70 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico

Olga Ayuso www.elperiodicoextremadura.com 22/08/2024

«Sigo siendo incapaz de ver una función fuera. Me quedo solita arriba para escuchar, escuchar y escuchar a mis clásicos. Creo que hoy hemos conseguido lo que Aristóteles fundó como ecuación de la tragedia griega. Creo que el terror, primero, más la compasión después, ha hecho que este público sufra la catarsis en ese aplauso [cuando matan a Agamenón]. Esa ecuación perfecta se ha dado hoy aquí, en Mérida y con eso yo creo que hemos vuelto a la ilustrada Atenas, a la ciudad de la reflexión, del debate político como polis y como ciudadanos. Eso es terapia comunitaria para esta sociedad fracturada y eso es que Mérida, desde hoy, es una pequeña isla Utopía que puede ser que nos haga creer que podemos ser mejores seres humanos».

Habla Silvia Zarco y sí, son sus clásicos, porque ella los hace y los deshace y los recrea para que entendamos qué ocurrió en todo el arco de la guerra de Troya durante más de una década. La expedición de los aqueos a Troya a causa del juramento de los pretendientes de Helena; el rapto de Helena que desencadena la acción. En el puerto de Áulide (a una veintena de kilómetros al sudeste de Tebas) se forma un ejército. Los vientos no soplan: Agamenón ha ofendido a la diosa Artemisa, la hermana melliza de Apolo, la diosa de la caza, de los animales salvajes, del terreno por sembrar y la virginidad y los nacimientos y las doncellas. Le mata un cervatillo. La Potnia Theron, la señora de los animales, se ofende: el cervatillo le estaba consagrado. Él también deberá matar a un animalillo asustado, que no es otro que su hija Ifigenia, que se transformará luego en una sombra, una culpa, un remordimiento, una pesadilla.

«El texto de Silvia Zarco es de una belleza inusual. Un texto literario, que se expande en la boca de los actores»

En honor a la diosa, que traía y curaba las enfermedades de las mujeres, la mayoría de los mitos dice que no permite que Agamenón sacrifique a la hija (como el Dios cristiano con Isaac («Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moriá y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré»). En lo que respecta a nuestra historia, Esquilo hace que la maten. Y soplan los vientos. A la pobre la han engañado con casarla con el más fiero de los guerreros, Aquiles, que es el único hombre decente de toda la obra (atención a Néstor Rubio), si exceptuamos a los mensajeros, pobres diablos a los que el mundo temía.

Un momento de la representación de 'Ifigenia' en el Teatro Romano de Mérida.

Un momento de la representación de «Ifigenia» en el Teatro Romano de Mérida. / Jorge Armestar

A mí Agamenón nunca me ha caído bien. Una lee la ‘Ilíada’ (recuerdo a Ricardo Gómez, en 2017, que interpretaba a Orestes diciendo: «Bueno, todo el mundo ha visto Troya». Cuando puse cara extraña, me preguntó: «¿Tú no?» «No, yo no, pero he leído la ‘Ilíada’). Pues eso, una lee la ‘Ilíada’ y no deja de pensar: este tío es gilipollas. Y, porque hemos leído la ‘Ilíada’, qué emoción escuchar a Néstor/Aquiles recitando sus versos: canta, oh musa, sin citar su propio nombre, qué escena tan bella.

Pero yo estaba diciendo lo gilipollas que me parece Agamenón en La ‘Ilíada’ y lo mucho que le comprendo en esta obra. Los griegos usan la palabra ‘hamartía’ para designar un error fatal. Si no mato a mi hija, no podemos ir la guerra. Si no podemos ir a la guerra, el crimen contra Grecia queda impune y esto es un sindiós. Haga lo que haga, habrá consecuencias desastrosas. Así que mata a su hija. Su hija luego se convierte en la compañera en la muerte (en el Hades) de otra mujer muerta para honrar la tumba de Aquiles (y, de nuevo, tener vientos favorables). Es Políxena, la hija de Hécuba. Hécuba y Clitemnestra ven cómo Agamenón y su ejército matan a sus hijas: las dos son reinas. Una es vencedora, la otra vencida. Las cuatro alzan la voz contra la violencia hacia las mujeres.

Pase para medios de 'Ifigenia'.

Imagen tomada durante el pase para medios de «Ifigenia». / Jorge Armestar

Eva Romero ha estado bastante más contenida que en ‘Las Suplicantes’ (en las que había tanta gente y tantas ideas que aquello era un ‘totum revolutum’). Y esa contención ha dado como resultado una buena obra para despedir el Festival de Mérida. Una obra que convierte en protagonista a la hermana de Electra y de Orestes, siempre mucho más representados (a pesar de lo mucho que me estomagan Electra y Fedra: es que no puedo con estas señoras), una mártir que accede morir para mayor honor de su padre y de los griegos. Hacía 25 años que no la veíamos en esas piedras.

El texto de Silvia Zarco es de una belleza inusual. Un texto literario, que se expande en la boca de los actores, musical, exacto, denso, preciosísimo. Y, además, está publicado. A esta señora alguien le pondrá una calle algún día, por todo lo que hace por la cultura grecolatina, que es la base de la tradición y de la construcción mitológica de nuestro continente. Pero, mientras tanto, préstenle atención a ese texto hermoso, que bien lo merece.

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