J. C. Z. www.hoyfuentedecantos.es 28/09/2012
Las máquinas no se detuvieron pese a que el hallazgo fuese calificado como «bien patrimonial único».
Cuando en 2004 las obras de la A-66 se toparon con una importante villa romana cerca de Fuente de Cantos quedaron en evidencia tres cuestiones: que las prospecciones previas habían sido una farsa, ya que no mostraban ni de lejos la relevancia del yacimiento; que la movilización ciudadana nada puede contra los intereses económicos y políticos, y que una vez iniciada una obra ni los responsables de preservar el patrimonio se atreven a parar las máquinas. Los restos, que permanecieron 16 siglos protegidos por el desconocimiento de su existencia, quedaron arrasados en pocos minutos y arrojados a una escombrera, pese a ser definidos por el director de la excavación como «un bien patrimonial único».
Nada menos que 16 siglos sobrevivió la villa romana de Las Motas, a poco más de dos kilómetros de Fuente de Cantos, superando guerras, reutilización de algunos de sus materiales y laboreo de la tierra. Esta historia tuvo un brusco e indeseado final a principios de 2005: una cadena de negligencias, desinterés y prisas por cálculos políticos terminó con el yacimiento cuando aún no había sido siquiera excavado completamente. De nada sirvió la movilización de los vecinos encabezados por el ayuntamiento ni las numerosas llamadas para que se considerase una modificación leve de aquel tramo de la Autovía de la Plata, en un terreno de orografía sencilla (un llano con escasos desniveles): el 19 de enero de 2005, las máquinas entraban en el yacimiento y las excavadoras se llevaban parte del pasado extremeño a una escombrera, puesto que en el lugar donde estaba la villa romana se realizó un desmonte de 7 metros de profundidad.
El principio del fin de este emplazamiento (cuya excavación completa podría haber dado incluso pistas sobre el enigmático Lacunis, un asentamiento romano que figura en documentos antiguos pero que aún no ha sido localizado) comenzó a gestarse hacia finales de 2002, cuando se realiza el proyecto del tramo Fuente de Cantos Norte-Fuente de Cantos Sur, de la citada A-66. El obligado estudio de impacto arqueológico revela la existencia en el trazado inicial de un asentamiento que sería afectado gravemente por las obras. Sin embargo, no se profundiza más para ver de qué se trataba y, en su caso, idear alternativas.
Como recuerda Víctor Gibello, director de Arqueocheck (empresa que realizó a la postre la excavación de urgencia antes de la destrucción de la villa), «la escasa información contenida en aquel estudio inicial no evidenciaba la entidad ni la naturaleza del emplazamiento, limitándose a esbozar su filiación cultural romana y la necesidad de delimitar mediante sondeos arqueológicos su extensión real durante las obras, hecho que, a posteriori, resultó fatídico para la conservación del yacimiento».
Nada debía interferir en la ejecución de la autovía dado el considerable retraso que acumulaba esta obra (y las protestas suscitadas por ello) y por tanto el proyecto no se tocó. De ahí que, ya en marzo de 2004, cuando las máquinas llegaban a esta zona, la suerte estaba echada, daba igual lo que apareciese.
La constructora adjudicataria, OHL, contrata a Arqueocheck para documentar el yacimiento, pero exclusivamente en la traza de la autovía, dejando fuera por tanto una buena parte de la villa. Al efectuar los sondeos, los arqueólogos descubren «un asentamiento de gran amplitud y complejidad muy superior a la inicialmente prevista», según Gibello. Durante 7 meses, un equipo de 30 personas trabaja en una superficie de 8.150 metros cuadrados tratando de desentrañar los secretos del yacimiento.
Siglo II
Se fecha así el inicio de la ocupación de la villa en el siglo II, y también se determina que responde fielmente al concepto de ‘villae’, un tipo de asentamiento rural de grandes dimensiones, dividido en tres partes: pars urbana, residencia de lujo para el dueño de la propiedad y su amplia familia; pars rustica, alojamientos de los trabajadores y zona de talleres, y pars frumentaria, donde se encuentran almacenes, silos, molinos y bodegas. Estas villas, habitadas hasta por un centenar de personas, funcionaban en la práctica como poblados autónomos, que vendían sus excedentes a las ciudades.
En el caso de Las Motas, su ubicación es estratégica, entre las calzadas que unen la desembocadura del Guadiana con Emérita Augusta, y Córdoba con la misma capital emeritense a través de Regina Turdulorum. Y es precisamente la pars urbana, la más rica, la que se encuentra para su desgracia justo en mitad del trazado de la autovía. En esta zona se detecta la construcción en una etapa posterior, posiblemente en el siglo IV, de una habitación con forma de ábside, donde existe un enterramiento, lo que hace suponer que se trataba de un personaje importante.
Los avances en el estudio permiten descubrir que la villa se usa al menos hasta el siglo VIII, y que durante la última época, ya con el cristianismo extendido, se construye una iglesia y una necrópolis asociada con al menos 15 enterramientos.
