Javier Álvarez www.delcastellano.com 14/11/2012

Tendrán que disculparme que hoy me salga un poco de la temática habitual. Es un hecho que durante los últimos años, por no decir decenios, en España se ha emprendido una incomprensible y monstruosa purga de las Humanidades en general y de las lenguas clásicas en particular. No es mi intención caer en el error de muchos defensores de las Humanidades, que, al defenderse, atacan en cierta medida la menor —cuestionable— opresión científica; pero sí es verdad que éstos, los científicos, callan ante la matanza humanística y solo se rasgan las vestiduras —y muy bien rasgadas— ante la sangría de las ciencias.

No quiero caer en ese error, digo, aunque sí es de justicia anotar el hecho de que, muy a menudo, los humanistas, y más aún los estudiosos de las lenguas clásicas, somos ridiculizados o incluso atacados tanto por científicos como por profanos en general. No hay más que ver la mayoría de los —vergonzosos— comentarios de esta noticia de meneame.net, doblemente vergonzosos: por su contenido y por el hecho de que, en general, podríamos decir que esos usuarios son una “élite intelectual” respecto a la media de la población española. También es cuanto menos preocupante que se critique más a los humanistas, totalmente inocentes y de hecho contrarios a las barbaridades del gobierno, que al propio gobierno perpetrador de semejantes disparates.

En cualquier caso, no quiero apartarme más del tema, por lo que me centraré en el título de nuestro artículo. Muchos ya conocerán la preguntita, quizá por haberla recibido a menudo, quizá por haberla formulado ellos mismos: ¿y eso para qué sirve?

Para responder a esta pregunta, muchos profesores, estudiosos y simples aficionados han escrito cantidad de artículos que, en mi opinión, suelen quedarse en lo superficial, en lo anecdótico, todos resumibles en que el latín y el griego sirven para conocer las etimologías de las palabras del castellano. Suelen estar estos artículos trufados de ejemplos de etimologías efectivamente curiosas, así como anécdotas ocurrentes, entre las cuales se encuentra aquélla famosa de que el latín sirve para que a los habitantes de Cabra (pueblo de Córdoba) se les llame egabrenses y no cabrones.

Yo, como filólogo clásico, contribuiré con otro artículo más, aunque intentaré —que no sé si lo conseguiré— dar una visión más realista y útil, tomando, remozando y añadiendo argumentos a favor de la enseñanza de las lenguas clásicas.

1. ¿De verdad tienen que servir para algo?

¿Para qué sirve la música? ¿Para qué sirve la pintura? ¿Para qué sirve la literatura? Si nos vamos a preguntas tan absurdas como “¿y el latín para qué sirve?”, veo lícito continuar la lista con otras preguntas igualmente absurdas. A este respecto quiero citar una frase que leí recientemente, precisamente de una web eminentemente científica, de Baruch Spinoza: “Todos los prejuicios que intento indicar aquí dependen de uno solo, a saber: el hecho de que los hombres supongan, comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al igual que ellos mismos, por razón de un fin”. Quizá el hecho de que algo que no sirve de mucho en la vida real nos apasione tanto es una de las tantas cosas bellas de las Humanidades.

2. Para conocer mejor nuestra propia lengua, el español

Aparte de las consabidas etimologías, de las que en este blog solemos dar buena cuenta, el griego y el latín nos ayudan a conocer nuestra propia lengua, no solo a nivel léxico, sino también sintáctico y gramatical en general. Igual que, como se suele decir, para conocer nuestro presente, hemos de conocer nuestro pasado, para conocer bien nuestra lengua, hemos de conocer a su madre, el latín, y a su tía lejana, el griego.

3. Para conocer mejor nuestra estupenda literatura

Todavía me entra risa cuando recuerdo mis clases más básicas de literatura española, en las que oí más de una vez que el Quijote podía considerarse la primera novela —porque, así dicho, es ridículo— de la literatura universal, y que el Lazarillo era la primera novela picaresca. Sin ir más lejos, estas dos magníficas obras beben directamente —cada una a su manera— de la novela picaresca latina del siglo II El asno de oro. También es impensable leer —por nombrar solo a los más conocidos— a Quevedo, a Garcilaso o a Góngora sin saber los rudimentos de la mitología y literatura grecolatinas.

