Luis Alemany | Madrid www.elmundo.es 27/11/2012

Rodríguez Adrados clama por la desaparición de las lenguas clásicas del bachilllerato. Y su parroquia lo respalda.


¿Quién va a entender eso de ‘Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda’ de Rubén Darío ahora que el latín y el griego llevan camino de desaparecer definitivamente de la educación media en España?

El helenista Francisco Rodríguez Adrados recibió ayer la noticia del Premio Nacional de las Letras que le concedió el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, y aprovechó la atención para recordar su agravio: ¿de verdad queréis un mundo sin latín y sin griego? En su argumentación, la idea recurrente de que las lenguas clásicas hacen mejores personas a aquellos que las estudian. Idea que, para los que apenas recordamos unas pocas clases de latín bastante desganadas en Segundo de BUP, nos suena a misterio. ¿De verdad que el griego cambia la vida de sus alumnos?

«Cuando yo era pequeña, hace ya algunos añitos, después de la reválida de 4º, que nos otorgaba el título de Bachiller Elemental, se imponía una decisión importantísima: ¿Ciencias o Letras? Y hete aquí que mocosos de 13 o 14 años nos veíamos obligados a elegir. No más de dos opciones. Y en cada una de ellas, el menú estaba fijado por adelantado: Latín / Griego o Matemáticas/Física y Química. Confieso que me daba un poco de envidia oír a mis amigas hablar de logaritmos neperianos y cosas de esas. Debía de ser interesantísimo, pero yo me encontré con mi elección como pez en el agua. Aquel rompecabezas fascinante de las lenguas clásicas me apasionó desde el principio: el sistema de casos y la compleja sintaxis que me hacían ver más claro el funcionamiento de las propias estructuras de mi lengua, el origen de tantas y tantas palabras oscuramente amenazantes que de repente se iluminaban y cobraban un sentido pleno (democracia, economía, otorrinolaringólogo…) y nombres propios (Ítaca, Odisea, Penélope…), lugares comunes que explicaban gran parte de nuestra tradición artística y humanística. En el fondo, me habría gustado ser como Leonardo y tener acceso a todo el saber de mi tiempo, en el que las lenguas clásicas tenían todavía tanto que decir».

La primera en contestar es María José Carpena, profesora de instituto en Madrid, entusiasta del griego y el latín. ¿Han sido las clásicas un equipaje valioso en su vida? «¡Qué bueno que cargué con él! Por supuesto, antes de la aldea global y su consiguiente invasión de anglicismos, las lenguas clásicas eran el manantial del que brotaban los tecnicismos, el lenguaje científico, la jurisprudencia, la economía y hasta la política. Y a quienes me digan (y haberlos haylos) que es algo totalmente inútil les preguntaría por la utilidad de tantas y tantas cosas que han llenado nuestras cabezas sin ayudarnos a conocer el mundo y, sobre todo, sin hacernos felices. Porque yo fui fundamentalmente feliz, estudiando latín y griego. ¿Para qué sirve conocer la vida de nuestros antepasados de Atapuerca o de las cuevas de Altamira? ¿Y los viajes a la Luna o a Marte? ¿Y el salto del tipo ése del otro día que tuvo embobado a medio planeta? ¿Hay algo que proporcione más felicidad que el hecho de conocernos a nosotros mismos, nuestras posibilidades y el mundo que nos rodea? Cuando el latín y el griego desaparezcan del bachillerato perderemos algo valioso en el camino: como cada vez nos interesa más el carácter utilitario, las viejas pregunas (¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?) dejarán paso a un no menos misterioso futuro:¿adónde vamos? y, sobre todo, ¿ganaremos lo suficiente para llegar allí (donde quiera que sea)?».

Gracias por el latín
Siguiente voz: Ángel Suárez, profesor de EGB y ESO durante cuatro décadas, sesentón y leonés. «Yo era un crío de familia modesta que, para seguir estudiando, entré en el Seminario Diocesano de León. Allí, Primero de Bachiller se llamaba Primero de Latín. Fueron, en total, seis años de latín y tres años de griego y no tengo palabras para dar las gracias a la vida y a los profesores que tuve por esa experiencia. Con los años he olvidado mucho de lo que aprendí, pero queda un poso importantísimo. Es como esos delanteros que parece que no están pero luego aparecen en el momento más importante…».

