César Navarro | Eivissa www.diariodeibiza.es 19/10/2006

El catedrático de Filología Griega Carlos García Gual destaca la influencia del conquistador a lo largo de la historia. «No podemos igualar al conquistador, pero sí imitarle y buscar lo que él no logró: la inmortalidad».
La historia, la leyenda y sobre todo la imagen de Alejandro Magno (Pella 356 a.C., Babilonia, 323 a.C.), el gran conquistador macedonio, han elevado la imaginación, el genio y la ambición de generaciones enteras. Políticos, militares y simples lectores han caído rendidos ante su historia y su leyenda para luego levantarse para intentar emularle (Napoleón, Marco Antonio…) o simplemente para soñar sus conquistas de tierras hasta entonces ignotas. En opinión del catedrático en Filología Griega en la Complutense de Madrid, escritor y traductor Carlos García Gual, «Alejandro Magno representa el anhelo de ir más allá, de investigar y de superarse; no podemos igualarle, pero sí imitarle y buscar lo que él no logró; la inmortalidad».
Este experto en la antigüedad clásica disertó ayer en la primera jornada del II Curs de Pensament i Cultura Clàssica, organizado en Can Ventosa por la Obra Social de la Caixa, sobre la influencia del rey macedonio no sólo en la sociedad actual, sino también en sus coetáneos. En su exposición, García Gual analizó la trascendencia del hijo del rey Filipo II de Macedonia «desde la perspectiva de lo que hizo para la Historia; conquistar el imperio persa, llegar hasta la India, divulgar la cultura griega, y de lo que ha significado para la posteridad, que lo ha elevado a la figura de mito».
El Alejandro «de la literatura» existe «en el mundo antiguo y también en la Edad Media», e incluso «en la modernidad, donde ha influido y mucho en la novela histórica, y ahora en el cine», enfatiza García Gual.
La aportación social de este personaje histórico resulta relevante «porque abrió el mundo griego, de una gran cultura pero hasta entonces cerrado en sí mismo, a todo el mundo oriental y Egipto». El ponente recuerda que Alejandro Magno «creó un gran imperio que sin embargo se disolverá y se cuarteará tras su muerte; no obstante, la cultura helenística permaneció». Su figura «es muy atractiva porque representa al joven conquistador movido por el ansia de superarse. De los grandes personajes que marcaron época -agrega este experto-, como [Julio] César e incluso Mahoma o Lenin, probablemente Alejandro sea el más simpático porque es el más joven e idealista, y porque le rodea siempre ese halo mítico que todavía hoy nos impresiona».
Esa imagen de semidiós, probablemente fruto de la leyenda y de las lagunas que salpican su vida (todavía se discute cómo murió, si por una herida de guerra o envenenado por sus propios generales), ha propiciado que se alargara más si cabe la sombra de sus hazañas: «La asociación de su figura a la mitología ha influido mucho en su leyenda. Él quiso ser reconocido como hijo del dios Zeus-Amón y rivalizar con Heracles y con Dioniso. Desde luego, es una figura que se proyecta siempre hacia unos horizontes extraordinarios, como si superase los límites del ser humano».
El general macedonio quiso imitar en vida a uno de los héroes de la guerra de Troya, el inmortal Aquiles, y, como recuerda García Gual, «llevaba siempre consigo un ejemplar de la Ilíada» de Homero, de la que fue protagonista. La «admiración por lo heroico» mantuvo siempre en el conquistador «ese ideal de héroe joven que combate en primera línea y que quiere ser siempre el mejor», y que ha logrado proyectar hasta nuestros días.
Precisamente, la grandeza de la imagen de Alejandro radica en que muchos de los hombres más poderosos que le sucedieron en la historia quisieron reproducir sus éxitos militares, como recuerda García Gual: «Va a ser el modelo porque es el héroe joven y arriesgado, es el ejemplo del gran guerrero que forja un imperio, lejano e idealizado pero siempre muy atractivo».
El ciclo de `la Caixa´ continúa (siempre en Can Ventosa a partir de las 19,30 horas) los días 25 de octubre, 8, 15 y 22 de noviembre con disertaciones sobre Sócrates, Julio César, Diógenes y Epicuro, por este orden.