4. Para facilitar el aprendizaje de otras “lenguas europeas”

Y digo “lenguas europeas” en general, la inmensa mayoría de las cuales —como el alemán, tan popular últimamente— son de origen indoeuropeo, como el latín. Las lenguas clásicas, al contrario que muchas de las lenguas modernas, eran bastante más complejas; ya se sabe: los famosos casos, una morfología y sintaxis enrevesadas, elementos ya desaparecidos como los participios de presente o de futuro, etc. Al adquirir estas nociones con el estudio del latín y del griego, ya las dominaremos para el momento en que necesitemos echar mano de ellas en el aprendizaje de nuevas lenguas. No solo será así en el aspecto gramatical, sino también en el léxico. Me gustaría citar un tweet revelador a este respecto: “Pregunté en el M. de Educación de los Países Bajos por el secreto del alto conocimiento de idiomas. ‘Enseñamos lenguas clásicas’ me dijeron”.

5. Para facilitar el aprendizaje del inglés

Teóricamente, el inglés se considera una lengua germánica, como el ya mencionado alemán. Sin embargo, a efectos prácticos y de aprendizaje, la sinergia con el latín es mucho mayor que con las otras lenguas germánicas, y quien niegue esto sabe poquito alemán o nada de latín. Se estima que el vocabulario actual del inglés procede en casi un 60% del latín (ya sea directamente, o a través del francés), y más del 5% del griego clásico; esto hace un 65% de vocabulario grecolatino. En cuanto a la sintaxis, también está fuertemente influida por el latín (supongo que a través, en gran medida, de la Biblia), como las oraciones de infinitivo inglesas, copiadas sin contemplación del latín.

6. Para facilitar el aprendizaje de otras lenguas romances: italiano, francés, catalán, gallego, rumano…

Ésta es de cajón, y no creo que haya que detenerse a explicarlo con mayor detalle. Si conocemos a la madre, podremos intuir por dónde tirarán las hijas.

7. Para ayudarnos con la ortografía en general

Tener unas nociones más bien básicas de latín y griego nos puede salvar muchas veces de cometer faltas de ortografía en bastantes idiomas. Recuerdo un libro de Inglés para alcanzar el nivel C1, en el que un simulacro de examen tenía una anotación que debía ser más o menos así: “Tranquilo: no te pediremos que escribas palabras de ortografía difícil como rhythm (‘ritmo’)”. La dificultad, realmente, no es tal, ya que con acudir la primera semana a la clase de Griego de 1.º de bachillerato se aprende que ῥυθμός /ryzmós/ se translitera al abecedario latino como rhythmos. Fin del problema.

También en el español, lengua muy conservadora con las grafías etimológicas, nos vemos beneficiados de esto. Ya hablé hace un tiempo del jaleo que tenemos con la b y la v y de la cantidad de gente que escribe, por ejemplo, “gobierno” con v, tal que “govierno”. Tal sustantivo se escribe con b porque era con b en latín, que lo tomó a su vez del griego, en el que también era, en este caso, con β. De paso, aprendemos la metáfora que hay en la palabra: el κυβερνήτης /kybernétes/ y el gubernator eran los que guiaban una nave, el timonel; de ahí, pasó a llamarse “gobernador” al que guiaba “la nave del estado”. De hecho, según me consta, en la terminología náutica el verbo propio para “conducir una nave” sigue siendo “gobernar(la)”.

Igualmente nos sirve para saber dónde va la diabólica h de “desahucio”.

