Andy Robinson | Atenas www.lavanguardia.es 05/01/2010

La exposición del Museo Cicládico explica los límites de la sexualidad en la antigüedad.

Cuesta imaginar que –en la edad de Paris Hilton, porno virtual e incontables museos de erotismo kitsch– una exposición sobre la Grecia antigua dehace dos milenios y medio pueda sonrojar al público. Pero en el Museo de Arte Cicládico, en el centro de Atenas, el pasado domingo, las mujeres miraban perplejas a sus maridos; parejas jóvenes se cogían de la mano como en una película de ritos satánicos y amantes de mascotas se quedaron pálidos y sin aliento.

La recién inaugurada exposición Eros, que permanece abierta hasta abril, incluye 271 objetos de arte de diversos museos, principalmente escultura y cerámica creados entre el VI siglo a.C. y el IV d.C. Y de entrada todo queda bajo control, Eros parece más o menos compatible con nuestras costumbres eróticas y la Grecia antigua mantiene su lugar privilegiado en la historia de la humanidad como cuna de estética refinada y buen gusto.

Eros «jamás debería confundirse con el amor, sino que es un movimiento impulsivo hacia un objeto de deseo», advierte uno de los comisarios, Vassilis Kalfas.

Junto a los superdioses Caos y Gaia (Tierra), Eros aparece en la exquisita cerámica de color negro y naranja de Ática personificado como un joven que toca el arpa o tira flechas que «nadie puede esquivar y que conducen a la felicidad o la destrucción», según se explica. Volando sobre parejas que se dan besos tiernos, les entrega regalos, el más corriente de los cuales es una liebre muerta; un obsequio original –difícil de encontrar en el sex shop contemporáneo– pero para nada ofensivo para nuestras sensibilidades. En una sala dedicada al culto del falo puede resultar extraño que una vivienda de un barrio de alto standing en Atenas presentara una escultura de un pene de dos metros al lado de la puerta principal. Pero Donald Trump ha hecho cosas de peor gusto.

Una muestra muy divertida de las maldiciones de mujeres rechazadas por sus amantes –las defixiones– incluye una piedra negra con la inscripción «¡qué muera Hermias!», junto a un dibujito en el cual el ex amante está sometido a una tortura sádica digna de Guantánamo. O sea que hace 2.500 años, todo parecía más o menos igual con el amor y el desamor.

Una sección sobre el matrimonio –las bodas duraban tres días– advierte que «raras veces era el resultado de la atracción erótica sino que una mujer de unos 14 años solía casarse con un hombre dos veces mayor». El matrimonio servía para tener hijos: «Para mi placer tengo a las heterai» (algo así como prostitutas de élite), escribe un ilustre antiguo. Ninguna gran sorpresa aquí tampoco. Las heterai parecían compartirlo todo, tal como se puede comprobar en las imágenes en urnas y vasijas del siglo III y IV a.C.

Esas prostitutas «participaban en los debates filosóficos», «eran músicas consumadas y poetas» y practicaban «cada configuración sexual conocida en la historia de la la humanidad» en «orgías dionisíacas» de vino y lubricantes, explica la guía de la muestra.

Los sustos para los admiradores de los clásicos empiezan en las siguientes salas. «Debido al contenido sexualmente explícito de la exposición, los menores de 16 años deben ir acompañados por un profesor o un tutor», se advierte antes de subir a la segunda planta.

Lo que pasa es que, como se comprueba en la sala de arte homerótico, el significado de profesor o tutor ha cambiado radicalmente en los últimos 2.000 años. Uno de los primeros comentarios de esta sala es del profesor Aristófanes: «Para mí un deleite es un chico de doce años; y uno de trece resulta aún más deseable», escribe. Y continúa: «Abrieron sus muslos ante nuestro poder gracias a que les regalamos una codorniz, un pato o una oca».

La guía explica que la pederastia «era una institución socialmente aceptada y legal» en toda Grecia. Los tutores mayores de edad -entre ellos importantes filósofos, científicos y escritores, los creadores de la civilización occidental-» cogían a un adolescente de 14 a 17 años en el gimnasio o palestra como amante y alumno». Cuando llegaban a los 18 terminaban las relaciones sexuales y mantenían una gran amistad el resto de su vida.

La pederastia se consideraba una práctica culta y noble debido a «la idea generalizada sobre la inferioridad de la mujer», prosigue la guía, que muestra cómo se satisfacían maestros y discípulos. El seso anal se consideraba «humillante» aunque puede verse en algunas cerámicas. La sala titulada con humor «amor bucólico» sería una prueba de fuego incluso para los incondicionales de los gustos sublimes de los clásicos. Una serie de ilustraciones en cerámica y en pequeñas esculturas representan a hombres encontrándose con Eros en los orificios íntimos de un burro, una cabra o un ciervo. No se sabe a ciencia cierta si esto también era costumbre habitual en la Grecia de Eros o si «son parodias de la irrepresentable vida sexual de los dionisiacos», dice la guía. El hombre pillado in fraganti -por un ceramista- en coito con una esfinge -un híbrido entre animal y humano- sí que se supone que es una broma.

UN MUSEO PARA UNA VIEJA REIVINDICACIÓN GRIEGA
Espacio suficiente para alojar todos los frisos del Partenón Con 25.000 m2 de superficie, diez veces más que el viejo edificio al otro lado del famoso recinto, el nuevo museo de la Acrópolis, diseñado por el arquitecto suizo radicado en Nueva York Bernard Tschumi, fue criticado por sus colosales dimensiones. Pero tras abrir finalmente en junio, con un año de retraso debido al descubrimiento de restos de asentamientos antiquísimos en sus cimientos, el museo ha derrotado a sus críticas. El turista que sube a la tercera planta, con sus vistas espectaculares al Partenón, pronto descubre el propósito de la envergadura del museo: 160 metros de frisos que adornaban el templo se despliegan en la planta, una representación del gran festival de la ciudad de Atenas hace dos milenios: la Gran Panatenaia. Incluyen 360 figuras humanas y 200 caballos, a veces tirando de carros, así como bueyes o cabras ofrecidos como sacrificios. Obra del escultor Fidias y terminados en el año 447 antes de Cristo, tras diez años de trabajo, remataron el Partenón, ya una obra sin rival con su peristilo, diseñado con para mantener las proporciones de la estética clásica, aun contemplado desde abajo.
Y, aunque el comisario del museo, Dimitrios Pandermalis, siempre se manifiesta con discreción al respecto, a nadie pasa inadvertido que la mitad del friso en el museo no es auténtico sino un facsímil copiado de los famosos mármoles de Elgin, el trozo del friso que se encuentra en el Museo Británico. El aristócrata británico lord Elgin se llevó 80 metros del friso en 1801 para su colección privada y finalmente lo vendió al museo londinense. Otra sección más pequeña del friso, se encuentra en París. De hecho, con el nuevo museo, los argumentos esgrimidos históricamente por el Museo Británico para no devolver el friso a Grecia –que no hay edificios en condiciones en Atenas– han perdido validez. Y en la segunda planta, decenas de enormes estatuas femeninas y las Cariátides que sujetaban el Erecteión parecen caminar sonrientes hacia un reencuentro inevitable con los frisos.