la reina, quien luego lo apuñala. Mientras muere, de la túnica del político caen monedas persas. Queda así demostrado que los «realistas» son peores que los cínicos, que confraternizan con el propio mal.
¿Y qué hay del resto de Grecia? Los atenienses participan en la lucha, pero como no los anima el espíritu guerrero, sino el intelecto, el arte y el afán comercial, se ubican en el margen de la batalla.
Mostrar a los políticos realistas como desleales y a los artistas y filósofos como flojos delinea los valores que enaltece «300» como retrato cinematográfico de la sociedad.
Según esta película, lo que necesitan los hombres libres es un líder idealista cuya misión declarada en la vida sea morir por la patria en los campos de batalla. Todo lo demás, como la política y la supervivencia, son detalles menores, destructivos para los valientes espartanos.
Los neoconservadores se han arrogado como propios los ideales espartanos desde el estreno de la película, con una sorprendente cantidad de críticas laudatorias en periódicos tales como The Weekly Standard –que publicó dos reseñas en 10 días– y una en The National Review.
David Kahane, en The National Review, destacó el obvio atractivo que presenta la película para una audiencia masiva.
«Cuando, al comienzo, un desdeñoso emisario persa insulta a la sensual esposa del rey Leonidas, amenaza al reino y se enfurece con la ‘blasfemia’, el rey lo arroja a un pozo sin fondo. Y en Esparta nadie pregunta: ‘¿Por qué nos odian?’ ni busca un terreno común con los persas», anotó Kahane.
Kahane continúa aplaudiendo a «300» por considerar que se remite a los tiempos en que un hombre era un hombre, una mujer era una mujer y los malos eran desmesuradamente malos. En otras palabras, los propios cimientos sobre los que se construyó Hollywood.
Bill Walsh, quien reseñó la película en The Weekly Standard, ve la historia narrada en «300» como un momento de definición en la supervivencia de la civilización occidental.
«Una victoria persa pudo haber eliminado el ideal griego de libertad regida por la ley, e impuesto el sistema monárquico y teocrático altamente centralizado conocido por las generaciones pasadas como ‘despotismo oriental'», anotó Walsh.
«En este relato, los espartanos no sólo dan lo mejor de sí como hombres libres que luchan por su libertad, sino que su sacrificio ayuda a preservar los conceptos e instituciones que florecieron en la civilización gloriosa que, finalmente, se construyó sobre los cimientos griegos», agregó.
Walsh concluye que, a pesar de las numerosas licencias históricas del filme tanto en su retrato de espartanos y persas, la obra es una ocasión «para considerar el significado de valores como sacrificio, libertad, honor y valor».
Otros críticos advierten que el tratamiento deshumanizante dedicado a los persas se suma peligrosamente al discurso público que tensiona las relaciones entre Estados Unidos e Irán.
A pesar de los paralelos entre espartanos y estadounidenses y entre persas e iraníes, la historia de las Termófilas es una narración clásica, y las «hordas bárbaras» desempeñan un rol atemorizante, de acuerdo con la tradición del melodrama.
Pero el paralelo más chocante tal vez sea el retrato de guerreros idealistas y deshonestos políticos realistas, en tiempos en que los neoconservadores postulan el refuerzo de las topas en Iraq.
La película «300» también muestra conceptos caros a los halcones estadounidenses como el idealismo desenfrenado, el suicidio como estrategia bélica y el aniquilamiento del enemigo sin toma de prisioneros.
El filme va un paso más allá. En una reminiscencia a «El triunfo de la voluntad», el documental de la cinesta nazi alemana Leni Riefenstahl, los espartanos, contrapuestos a los persas de piel oscura, son exhibidos como ejemplos de perfección física masculina.
La narración cinematográfica de Snyder esquiva cualquier referencia a la homosexualidad, muy común en la Esparta antigua, pero sus imágenes bordearían la pornografía si se retiraran algunas pequeñas piezas de vestimenta estratégicamente ubicadas.
La sociedad espartana también era el modelo de la utopía nazi. El militarismo fascista, tanto en la apariencia como en la práctica, se despliega en toda la película como la herramienta a través de la cual los hombres libres conservan su libertad y separan el bien del mal.
Aunque los 300 espartanos retratados en el filme no prevalecieron en su intento de repeler las hordas persas, tocaron una cuerda sensible de los halcones estadounidenses. Para los neconservadores, «300» representa un triunfo de la voluntad.