8. Para conocer nuestra cultura, la occidental

La cultura occidental tiene sus raíces (y tronco) en la cultura grecolatina. Ya lo hemos dicho, pero lo repetiremos: si no conocemos los orígenes de nuestra historia, difícilmente podremos comprender el presente. La democracia ateniense —que, realmente, no era tan ideal como solemos pensar, cosa que se aprende en clase de Cultura Clásica—, el derecho romano, el alfabeto y el abecedario, la filosofía, la música, la arquitectura…

9. Para no pasar vergüenzas

Me apena —tanto en su uso del español de España como en el de América— leer y oír los incorrectos latinajos de los que gusta la gente. Muy recientemente, sin ir más lejos, he escuchado a una profesora de universidad emplear dos veces en una sola clase “condición sinequanum” —que suena muy a latín— en lugar del correcto “condición sine qua non“.

También son cuanto menos vergonzosos casos como éste, también en meneame.net —donde la gente suele lanzarse con avidez a corregir cualquier falta ortográfica—: pullae, nada menos que en el título. A día de hoy, más de 5 000 clics en la noticia. El titular sigue incorrecto. Más de 5 000 personas han leído el artículo entero, de lo que es de suponer que al menos 10 000 han visto ese titular, pero nadie se ha percatado de la falta de ortografía, grave, más que nada, porque puella, puellae es una palabra que se aprende en la primera semana de clase de Latín.

10. Para saber que la palabra “ratio” es femenina

Es solo un ejemplo, pero creo que está bien traído por ser precisamente una palabra que emplean —y mal, en masculino— bastante los científicos. Aunque acabe en “-o”, “ratio” es femenina, igual que “razón” y “ración”, ya que, de hecho, son la misma palabra, solo que “ratio” puede considerarse cultismo, mientras que “razón” y “ración” son esa misma palabra evolucionada fonéticamente según diversas formas.

Para saber que la palabra “ratio” es femenina, no hace falta ni siquiera saber intrincadas reglas fonéticas, sino simplemente haber llegado a la tercera declinación (segundo mes del primer curso de Latín). En esta declinación, muchas palabras tienen sus temas formados con un sufijo -tio(n), que forma sustantivos femeninos y que en español evoluciona a “-ción”, igual que “la canción”, “la aplicación”, etc.

11. Para conocer el vocabulario científico, médico, jurídico…

Es vox populi que, debido al estatus de lingua franca que ha tenido el latín durante siglos, el léxico científico (entre otros) está plagado de raíces griegas y latinas. Un hispanohablante, por muy iletrado que sea, sabe perfectamente las funciones del oculista y del dentista, aunque no tanta gente sabe las del oftalmólogo y las del odontólogo. Curiosamente, por cierto, tanto la raíz de “oculista” y la de “oftalmólogo” por un lado, y la de “dentista” y la de “odontólogo” por otro, tienen la misma raíz indoeuropea; pero eso ya queda fuera del conocimiento básico de instituto, lo reconozco. La estomatología no se preocupa de nuestro estómago, sino de nuestra boca, que es lo que significa στόμα /stóma/; quienes se preocupan de nuestro estómago son los gastroenterólogos, pues γαστήρ /gastér/ es el estómago; los gasterópodos son los animales que parece que andan con su estómago; el podólogo es quien nos cura los pies; los cefalópodos son los animales que tienen, por así decirlo, los pies en la cabeza; cuando tenemos dolor de cabeza, decimos que tenemos cefalea…

Tampoco a los científicos de todos los tiempos se les han caído los anillos no ya por saber latín y griego, sino por escribir sus revolucionarias obras en latín. No hace falta que nos vayamos a los tiempos de Arquímedes, Vitruvio o Newton: basta con recordar la exquisita educación clásica de Isaac Asimov, quien por cierto escribió un interesante libro, difícil de encontrar en castellano, titulado Words from the Myths, en el que investiga los mitos clásicos en busca de la abundante terminología científica sacada de ellos.

Para terminar por hoy, una cita de —o atribuida a— Einstein:

How can any educated person stay away from the Greeks? I have always been far more interested in them than in science.
¿Cómo puede alejarse de los griegos una persona culta? De siempre me han interesado mucho más los griegos que la ciencia.

FUENTE: www.delcastellano.com/2012/11/14/para-que-sirven-latin-griego-hoy-en-dia