«Cuando me encuentro con alguien que tiene una buena formación en lenguas clásicas es fácil reconocerlo, hay una mente estructurada, un claridad en la manera de expresarse…. Nunca dejaré a nadie que presuma del dominio de la lengua castellana si no me demuestra que tiene una formación sólida en lenguas clásicas». Y no sólo en asuntos de letras. «En mi vida he dado muchas clases de matemáticas. Cuando explicaba Pitágoras, empezaba por contar a los alumnos que hipotenusa viene de ‘hipoteino’, tensar, y que catetos, de cateino, caer en perpendicular… Era una forma expresiva de enseñar, de buscar un aprendizaje comprensivo».

«El día que desaparezcan las clásicas de nuestra educación será para mal. Nos quejamos de la ortografía, de los errores que cometen los alumnos… Ahí subyace el desconocimiento del latín».

Y por qué no la Filosofía
Para representar a las siguientes generaciones de estudiantes de griego y latín, aparecen dos periodistas de este diario, Jorge Salido y Ángel Casaña, y una profesional del márketing, Alejandra Suárez.

Empieza Suárez: «La elección fue por descarte. Estaba convencida de que se me daban mal las ciencias, curiosamente los derroteros profesionales que me ha deparado la vida, me han descubierto que los números se me dan bastante bien. Después, toda mi vida profesional la he desarrollado en márketing pero de formación soy filóloga. Siempre he sentido que tanto el hecho de ‘ser de letras’ como el de tener una formación atípica en este contexto profesional, me daban un toque diferente. No le puedo decir qué concretamente han aportado las lenguas clásicas, pero si es cierto que el dominio del lenguaje y de la comunicación es diferente. No se trata de conocer más o menos palabras o etimologías, se trata de una sensibilidad especial hacia la importancia de las formas de comunicar en general». Y el día que el latín desaparezca del bachillerato… «Personalmente no me dará pena. Soy consciente de que el mundo evoluciona y no soy nada conservadora, confío en que las materias que vengan a sustituir también aporten mucho a las nuevas generaciones. Lo que si defiendo es el prestigio de las letras, que ya llevan demasiado tiempo estando un tanto demonizadas».

Continúa Jorge Salido: «Hice la EGB en mi pueblo y, acabado, este ciclo opté por irme a hacer el Banchillerato al Seminiario Menor de Cuenca, en Uclés. No por vocación, sino para formarme. Allí, evidentemente, se apostaba por una educación ligada a las letras puras, que era también lo que más me atraía. De este modo, desde primero de BUP hasta COU hice Latín (me examiné en selectividad: 9,5 -increíble, era complicado) y desde segundo de BUP hasta COU también estudié Griego (me examiné en selectividad: 5,5, poco para lo bien que se me daba). Los curas son muy dados a las lenguas clásicas».

«La verdad es que las clásicas no me han servido para mucho salvo para conocer el origen de la mayoría de palabras del castellano. Buena opción fue ir al Seminario a formarme, luego allí no había posibilidad de elegir. Eso sí, gracias a la nota de Latín en selectividad pude acceder a Periodismo. ¿Quién me lo iba a decir? Pero como el Latín y Griego, tampoco me ha servido mucho en la vida otras asignaturas como Literatura o Filosofía. Bueno, quizá Latín y Griego me sirvieron de algo más porque además del idioma también se aprendía cultura y podías conocer los orígenes de la actual civilización». «Al margen de la utilidad en la vida real, creo que sí se perdería algo importante en la formación. ¿Por qué eliminar Griego y Latín y no Filosofía, por ejemplo? La riqueza de vocabulario del castellano viene de estas lenguas y siempre es bueno saber cuáles son nuestras raíces. Evidentemente, nadie se va a comunicar en ellas, pero son mucho más que unas lenguas».

Y acaba Casaña: «Entré en griego porque no quería hacer otra cosa, tenía muy clara la vocación de letras. Tengo el recuerdo de unas clases muy divertidas. El griego era difícil, era difícil entender, pero, al mismo tiempo, era fácil. Quiero decir que todo era como un juego, una indagación, de modo que era sencillo encontrar la motivación y la concentración. No sé si el griego me ha servido para nada en concreto, pero siempre intuyes que cualquier conocimiento que te hayas ‘metido en el cuerpo’ ha sido para bien».

FUENTE: www.elmundo.es/elmundo/2012/11/27/cultura/1354006994.html