Piloña (Asturias) www.elcomerciodigital.com 12/12/2010
Los hallazgos de un enterramiento romano en Piloña ponen de relieve la importancia arqueológica del Oriente de Asturias.
La historia empezó a construirse hace mucho tiempo. Aunque sólo con la llegada de la sociedad contemporánea comenzó a constatarse con los restos hallados en yacimientos y rincones del mundo. El Oriente de Asturias atesora siglos de humanidad a través de fósiles, huesos, útiles… Escondidos entre las tierras y las cavernas de la comarca, tan rica como extensa, están las entrañas de nuestro pasado. Las que nos cuentan cómo y dónde empezó todo, cuándo y quién vivió antes que nosotros. El patrimonio artístico prehistórico que el Oriente de Asturias ha aportado a la ciencia, en constante actualidad por los continuos descubrimientos, es de sobra conocido. Algo menos se sabe de las necrópolis o enterramientos individuales de humanos prehistóricos o de relativamente épocas más recientes. Esta semana se ha descubierto, por casualidad, la existencia de una necrópolis romana en las inmediaciones de la parroquia de San Román, en Piloña. Ha sido esta última noticia la que ha puesto de relevancia la importancia arqueológica del Oriente asturiano. Seguro que aún queda mucho por descubrir, la arqueología es una ciencia muy viva, sólo es necesaria la unión de casualidad, trabajo, partidas económicas y estudios posteriores.
Las novedades de Piloña, aún sin conocer completamente, se unen a una lista de descubrimientos extensa. Las últimas noticias sobre el hallazgo piloñés confirmaban la existencia de un edículo de tres metros de ancho por tres de largo, enlucido por dentro, en cuyo interior hay dos tumbas de romanos que, con probabilidad, tenían cierto nivel social. Así se desprende tras encontrar junto a ellos materiales de ofrenda interesantes, algún bronce y vidrio. Además, es el primer enterramiento colectivo de esta época que se localiza en Asturias.
Es cierto que hay más, pero aquí se citarán sólo los hallazgos hechos públicos desde hace unos años correspondientes a distintas épocas. Algunos de los más relevantes, aunque sólo sea hasta el momento. Cabrales, Llanes, Cangas de Onís, Colunga, Peñamellera Alta o Piloña son los concejos donde más restos se han encontrado hasta el momento ya sean de la época anterior a Cristo o de la posterior. Seguramente existan más o hayan existido, aunque no hayan llegado hasta nuestros días.
Un ejemplo de ello es la Sierra Plana de la Borbolla. Ahí, recuerda el catedrático en Prehistoria Miguel Ángel de Blas, «se contaron al menos hasta 60 túmulos». En muchos casos «eran tumbas dolménicas». No se hallaron en su interior esqueletos porque, explica, «para que se conserven tiene que haber condiciones físicas y químicas adecuadas». Algo que falla en la Sierra Plana donde «los suelos son muy ácidos» y la consecuencia a largo plazo es que «un cuerpo humano enterrado ahí dure realmente poco tiempo». La acidez del suelo «destruye tanto la parte orgánica como la parte mineral y, en consecuencia, un dolmen en la zona de Peña Tú o un túmulo que haya contenido cuerpos humanos varios miles de años no tiene en su interior absolutamente nada, ni siquiera un diente, la parte más resistente».
No ocurrió eso sin embargo en Vidiago, en la cueva del Bufón. Una caverna funeraria donde, cuenta De Blas, «durante la Edad del Cobre (tercer milenio antes de Cristo) fueron depositados los cuerpos de varios individuos acompañados por cerámicas propias de la época y por algún objeto pequeño de cobre». Uno de aquellos cráneos hallados está hoy en el Museo Arqueológico de Asturias. También datadas en el tercer milenio, «existen cuevas funerarias en el entorno de Cangas de Onís». El cadáver más importante del Oriente, dice De Blas, «el más conocido, es el hombre de los Azules».
Existen en el Oriente más vestigios esqueléticos de prácticas funerarias (sin obviar los de Tito Bustillo o el Sidrón, más conocidos). Situados entre el octavo y quinto milenio antes de Cristo se data el cráneo de la Cueva de Cuartementeru (Llanes) o la tumba del Molinu de Gasparín (Colombres). Son lo que se conocen como «restos asturienses». Y entre ellos se incluye también otro conjunto «más notable» hallado en la Cueva de los Canes, en la localidad cabraliega de Arangas. Había allí «entre tres o cuatro individuos enterrados en fosas con ajuares, instrumentos de piedra…». Corresponden al sexto milenio antes de Cristo.
