Ángel Vivas | Madrid www.elmundo.es 07/03/2015
Longevo (vivió 90 años), poeta de primera fila, autor de exitosas novelas históricas (la versión televisiva de 'Yo, Claudio' es un clásico) y de ensayos fundamentales, como 'La Diosa Blanca'. Graves vuelve a estar de actualidad en el 30 aniversario de su muerte.
Vuelve Robert Graves a la actualidad como deben hacerlo los escritores, por medio de sus libros. Una nueva edición del que, para muchos, es el título central de su producción, 'La Diosa Blanca' (Alianza), ampliada, corregida y con nueva traducción a cargo de su hijo William; la reedición, también por Alianza, de 'Los mitos hebreos' y 'Los mitos griegos', y la aparición en España de un libro de conversaciones ('Robert Graves. Con los pies en el aire', Ed. Confluencias) marcan este retorno de un autor imprescindible. Siendo sólo una pequeña parte de su obra (la mayor parte del resto sigue disponible), los títulos citados implican de algún modo a toda la producción de Graves.
'La Diosa Blanca' es un libro dirigido a los poetas que muestran el concepto que de la poesía tenía su autor; los libros sobre mitos están relacionados con algunas de sus novelas históricas como 'Rey Jesús' o 'La hija de Homero'; y el de conversaciones nos acerca a la intimidad de Graves.
'La Diosa Blanca' para entender a Graves
Y tanto en su vida como en su obra, Graves fue alguien que rompió moldes. Si como artista es "difícil de encuadrar", como persona es un "vivo ejemplo de esa excentricidad tan típicamente británica" (las citas son del catedrático Bernd Dietz en la 'Historia de la literatura inglesa' dirigida por Cándido Pérez Gállego). Y si hay un libro entre los suyos tan atractivo como difícil de clasificar, tan sugerente como extraño, tan complejo como escurridizo, y, en definitiva, tan representativo de "su manera de vivir y ver el mundo" (de nuevo, B. Dietz), ése es 'La Diosa Blanca'. El responsable de esta nueva y voluminosa edición, Grevel Lindop, sostiene en la introducción que "nadie puede entender a Graves, o su poesía, sin leer 'La Diosa Blanca'", ese "fascinante laberinto de poesía, mito y erudición", un libro "que elude todo juicio simple" y mantiene "su capacidad de inspirar, retar, horrorizar y deleitar". (Aunque también constata que "no resulta sorprendente que algunos lectores descubran rápidamente que 'La Diosa Blanca' es ilegible y abandonen").
"'La Diosa Blanca' es central para entenderle", dice por su parte William Graves, traductor de la nueva edición y albacea literario de su padre. En cuanto a su dificultad, sostiene lo siguiente: "No es por la prosa. Se lee y se comprende perfectamente. Es difícil porque Graves lo ha escrito, a veces desestructurándolo en sus elementos, de tal manera que para entenderlo a la primera lectura no hay que pensar linealmente, a un solo nivel, sino poéticamente, a varios niveles a la vez. Entre otras cosas, Graves ha empastelado el texto deliberadamente, terminando un capítulo sobre un tema sin rematarlo y empezando el siguiente capítulo sobre otro tema diferente. Luego, cuando menos se espera, deja caer la conclusión del tema anterior fuera de contexto".
"'La Diosa Blanca' viene a ser una fusión de dos libros", añade William Graves. "Uno sobre el pensamiento poético; el otro, una investigación histórica sobre los matriarcados, de los cuales descubrió indicios en el Mar Negro cuando estaba escribiendo 'El vellocino de oro'. Esta investigación histórica sobre los orígenes y la supervivencia del matriarcado en las religiones lo realiza a través de la mitología, la arqueología, la antropología, y en poemas con acertijos en cuyas soluciones se escondían alfabetos mágicos de los bardos celtas. Graves entrelaza los dos libros para pormenorizar lo que él llama el único tema poético, la veneración del poeta a la Diosa Blanca".
Mitología
Obviamente, estamos ante un texto más poético que científico. "Sí", conviene su hijo. "En la parte del desarrollo histórico usa la filología, pero también una serie de cosas que un científico no usaría, como las migraciones de los pájaros. Y los mitos le parecen tan válidos como la historia, si saben usarse".
Prueba de ese interés de Robert Graves por los mitos son los otros dos libros ahora reeditados. Uno de sus estudiosos ha dicho que "lanzó extraños resplandores sobre la mitología clásica". Carlos García Gual, autor de un Diccionario de mitos y de una reciente Historia mínima de la mitología (Turner), destaca, sobre todo, el dedicado a los mitos griegos, "bien articulado, hecho como por mitemas, los pequeños motivos de cada mito, bien ordenado, con una segunda parte que remite a los textos y una tercera con sus interpretaciones personales, que entran ya en la poesía, la imaginación".
"El valor histórico que Graves da a los mitos es discutible", añade García Gual. Se ve en El vellocino de oro, donde retoca ciertos temas para hacerlos verosímiles porque toma al episodio del vellocino por un relato casi histórico, lo que no es. Tenía una fe un poco ingenua en los mitos".
