Javier Muñoz www.elcorreo.com 21/04/2013
En pleno auge de las carreras técnicas, un filólogo alemán escribe un alegato a favor de la lengua del Imperio romano, en la que «no se puede hablar de manera hueca y altisonante».
En la Euskadi angustiada por el éxodo de jóvenes ingenieros a Alemania, y cuando los empresarios reclaman que el sistema educativo vasco forme técnicos para la industria, al modo germano, es sugerente encontrar un libro a favor del latín publicado por un doctor de Filología clásica que a) es precisamente alemán y b) vendió en 2008 más de 100.000 ejemplares de su alegato entre sus compatriotas, aupándose a los primeros puestos de las listas. Si existe una explicación para el éxito de ‘El latín ha muerto, ¡viva el latín!’ (Editorial Subsuelo, 2012), del profesor emérito Wilfried Stroh, es su estilo ágil y sencillo, y la habilidad del autor para despertar la curiosidad de los lectores, sobre todo de quienes en la escuela y el instituto conocieron la EGB y el BUP, el punto de partida de una serie reformas educativas que han arrinconado paulatinamente las disciplinas clásicas.
Stroh, avezado divulgador cuya traducción al español va por la segunda edición, se entretiene y entretiene al público contando la biografía de una lengua supuestamente muerta hace veinte siglos, pero que -y esa es su tesis- se hizo inmortal gracias a tal defunción, certificada en su opinión por Cicerón y Virgilio. Al reseñar los vaivenes históricos del latín, vehículo del pensamiento, la ciencia y la diplomacia durante siglos, el reputado erudito atrapa los aficionados a la historia, ante cuyos ojos se suceden sin respiro Roma, el cristianismo, el Renacimiento, Lutero entrando en el convento con la única compañía de Plauto y Virgilio; los jesuitas alemanes, las teorías educativas de Humboldt y un examen del alumno Karl Marx, un joven de 17 años aplicado, pero con mala caligrafía. «Nunca estuvieron los romanos más alejados de las bellas artes y de las ciencias que en la época previa a las guerras púnicas», escribió en latín el futuro autor del ‘Manifiesto comunista’. Corría el año 1835 y tenía que aprobar en Tréveris el bachillerato prusiano.
Pero lo más interesante de Wilfried Stroh es que, con esos mimbres históricos, introduce el debate de la formación humanista y científica, una cuestión sobre la que los alemanes han escrito ríos de tinta durante siglos. Además, el filólogo proyecta indirectamente esa controversia sobre la crisis actual, subrayando las enseñanzas que hoy podrían extraerse de la Antigüedad latina. «Esta cultura desconocía nuestra idea de progreso: para ella la mesura era el elemento central de la ética; la felicidad, sobre todo, se definía de un modo totalmente distinto».
A los lectores saturados de las prédicas de los economistas, Stroh les receta a Cicerón y Séneca. Y de Horacio dice que «su voluntad de limitarse a ‘lo que es suficiente’ (‘quod satis est’) representa justo lo contrario de lo que defiende la mentalidad reinante, según la cual el crecimiento y la acumulación son los motores irrenunciables de la felicidad general». Un poeta latino, quién lo diría, anticipa la moderna teoría del decrecimiento. Y un idioma ‘petrificado’ que se utilizó históricamente en los colegios para disciplinar el pensamiento y amueblar la mente del alumno, y para ayudarle a aprender las demás lenguas, puede resultar ahora de gran utilidad para reformar la política y la economía. «En latín -avisa Stroh- no se puede hablar de manera hueca y altisonante, no es posible desarrollar un discurso imponente que carezca de sentido concreto».
El latín podría tener insospechados partidarios, viene a decir el profesor. Finlandia, el más europeísta de los países escandinavos, lo escogió como estandarte cuando le tocó presidir la Unión Europea en 1999 y 2006. Pocos se acordarán de ello, debido a la actual intransigencia del Gobierno Helsinki con los países deudores del sur; pero en ambas ocasiones los fineses editaron un boletín informativo semanal en la lengua del Imperio romano.
Stroh sí se acuerda. Y lamenta que Margaret Thatcher calificara el inglés como el «latín del presente», condición que concede «una gran ventaja» a quienes lo tienen como lengua materna. «El latín no era la lengua materna de nadie, todos tomaban parte en ella -puntualiza-; alcanzó su estatuto de lengua universal gracias a las singulares proezas de los romanos en la Antigüedad. Con todos mis respetos a Shakespeare, a Newton y a Agatha Christie, no me parece evidente que la cultura inglesa haya tenido una relevancia comparable en el mundo».
El filólogo alemán alimenta esa polémica y muchas más. No faltan en su libro anécdotas divertidas, como una insólita entrevista en latín concedida en 1986 a la televisión de Baviera por el consejero de Cultura de ese land, Hans Maier. El pretexto fueron unos ‘Ludi Latini’ que se organizaron en Domberg, y en los que había canciones, teatro, baile y buen humor. Maier dominaba el latín igual que el líder de su partido, el histórico socialcristiano Franz Josef Strauss, quien apoyaba habitualmente aquel acto cultural, aunque esa vez no pudo acudir y por eso envió al consejero en su lugar.
En Domberg, Maier fue interrogado en la lengua de Virgilio por un periodista que se ayudó ante las cámaras con unos apuntes preparados por la organización. El representante político contestó «de forma espontánea, con un discurso no sólo correcto, sino también estructurado y lleno de humor», relata Wilfried Stroh. Acabada la entrevista, en la pantalla reapareció la presentadora del telediario, un rostro mudo y perplejo que, transcurridos unos instantes, alcanzó a decir a la audiencia: «Ese… sí… era… un consejero de Cultura».
FUENTE: http://www.elcorreo.com/vizcaya/20130421/local/vuelve-latin-ciceron-virgilio-201304201828.html