Lluís Permanyer | Barcelona www.lavanguardia.es 20/03/2011
La historiadora Jordina Sales Carbonell ha sustentado la hipótesis de que la Barcelona romana disponía de una arena o anfiteatro.
Barcino, colonia romana relevante, brinda algunas referencias indirectas sobre temas lúdicos. Pese a que no hay rastro alguno arqueológico ni documental, ¿es lógico sospechar que tuviera una arena?
La historiadora Jordina Sales Carbonell, del Grup de Recerques en Antiguitat Tardana de la Universitat de Barcelona (UB), ha realizado una investigación que le permite sustentar la hipótesis de que la Barcelona romana disponía de una arena o anfiteatro, y sospecha que se hallaba justo donde luego fue levantada encima primero la iglesia de Santa Eulàlia (más tarde denominada Santa Maria de les Arenes) y después Santa Maria del Mar. Su documentado estudio va a ser publicado en breve en el próximo número 21 de la Revista d´Arqueologia de Ponent, que edita la Universitat de Lleida.
Leído el documentado estudio de la historiadora Sales, comentadas las hipótesis con ella y escuchadas in situ sus interpretaciones de ciertos detalles urbanísticos, trataré de resumir cuanto sostiene.
El marco en el que se sitúa la sospecha de que pudo contener la arena de Barcino es el mismo que en la época tardoantigua albergó una necrópolis con sepulturas comprendidas entre los siglos IV y VI; era extensa, tal como se comprobó en la excavación realizada entre 1940 y 1967: contabilizó arribar el centenar de enterramientos.
No era sorpresa alguna que se efectuaran precisamente allí, como tampoco que, coetáneamente o poco después, se construyera una iglesia. En otros casos parecidos se trataba de santificar un lugar en el que habían sido martirizados cristianos a causa de la fe que practicaban. Allí mismo está documentado que en 877 el obispo Froidoino realizó la exhumación del cuerpo de santa Eulàlia. Está probado literariamente que en aquel lugar ya se celebraba culto a la citada mártir desde el siglo VI en el templo que más adelante, durante la alta edad media, aparece referido como Santa María de las Arenas.
Seis son los argumentos básicos en los que la historiadora Sales fundamenta su hipótesis.
Primero. El documento más antiguo conservado en el que aparece citada Santa Maria de les Arenes se remonta a 1104. Este nombre, contrariamente a lo que pudiera insinuar, no se refiere a la playa cercana; y es que ahora sabemos, a diferencia de lo que se había apuntado en tiempos, la línea costera estaba aproximadamente donde hoy se encuentra. Este nombre bien podría estar relacionado con la arena de Barcelona. Es sólito en ciudades de Francia e Italia que algunas iglesias reciban desde antiguo este apelativo; verbigracia Saint-Martin-des-Arenes, en Nîmes,o Santa Maria de Arena, en Padua.
Segundo. La minuciosa y solvente excavación llevada a cabo por Marià Ribas (publicada en 1977) en el interior de Santa Maria del Mar informa del hallazgo de arenas allanadas uniformemente y en las que después se excavaron las numerosas tumbas (de los siglos IV a VI) que formaban una extensa necrópolis tardoantigua. No parece razonable que en este periodo se tendiera la mencionada capa de arena para, a renglón seguido, excavarlo y llegar a materializar más de un centenar de enterramientos. Así pues, es más lógico sospechar que la superficie de arena aplanada hubiera sido situada allí con anterioridad y con un fin.
Tercero. Una simple observación aérea de la trama urbana de esta zona de la Ciutat Vella transmite la percepción visual de que se dibujan entorno a Santa Maria del Mar una serie de formas elípticas y de distinto radio. Se trata de una realidad también observable en las trazas urbanísticas de Lecce o Córdoba, y también en Lucca y Florencia. Es la adaptación urbanística posterior a un espacio preexistente. Por ejemplo, la curvatura del edificio frontero a la fachada principal de la iglesia de Santa Maria del Mar o la que originalmente se advertía en la calle Sombrerers. En el supuesto que la arena hubiera estado en el espacio que ahora ocupa Santa Maria, esta estructura lúdica romana tendría la misma superficie de otros anfiteatros romanos existentes en Hispania. Una gran concentración inusual de bóvedas y arcos medievales en las calles del citado entorno permiten no descartar que alguno tuviera un origen mucho más antiguo, al tratarse de soluciones arquitectónicas habituales en arenas.
Cuarto. El recinto amurallado de Barcino era pequeño. De poseer una arena, forzosamente tendría que haber sido colocada extramuros. La calle Argenteria, eje viario ya existente en el periodo de Augusto, unía el portal nordeste y el llano donde hoy se alza Santa Maria. Sería ilógico haber tendido aquella vía para no conducir a ninguna parte; de ahí que no sea aventurado pensar que permitía llegar a una infraestructura existente: quizá la arena.
Quinto. El no haber hallado resto alguno de una necrópolis alto-imperial indica que la zona no era entonces de uso funerario, posiblemente porque estuviera entonces ya ocupada por la mencionada arena.
Sexto: El espacio medieval del Born, de signo lúdico, fue emplazado significativamente al lado, al haber ya sido ocupado el lugar por el templo de Santa Maria.
Todas estas hipótesis confluyen y hacen sospechar pues en que es razonable pensar que la arena o anfiteatro romano de Barcino bien pudo estar emplazado donde hoy se alza Santa Maria del Mar. De ahí que, sostiene la historiadora Sales, valga la pena tenerlo presente, máxime si se da la ocasión de realizar dentro de aquel perímetro sensible futuras excavaciones arqueológicas. Y es que, tomados en consideración todos estos argumentos teóricos, los restos que se puedan hallar permitirían entonces ser interpretados a la luz de una óptica bien distinta a la mantenida hasta hoy, y relacionada por tanto con la arena.