García Gual, que estuvo una vez en la casa mallorquina de Graves, pero no llegó a verle porque éste se encontraba ya muy enfermo, cuenta una anécdota reveladora que le transmitió su hija Lucía: "Contaba ésta que cuando estuvieron en Delfos, siendo él ya mayor, Lucía le preguntó si no le impresionaba aquello y él dijo que no, que ya se lo había figurado". En el libro de conversaciones que es otra de las novedades sobre Graves, éste, sin referirse a esa anécdota (que quizá no se había producido), viene a corroborarla. "Yo tengo el don de situarme en el pasado y ver lo que está ocurriendo", les dice a sus entrevistadores. "Así es como las novelas históricas deberían escribirse".
Por cierto que sus novelas históricas, tan valoradas por algunos (García Gual muestra su preferencia por 'Yo, Claudio', "en la que se transparentan sus estudios oxonienses y sus dotes de gran narrador shakesperiano"), no eran muy apreciadas por el propio Graves. Cuenta en el citado libro de conversaciones que escribió esa novela y su segunda parte, 'Claudio, el dios, y su esposa Mesalina' en ocho meses, en jornadas de siete u ocho horas, porque tenía que pagar la hipoteca de la casa y no quería perderla.
Aureola legendaria
En esa casa de Deiá vivió Robert Graves muchos años como "un feliz pueblerino", al decir de Frank L. Kersnowski, editor de Robert Graves. Con los pies en el aire. Unos visitantes le describen vestido con pantalón de pana, suéter de marinero, chaqueta negra de piel de caballo, bufanda colgándole hasta la cintura, y liándose sus propios cigarrillos. Ese aislamiento (relativo, nunca dejó de recibir visitas) fue creando la leyenda del británico excéntrico enamorado del Mediterráneo. ¿Leyenda? William Graves ha evocado esos años en una reciente presentación de 'La Diosa Blanca': "Mis hermanos y yo nos criamos en el ambiente rural mediterráneo no muy diferente al de los tiempos clásicos. Allí se seguía el ciclo agrícola, un elemento esencial en el único tema poético de Graves, pues es la Diosa quien controla las estaciones. En nuestra finca se labraba con mula y con el arado romano; sembrábamos trigo entre los olivos. Cuando maduraba se segaba con la hoz, y los haces se llevaban a la era donde se separaba el grano de la paja con un rulo de piedra con aristas, tirado por una mula al son de canciones tradicionales… Y veía a mi padre cada mes hacer nueve reverencias a la luna nueva".
Ese modo de vida de protohippy más algunas cosas que se dicen en 'La Diosa Blanca' convirtieron a Graves en una especie de héroe de la contracultura de los años 60. Para su hijo William es evidente que se trata de un malentendido. "Es un poco como la Biblia, que no acabas de hilarlo todo y, al final, es más fácil leer lo que quieres leer", dice, refiriéndose a esos lectores despistados del libro de su padre. El propio Robert Graves lo dice claramente en alguna conversación, tras constatar que "varios cultos basados en 'La Diosa Blanca' comenzaron su andadura en el estado de Nueva York y en California": "Todavía soy el héroe de aquellos chiflados partidarios del amor y las flores, de los que paraban a los policías y les decían: Señor guardia, le amo. Sigo recibiendo multitud de cartas de aquel aquelarre, pidiéndome ungüentos voladores, recetas mágicas e información esotérica".
Con todo, algo de la inocencia de los hijos de las flores sí parecía tener un Robert Graves que charlaba con toda facilidad con los niños que lo rodeaban (los libros para niños son otra faceta no desdeñable de su producción). Y también algo de su rechazo al mundo tecnológico moderno. "Uno de los secretos para poder crear es tener el menor número posible de cosas que no estén hechas a mano", dice en una de las conversaciones del libro citado. Algo que corrobora su hijo William: "Le encantaba que en Mallorca las paredes estuvieran hechas a mano, que no se usara mucho la plomada, eso le relajaba mucho".
Otro flanco evidente que no dejaron escapar los lectores apresurados de ese libro complejo, poliédrico, difícil y profundo que es 'La Diosa Blanca', es el del feminismo. Si habla de la Diosa, la Musa y el matriarcado… Pero en este caso con más razón. Graves no sólo fue "el poeta que amaba a las mujeres", como le llamó Bernd Dietz con ocasión de su fallecimiento, sino que, más acá de musas y diosas, tenía a las mujeres de carne y hueso en gran estima. Se lo dice, por ejemplo, a Gina Lollobrigida en una jugosa conversación del libro citado: "La sabiduría viene de la mujer, se refleja en el hombre y él la incorpora a la poesía. Los poetas son hombres dignos de sus musas". Y a continuación habla de "esas bellísimas jóvenes, inteligentes, amables, tan bien cuidadas, con sus medias brillantes, junto a sus acompañantes que esperan, sucios, desaliñados, hablando únicamente de béisbol… ¡Cuando pienso que todas esas muchachas tan lindas tienen que escoger entre esa gente a sus maridos! ¡Qué triste! Hay más mujeres buenas que buenos hombres".
Treinta años después de su muerte, el artista difícil de encasillar que fue Robert Graves sigue felizmente de actualidad.
FUENTE: http://www.elmundo.es/cultura/2015/03/07/54f9e39e268e3e40558b456c.html
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