‘Las suplicantes’ cierra la edición del Festival de Mérida con un reparto numeroso en el que sobresalen David Gutiérrez y María Garralón, los coros y un atinado componente musical que mejora el montaje
[El coro de suplicantes (uno de ellos), con David Gutiérrez, el rey de Argos, en la representación en el Teatro Romano de Mérida. / J. M. ROMERO]
Puede parecer un contrasentido, casi una provocación, pero la evidencia dice que en el Festival de Teatro Clásico de Mérida cada vez es más difícil encontrar un montaje que en la forma y en el fondo se guíen por los cánones del teatro grecolatino. Es cierto, me dirán, que la sociedad, y cómo no, la cultura evoluciona y que la innovación llega a todos los ámbitos. Quizás por eso ya no nos extraña que al Teatro Romano lleguen representaciones vanguardistas en las que un rey de Tebas puede visualizarse como un alto ejecutivo de una multinacional o un ejército persa lo integren soldados de la Legión. Vale. O que el escenario romano se convierta en un plató de televisión o una película. Esto es así. Pero, de vez en cuando, nos encontramos con obras clásicas que se diseñan, se trabajan y se ejecutan como tal y aprovechan la brutal belleza y posibilidades de representación que ofrece el frente escénico emeritense.
Con ‘Las suplicantes’, la primera idea que surge es esa. La de una tragedia monumental por sus dimensiones -una treintena de actores, con dos coros- y la sensación de que estamos ante una obra que efectivamente se piensa para su desarrollo en un monumento Patrimonio de la Humanidad de 2.037 años de vida y no en un teatro funcionarial de antes de ayer. Obviamente luego hay que analizar el resultado teatral, que puede ser excelente o cutre porque hay montajes modernos de calidad suprema y antiguos que no los salva ni aunque llenes de romano la escena.
Con ‘Las suplicantes’ hay una tragedia de sollozo eterno y rostro descompuesto cada dos por tres. Vestuario pulcro para un ‘peplum’ teatral intachable de toga, túnica, sandalias y cascos griegos. Música penetrante y de intensidad emotiva que va desde el lamento roto del cante de Celia Romero hasta el angelical coro Amadeus. Bajo una extraordinaria dirección y con un reparto actoral notable o muy brillante en determinados casos. Y con un insuperable sabor extremeño.
El último montaje de la edición 67 del Festival de Mérida deja, aparte otra vez de gradas llenas (2.100 espectadores en su estreno, el máximo permitido), la vindicación de que un texto que surge de autores grecolatinos siempre aparece en el momento oportuno.
Trabajo
Lo hace con un mensaje tan actual como inquietante, como el que plasmaron Esquilo y Eurípides hace 25 siglos: los refugiados que buscan asilo huyendo de la miseria y la persecución en su país, la discriminación femenina en todos los ámbitos, el desastre que supone siempre una guerra, la tiranía de los poderosos….todo se conjuga para firmar una representación de unos 100 minutos de duración que no deja al espectador indiferente.
De la posmodernidad estética vivida con el anterior montaje del Festival, el Edipo de Alejo Sauras, se pasa a una ‘obra de romanos’ de toda la vida versionada por Silvia Zarco, profesora de Latín y Griego del instituto ‘Siberia Extremeña’ de Talarrubias e impulsora del grupo teatral Párados, uno de los dos con presencia en la obra. El otro es el de la Escuela Municipal de Teatro de Guareña.
Uno y otro, exclusivamente femenino, desde un realismo atroz, aportan contundencia lírica a un texto marcado por la agonía y la tristeza permanentes.
Lo es porque estas ‘Suplicantes’ es tragedia sin aditivos, de las que hace muchos años se representaban casi igual en el Teatro Romano. Esas con las que el público que acudía a Mérida verano tras verano se familiarizó durante décadas y que directores y dramaturgos más o menos revolucionarios han dulcificado en los últimos tiempos.
Con todo, este montaje ideado por Eva Romero, de la Escuela de Teatro de Guareña, la encargada de poner orden a treinta actores sobre el escenario, el teatro extremeño saca músculo y, por qué no decirlo, pecho. No es cuestión de patriotismo cultural regional. Es una evidencia de la salud de nuestras artes escénicas, que seguramente no se corresponde con las oportunidades laborales que se les ofrece. Ni aquí ni en otros territorios del país.
A veces tenemos la mala costumbre de flagerlarnos o solo aplaudir por el hecho de que una compañía proceda de otros puntos del país. O dicho de otra forma: de desmerecer lo propio. No se trata de halagos por el mero hecho de ser extremeño pero tampoco lo contrario por no serlo.
Aunque el montaje presente ciertos altibajos y posiblemente requiera una dramaturgia más simplificada, en su conjunto es un producto muy elaborado, estéticamente sobresaliente, donde el componente musical lo mejora.
En ello tiene que ver las portentosas apariciones de la cantaora Celia Romero, de Herrera del Duque, un lujo del cante nacional como demostró al ganar la Lámpara minera de La Unión.
Su doble aparición, de manera divina (se le presenta como la diosa Ceres), sirve para poner el dedo en la llaga en el drama de las madres y mujeres que se preguntan reiteradamente ‘malditas sean todas las guerras’ o ‘para eso hemos parido’ al perder a sus hijos. Pero también cuando se señala el machismo o el control sin escrúpulos que quieren ejercer los hombres sobre ellas. La actuación de la cantaora es tan desgarradora como excelsa.
La música también ofrece un epílogo brillante con los niños del coro Amadeus, de Puebla de la Calzada. Suponen una aparición de película (no se puede quitar uno de la cabeza a ‘Los chicos del coro’) para apuntalar el montaje en sus minutos finales de la tragedia.
‘Las Suplicantes’ avanzan con paso firme por el dominio escenográfico que impone Elisa Sanz, la iluminación de Rubén Camacho o la música original de Eugenio Simoes. La coreografía de Gema Ortiz ayuda y mucho, con extraordinarias recreaciones, por ejemplo, de los hombres egipcios que desembarcan en Argos para llevarse a las mujeres que han salido de su país para evitar un casamiento forzoso o cuando se produce una guerra.
Interpretaciones
En este montaje emergen con tronío actores como el cacereño David Gutiérrez, con una voz y una dicción portentosas. Gutiérrez ya ha tenido experiencia previa en el Festival de Mérida. O la inolvidable María Garralón (una de las protagonistas de la televisiva serie Verano Azul, que vuelve a reponerse en estas fechas), creíblemente lastimera como madre que ha perdido a un hijo. Una actriz novata en el Teatro Romano a sus 68 años.
También merecen una mención específica Eduardo Cervera, el guareñense Javier Herrera, el zafrense afincado en Cáceres Rubén Lanchazo o el veterano Valentín Paredes, natural de Manchita. Puros actores en verde, blanco y negro.
Estas ‘Suplicantes’ que se quedan sin voz para pedir justicia y paz, para las mujeres y para el ser humano en general, se recordarán, sin duda. Es lo que tiene un trabajo bien hecho en el Festival Internacional de Teatro Clásico Mérida.
FUENTE: hoy.es