El mapa de Peutinger inicia su recorrido en los Pirineos y lo termina en la península de la India y la isla de Taprobane (en Sri Lanka). Abarca, de este modo, la ecúmene, la tierra habitada conocida, con la excepción del extremo oeste que correspondería a la representación de la península Ibérica, un fragmento perdido que fue reconstruido por el estudioso Konrad Miller en 1898. El mapa contiene, a lo largo de su recorrido, numerosos detalles dignos de mención, tanto por su significado histórico como por su grado de acabado.A grandes rasgos, en la Tabula aparecen indicados ríos y mares, accidentes geográficos y, por supuesto, ciudades, todos ellos con acabados cromáticos distintos. Se señalan también centros religiosos y mansiones, lugares destinados a lo largo del camino al descanso y al cambio de caballería, información que resultaba imprescindible para todo aquel que emprendiera un largo viaje. Es interesante la representación de puertos comerciales en el Mediterráneo, como es el caso de Ostia, principal vía de entrada a Roma por mar, así como de centros termales. Este volumen de información indicaría que el mapa no fue en absoluto compuesto con fines militares, si bien su uso no habría quedado en modo alguno excluido de este ámbito.
Cabe también destacar las notas que sirven para explicar la relevancia de algunos puntos. Así, en la zona del Sinaí se lee: «El desierto por el que durante cuarenta años erraron los hijos de Israel guiados por Moisés». Encontramos otra nota en el extremo oriental para explicar el límite al que llegó Alejandro con su ejército: «Aquí recibió Alejandro la respuesta: ¿Hasta dónde, Alejandro?». La ciudad de Roma –que, si tenemos en cuenta los fragmentos desaparecidos del mapa, debió de ocupar en su día su centro neurálgico– aparece representada como una figura sentada en un trono, portando el globo terrestre, una lanza y un escudo, como el caput mundi, «la capital del mundo» a la que conducen todos los caminos. También se da especial relevancia a dos grandes urbes de Oriente, Constantinopla y Antioquía, si bien aparecen representadas en un tamaño inferior al de Roma. Por otro lado, cabe destacar la presencia en el mapa de Pompeya, Herculano y Oplontis, ciudades todas ellas arrasadas por la erupción del Vesubio del año 79, lo que podría indicarnos que, si bien la Tabula data del siglo IV, se habría basado en mapas anteriores.
El mundo es un camino
Por último, y por encima de todo, están los caminos. La Tabula de Peutinger es esencialmente un mapa viario. Las vías de comunicación, marcadas en color rojo, llegan a representar alrededor de 70.000 millas romanas, mucho más de lo que recoge el Itinerario de Antonino. Sin embargo, no se pueden establecer distancias viarias reales ni calcular un espacio geográfico. Éste es el aspecto más controvertido del mapa y, a la vez, el más interesante.
La Tabula no presenta ningún tipo de proyección: la tierra viene representada siguiendo una línea horizontal, es decir, siguiendo la visión del viajero. De este modo, no se puede aplicar una escala constante, puesto que las dimensiones este-oeste quedan ensanchadas y las norte-sur reducidas y estrechadas, quedando los puntos cardinales a su vez modificados; por este motivo el Nilo aparece fluyendo de oeste a este y no de sur a norte.
Todas estas características pueden explicarse mediante el concepto hodológico del espacio (del griego hodós, «camino») que existía en la Antigüedad. Sería un error analizar un documento como éste desde el punto de vista de nuestra cultura y de nuestra civilización: nuestras ideas sobre la latitud y la longitud deben quedar desterradas desde un principio. La mayor particularidad de este mapa es su más que evidente oposición a la realidad geográfica. El espacio geográfico pasa a ser lineal, unidimensional, está representado por el camino mismo. La red viaria era para los romanos la guía fundamental en el periplo, el mejor modo de determinar su ubicación.
FUENTE: www.historia.nationalgeographic.com.es