Santiago Tarín | Barcelona www.lavanguardia.com 01/06/2015
Nuevos hallazgos redibujan el entorno de la Barcelona romana y cómo vivían sus habitantes gracias al foso de la muralla, en la actual calle Sotstinent Navarro. Sus habitantes comían carpa, ostras y sardinas.
La arqueología es la ciencia de las sorpresas: nadie sabe qué va a encontrar. Y, además, permite reconstruir las costumbres más cotidianas. Por ejemplo, que, en la Barcino primitiva, a uno de sus habitantes le dio por arreglarse un día cualquiera la barba o el bigote y echó los pelos a la alcantarilla, donde han sido encontrados siglos después. Ahora sabemos que ese romano era pelirrojo.
El vello de este personaje es una de las anécdotas que ofrece la excavación de la calle Sotstinent Navarro, y que está aportando datos muy suculentos sobre la ciudad romana, Barcino, como que sus habitantes comían sardinas y ostras en abundancia. O que, en realidad, el territorio donde se erigió la urbe no era un llano, sino un tupido bosque que llegaba hasta el mar.
Sotstinent Navarro no es sólo una excavación en busca de los restos habituales: la está desarrollando un equipo interdisciplinar, entre los que se hallan especialistas del Servei d'Arqueologia de Barcelona, dirigidos por Carme Miró; de la Universitat de Barcelona, encabezados por Santiago Riera, y de la Universidad de Nottingham, como Alexandra Livarda. Se esta haciendo bioarqueología, porque el foso de la muralla romana era también una cloaca, adonde iba a parar lo que los habitantes arrojaban a las alcantarillas. Los científicos han bajado siete metros bajo el nivel del actual suelo, en busca de lo que comían los habitantes de la ciudad, o de los pólenes que dan idea de la vegetación y el clima, o los carbones que nos dirán que árboles crecían aquí. "Es una visión más humana de la ciudad: son los restos de las personas", explica Carme Miró. Entre los sedimentos han aparecido los pelos de nuestro amigo romano pelirrojo, lo que ha permitido su datación.
La excavación está lejos de concluir, pero ya aporta datos que esbozan teorías. Por ejemplo, que en sus orígenes Barcino no se asentó en un llano, sino en medio de un bosque de encinas y robles que bajaba desde Collserola hasta prácticamente el mar. Esta masa forestal se explotaba, y es muy posible que se hicieran construcciones de madera que no se han conservado. Quién sabe si es por eso que no se han hallado casas de gente humilde en Barcino, y únicamente han aflorado lujosas domus de ciudadanos pudientes. Así, el Mons Taber, según estas teorías, sería una península que se adentraría en el mar, rodeado de una enorme arboleda, en la que también aparecían castaños, plátanos y algunos pinos. Además, la línea de mar no tiene nada que ver con la actual, y el Mediterráneo subía por la Via Laietana, que era una riera, posteriormente bautizada como Sant Joan.
Este cruce de aguas dio lugar a marismas de aguas dulces, que por ejemplo perduraron en la zona del Born o de Poble Nou, donde algunos nombres, como Llacuna, recuerdan este pasado.
A tenor de los descubrimientos, no es una chifladura imaginar la escena. El primer emperador romano, Augusto (que se sabe que anduvo por estos pagos), pasa en barco frente al litoral barcelonés y ve una península que se adentra en el mar, rodeada de un bosque. Allí decide levantar una colonia en el siglo I de nuestra era, como centro económico y de poder, con casas de ciudadanos pudientes y edificios impresionantes, como el templo. Los siglos le dieron la razón. Hoy es la capital de Catalunya.
¿Y si la peste no llegó en barco?
Sotstinent Navarro es la niña de los ojos de los especialistas que ahondan en el pasado de Barcelona y que ahora reconstruyen la dieta y la vegetación desde la época romana hasta la medieval, como si fuera un puzle. Así, sabemos que los romanos de aquí comían muchos higos y que en su ciudad florecía la prímula.
Los descubrimientos apuntan a que la gran arboleda que rodeaba la Barcino del siglo I fue rápidamente deforestada para dar lugar a cultivos, sobre todo de viña. Nació así un suburbio agrícola, con una importante producción vinícola y unos caldos que fueron objeto de burla por parte del poeta Marcial, que, para entendernos en lenguaje actual, los consideraba de tetrabrik, pero no se puede descartar que se elaboraran otros de calidad. En cambio, casi no hay olivos, y las prensas halladas son para hacer vino.
En este suburbio, además de campo, se asentaron los pescadores, porque los habitantes de Barcino explotaron el mar y comieron mucha sardina, como atestiguan las espinas encontradas en el foso de la segunda muralla, ahora datada en la segunda mitad del siglo III. Al ser de pequeño tamaño, es posible que hubiera una piscifactoría. También hay ostras, que se comían en abundancia, y otras especies encontradas son la palometa o la carpa, esta de agua dulce.
El suburbio cambió radicalmente en el medievo: se urbanizó, y los carolingios cambiaron la viña por cereal, lo que se explica fácilmente porque, en lugar de vino, bebían cerveza. Del foso nos llegan también restos de rata cocinada, lo cual lleva a plantearse una pregunta. Hasta ahora se creía que la peste llegó porque estos animales se colaban en bajeles mercantes, pero si resulta que en la urbe se consumían estos roedores, ¿y si resulta que la peste no llegó en barco?
FUENTE: www.lavanguardia.com/local/barcelona/20150601/54431557216/barcino-desforestar-peninsula-bosques.html