Son precisamente esta basílica, dotada de un baptisterio para la ceremonia del bautismo por inmersión, un pórtico y posiblemente restos de lo que fue una torre cuadrangular, y los singulares espacios de enterramientos, con variedad de tumbas, el algunas de las cuales se hallan ajuares funerarios, los elementos que quizá llaman más la atención.
Tras su abandono a mediados del siglo VIII, seguramente fruto de la concentración poblacional dictada por al-Andalus (medida que supondría la pujanza de Laqant -actual Fuente de Cantosen la época emiral), el yacimiento no sufre una destrucción premeditada, según el informe de excavación, aunque sí el habitual expolio de materiales de construcción para ser reutilizados en otras edificaciones.
Bien patrimonial único
En octubre de 2004, la excavación se da por concluida, no sin polémica: diversas fuentes apuntan presiones políticas para cerrar inmediatamente los trabajos dado el creciente movimiento de rechazo ciudadano a que el yacimiento sea destruido (contra lo que ocurría al inicio de la excavación, Junta y Gobierno central estaban ya en manos del mismo partido, el PSOE), pero Gibello sostiene que no es así, que el trabajo concluyó porque no había nada más que hacer en la parte asignada.
Sea como sea, el director de Arqueocheck sí asegura que, finalizada la excavación, la suerte estaba echada, nada detendría a las máquinas. «Desde que fue iniciada la excavación arqueológica, todos conocíamos el destino final del asentamiento; nuestra experiencia nos indicaba que los restos serían desmontados para que pudiera ejecutarse la obra pública en los términos en los que estaba planteada», apunta. Es decir, daba igual la riqueza e importancia de los restos, las autoridades encargadas de velar por el patrimonio no iban a ejercer su potestad para obligar a una modificación del trazado.
Con todo, Gibello lamenta lo ocurrido y añade que hasta el último momento se mantuvo la esperanza de que el proyecto fuese modificado «para permitir la subsistencia de un bien patrimonial único. Además, vista la gran superficie por la que éste se extendía, la importancia de los restos exhumados y el enorme interés suscitado en la población, pensamos en la posibilidad, remota eso sí, de que el yacimiento sobreviviera de algún modo».
No fue así, el 19 de enero de 2005, a primera hora de la mañana, las excavadoras acabaron en pocos minutos con una parte de la historia extremeña que había permanecido intacta durante siglos, gracias a que no se sabía que existía.
Durante su participación en la Jornada de Historia de Fuente de Cantos, el arqueólogo clamó por un cambio en el modo de actuar, de manera que se diese más importancia a la historia y no supeditarlo todo al interés económico y las prisas. «Los proyectos de construcción deberían velar por la conservación de los bienes arqueológicos, facilitando su conservación mediante una circunvalación de los mismos. Aunque ello supusiera ligeros cambios en los recorridos viarios, el mantenimiento de nuestra herencia común así lo requiere».
Apunta el arqueólogo, eso sí, un leve consuelo: el tramo arrasado se circunscribió exclusivamente al trazado de la autovía, partiendo en dos el yacimiento. De este modo, quedarían aún restos de importancia aún no determinada a ambos lados de la vía «y es por ello que entendemos como necesario continuar avanzando en la investigación arqueológica».
Siete años después de la destrucción del núcleo del yacimiento, esta petición aún no ha encontrado eco, y la zona adyacente sigue como estaba. Tal vez sea mejor así, que los restos continúen enterrados, al menos hasta que se constate que ha cambiado la sensibilidad hacia el patrimonio histórico y prime el conocimiento del pasado sobre la economía y las prisas políticas. Entonces sería el momento de volver a excavar sin arriesgarse a que la barbarie acabe con lo que queda.
Testigo mudo
De momento, sólo nos queda un testigo mudo de lo ocurrido. A principios del verano de 2004, cuando se empezó a difundir el hallazgo de la villa romana, se gestó un movimiento ciudadano a favor de la conservación de los restos, que contó con el respaldo del Ayuntamiento de Fuente de Cantos y diversos grupos de defensa del patrimonio. Durante meses, por las tardes, cuando ya los arqueólogos habían concluido su trabajo, podía apreciarse una continua ‘peregrinación’ de vecinos a La Motas para observar lo descubierto.
Las peticiones del consistorio para que se valorase un cambio en el trazado de la autovía contaron con la sorprendente respuesta de la Consejería de Cultura, que tenía la última palabra, desde donde se indicó que los restos se arrasarían porque eran de poca importancia, contradiciendo así las apreciaciones de los técnicos que trabajaban a pie de yacimiento.
Esta postura no disuadió al colectivo ciudadano que seguía intentando que no se destruyese su historia, por lo que cuando se supo que el yacimiento había sido arrojado a una escombrera sin contemplaciones se provocó una honda indignación.
El ayuntamiento rescató in extremis una piedra de moler de la villa, único testigo de lo que guardaba Las Motas, que colocó en un parque de la localidad -y ahí sigue, para que nadie olvide lo sucedido- con una placa que recuerda que la ceguera política privó a todos de un importante hallazgo.