Albert Lladó | Barcelona www.lavanguardia.com 24/10/2011

El creador de Apple actualizó conceptos como el «tetrafármaco», el ‘memento mori’, o el ‘carpe diem’ para ver la muerte como un agente de cambio.

Muchos ven a Steve Jobs como el arquetipo del emprendedor que triunfa en un capitalismo competitivo y salvaje, habiendo conseguido que el isotipo de la manzana mordida esté en la televisión, el metro, las oficinas y los bares. Otros, sin embargo, consideran al creador de Apple un auténtico gurú, un visionario que acercó la tecnología al uso cotidiano, facilitando un cambio de paradigma que transforma radicalmente nuestra forma de comunicarnos y conocer.

Más allá de maniqueísmos, lo cierto es que Jobs crece en el movimiento contracultural, y la importancia que se le da a la espiritualidad en ese contexto afectaría para siempre a su concepción de la vida (cometiendo graves errores, también) y la tecnología. Una espiritualidad que manifiesta en el discurso que abría el curso académico en la Universidad de Stanford en 2005.

En uno de los tres bloques de su conferencia habla de la muerte, y de cómo le diagnosticaron un cáncer incurable, un tumor en el páncreas. El hecho de que durante unas horas pensara que tan sólo le quedaban seis meses de vida le transformó como persona, resituando prioridades, y reforzó el creador capaz de imaginar lo imposible.

Que Steve Jobs hablara sin tapujos de la muerte a los cientos de jóvenes estudiantes no era gratuito. Desde la filosofía presocrática la importancia de recordar la finitud de la vida ha sido fundamental para los pensadores, que insistían en insertar esa consciencia en el día a día de sus contemporáneos.

En este sentido se enmarca el «Tetrafármaco» de Epicuro de Samos, una suerte de receta que busca la felicidad (para Jobs, sería hacer lo que realmente quieres hacer) superando cuatro miedos principales que nos impiden llegar a ella: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor, y el miedo al fracaso.

Si repasamos el discurso del creador de Apple, los paralelismos son asombrosos. Respecto a los dioses – actualmente, los que te dicen qué se puede hacer y qué no -, Jobs invita a los estudiantes a que sigan sus instintos. El miedo a la muerte puede utilizarse como un activo, como un referente para no perder el tiempo en querer contentar a aquellos que no creen en ti. «La muerte es un concepto útil, pero únicamente intelectual. Nadie quiere morir. Pero la muerte es posiblemente el mejor invento de la vida», asegura el de Palo Alto. ¿Y el dolor? El dolor se afronta con valentía. Steve Jobs se pregunta: «si hoy fuese mi último día de mi vida, ¿querría hacer lo que hoy voy a hacer? Si la respuesta ‘no’ se repite demasiado, hay que cambiar». Por último, las referencias al miedo al fracaso son constantes. «Recodar que vas a morir es la mejor forma que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder», sentencia. «Vuestro tiempo es limitado, así que no lo gastéis viviendo la vida de otro», recomienda a los oyentes de Stanford.

Sócrates, incluso, aconsejaba «practicar la muerte diariamente». Aunque parezca algo evidente, el día a día nos va absorbiendo de tal forma que «olvidamos» nuestra condición de seres humanos y, por lo tanto, de animales que tienen un tiempo limitado. Jobs, con ironía, recordaba cómo cuando tenía 17 años leyó una sentencia que le marcaría para siempre: «si vives cada día como si fuera el último, un día tendrás razón».

La importancia de la muerte en la filosofía que se estaba forjando en Grecia viene, en gran medida, de la concepción pitagórica, y de la inmortalidad del alma. Aunque durante la vida el cuerpo y el alma permanecen unidos, una vez llega la muerte, el alma se reencarna en otros cuerpos, se desplaza gracias a lo que denominamos palingenesia (el samsara indio). ¿No es la obra – de un artista o de un tecnólogo – una forma de permanecer más allá de la muerte? ¿No son las ideas (innatas, para Platón) una manera de escapar de la desaparición física a la que todos estamos condenados?

Durante la misma ponencia, Steve Jobs insiste en dos conceptos claves: recordar que somos finitos y, precisamente por ello, lanzarse a aprovechar el tiempo limitado haciendo aquello en lo que creemos. Ser fieles a nosotros mismos, en definitiva. Esa mentalidad está recogida ya en dos tópicos latinos: el memento mori y el carpe diem.

Memento mori se puede traducir por «recuerda que morirás». Así, ser consciente de la fugacidad de la vida era fundamental para los ciudadanos de la Antigua Roma. Incluso, algunos militares iban acompañados de un siervo que les recordaba que, aunque estuviera celebrando una victoria, la muerte podía llegar en cualquier momento. Usar el poder de forma soberbia era uno de los riesgos en los que, como hoy sabemos, muchos cayeron, ignorando que sólo los dioses son inmortales.

Por otro lado, y aunque se ha desvirtuado mucho su significado original, el carpe diem de Horacio suele transcribirse como «aprovecha el día». Recurrente en la literatura universal, el tópico suele interpretarse como un canto al hedonismo y a dejarse llevar por los placeres de la vida, pero también refleja lo mismo que apunta Jobs: no dejar pasar el tiempo y apostar por aquello que te dicta tu voz interior. Somos finitos, y eso nos hace inmortales. Siempre que sigamos «hambrientos y alocados».

FUENTE: http://www.lavanguardia.com/cultura/20111024/54235767421/steve-jobs-y-la-filosofia-clasica.html