Muy curioso resultó también el caso de Peñamellera Alta. En plena sierra del Cuera, en una zona conocida como Fuentenegroso, de nuevo la sorpresa llegó a los ojos de los arqueólogos cuando hallaron manifestaciones de un antepasado. Encontraron a una mujer. A una joven fallecida hacía más de 2.700 años. Un esqueleto humano en medio de la sierra, fuera de un camposanto y que había vivido en el primer milenio antes de Cristo. Las pruebas del Carbono-14 situaron estos restos en el marco de la primera Edad del Hierro. Sus estudiosos, que lograron una excepcional calidad en la reconstrucción arqueológica, averiguaron que aquella mujer había sufrido algún episodio de estrés alimentario durante su infancia, supieron que probablemente realizara considerables esfuerzos físicos y que su dieta se basaba en cereales, verduras, frutas y carne.
Los expertos y arqueólogos Rosa Barroso Bermejo, Jorge Camino Mayor, Primitiva Bueno Ramírez y Rodrigo de Balbín Behrmann recogieron en un libro aquel hallazgo. En su sinopsis aseguran que aquel yacimiento contribuyó a aclarar una de las épocas más oscuras del pasado regional. «Hasta hacía relativamente poco tiempo el inicio de la Edad del Hierro era uno de los períodos peor documentados en esta parte de la Península Ibérica. Además de documentar la complejidad del comportamiento en relación con la muerte de las sociedades de esta época, Fuentenegroso confirma un rasgo que parece característico de esta etapa: la escasa significación en esta parte de Europa del límite convencional entre las Edades del Bronce y el Hierro».
Hay más hallazos, pero dice De Blas que son menos «milagrosos». La verdadera reliquia, al parecer, es aquella que permanece, en forma de esqueletos o huesos en este caso, «desde hace muchos miles de años», hasta nuestros días. A buen seguro, recalca, si en cada iglesia que conocemos se iniciara una excavación saldrían a la luz cientos de nuevos hallazgos de épocas más recientes. Algunos de esos ejemplos también se encuentran en el Oriente de Asturias.
El año 2007 fue un momento de grandes descubrimientos en este sentido. En algunos casos fueron obras con las que se hallaron, por azar, lo que se escondía bajo la tierra. Los trabajos para la rehabilitación en la iglesia Santa María de Llás, en Arenas de Cabrales, sacaron a la luz un antiguo ara medieval. El monumento conservaba monedas de los siglos XVIII y XIX y un laude (lápida) con un escudo que data de la Edad Media. Pero también hallaron un osario y tres enterramientos -sepulturas de los abades y mayorazgos- bajo la capilla mayor. Sin embargo, según la documentación que se conserva del templo en toda la zona del presbiterio se calcula que existían 16 tumbas.
Cuando los arqueólogos abrieron una zanja perimetral, bordeando la iglesia, antes de acometer el drenaje, comprobaron que había un pequeño osario probablemente del siglo XVIII y una tumba de laja (piedra) de la Edad Media. Además, observaron la presencia de otros dos enterramientos medievales junto a la puerta por la que se accede al monumento. Tanto los cuerpos como el osario se volvieron a tapar y permanecen en el mismo sitio donde se encontraron.
Unos meses más tarde fue la localidad canguesa de Corao la que se hizo famosa por sus tesoros. Durante la polémica rehabilitación de la iglesia de Abamia -aún hoy a la espera de noticias sobre si retomar o no su aspecto inicial después de una polémica restauración- se detectó un gran número de restos humanos. De entre todos ellos destacaron dos enterramientos orientados con la cabeza hacia el Sur y los pies al Norte, algo que suele ser más habitual en los ritos paganos que en los cristianos. Este detalle llevó a los expertos a pensar que los cuerpos son anteriores a la construcción del templo, aproximadamente entre los siglos VIII al XIV, aunque la mayor parte del edificio data del siglo XIII. Uno de los cuerpos encontrados pertenece a una persona adulta y bastante corpulenta y el otro corresponde a una persona más joven. En la misma excavación se descubrieron unos cincuenta enterramientos más, en su mayoría de la Baja Edad Media, así como algunos trozos de cerámicas medievales y un ataúd de madera.
En el mes de noviembre de aquel mismo año la iglesia prerrománica de Santiago de Gobiendes, en el municipio de Colunga, también dio un tesoro a la sociedad contemporánea. En ella se hallaron hasta dieciséis enterramientos y una moneda. Aquella necrópolis, medieval, apareció durante las excavaciones realizadas junto al ábside. Se certificó entonces que algunos de aquellos cuerpos databan de los siglos IX y X, justo en la época en la que se construyó el templo colungués.
Entonces se supo que algunas de aquellas personas pudieron haber vivido en los siglos XI, XII y XIII. Fueron encontradas tumbas de lajas, ataúdes compuestos por varias losas de piedra que forman un rectángulo. Los otros enterramientos, los más antiguos, fueron hallados en las cotas más bajas, a un metro y medio de profundidad. En la parte más superficial de la cata, por contra, se hallaron otros cuerpos pertenecientes a la época bajomedieval, entre los siglos XIV y XVI. En este caso habían sido enterrados directamente en fosas.