Pascual Tamburri Bariain www.elsemanaldigital.com 26/03/2013
El mundo clásico reúne los elementos básicos de la identidad europea. Sin latín y griego, pensamiento griego e historia romana no se entiende nuestra posición en el mundo.
Hace unos días el amigo Herminio rescataba para Mariano Rajoy de parte de Horacio un muy adecuado «Populus me sibilat, at mihi plaudo ipse domi». Sabemos, o al menos esperamos, que el presidente del Gobierno, que fue estudiante antes del desarrollismo y su Ley General de Educación, sepa entender qué se le dice. Cuando menos esperamos que su cabeza y su alma se formasen en su tiempo sabiendo pensar así, lo que en el fondo es más importante que el dominio práctico del latín. La frase, aunque clásica, parece hecha a medida. Pocas justificarían mejor un retorno del Bachillerato a la formación clásica hoy agónica.
Rajoy, el hombre que se aplaudiría a sí mismo, puede creer, mal aconsejado, que nuestro sistema educativo es susceptible de un recorte en el estudio de las Humanidades, como si éstas costasen dinero o como si, horresco referens, la educación necesitase tener una «utilidad práctica». No ha sido así al menos en los últimos milenios de nuestra tradición, en los que la educación media y superior se ha articulado sobre la formación clásica; y no parece que nos haya ido mal. Sólo el comunismo soviético, y décadas después el liberalismo burgués occidental, suprimieron la educación cimentada sobre el latín y su tradición. No por casualidad: las minorías dirigentes formadas en las humanidades son sólidas, atrevidas, miran a largo plazo, y quizá por eso todas las verdaderas revoluciones han ido contra las humanidades y las luchas contrarrevolucionarias han pasado por la conservación o el retorno de las letras clásicas. Y justamente por eso, cuando el ministro Wert se dispone a hacer lo que se le permita hacer en cuanto a contrarreforma educativa, es el momento de volver a plantear en España la cuestión de las humanidades.
El profesor Wilfried Stroh reunió ya hace unos años en Alemania todos los argumentos disponibles para combatir el avance de la moda tecnópata y pseudocientífica en nuestras aulas superiores. El latín ha muerto, ¡viva el latín! de Stroh explica cómo la Universidad alemana clásica, la que nació de la reforma de Alexander von Humboldt, reconocía una posición central a los estudios de letras, y en particular a las lenguas e historia clásicas, convertidas en realidad en eje de la formación del profesorado y de su selección, además de en cimiento de la educación universitaria en su conjunto. Esa posición ha sido conservada en casi todos los países de tradición europea hasta que otras modas, diferentes, se han impuesto. La verdad es que esa siempre anhelada «formación general» estaba al alcance de la mano en la escuela latina, y aún hace muy poco un ministro de cultura alemán, Julian Nida-Rümelin, ha defendido la idea de una instrucción general frente a los tecnópatas obsesionados con lo que llaman «práctico» .
Excepto en Italia, que en esto siguió más tiempo su camino, el latín y el griego formativos luchan por sobrevivir desde 1890, lo que –erróneamente- algunos interpretan como progreso, un «progreso» compartido por los nazis y los comunistas (estos últimos sin concesiones en la URSS); y sin embargo sin latín es inconcebible un verdadero bachillerato como es difícilmente pensable un espíritu libre y formado en la tradición europea. El latín es una lengua muerta casi desde época imperial, es cierto, pero esa misma condición de lengua muerta la ha hecho eterna, y vehículo del pensamiento y las inquietudes eternas del hombre (y la mujer) europeos.
Stroh da aquí, en una historia personalísima del latín en su segunda y su tercera vidas de ultratumba, todos los argumentos disponibles para demostrar no tanto la utilidad actual del latín, sino su condición de lengua europea de la cultura, lengua que une a miles de millones justamente porque su condición de lengua muerta la coloca –nunca mejor dicho- en los altares. Stroh bromea, y donde los conocedores del latín y sus debates se sonreirán los ciudadanos comunes podrán hacerlo también, tal es su gracia y la puntería de su pluma. Se trata de algo tan relevante como recordar cómo ha vivido y vive el latín, qué primeras figuras de nuestra cultura han sido latinistas y qué hace aún hoy perdurable la lengua de César y de Cicerón. Por desgracia Stroh, aun consciente de sus muchas y buenas razones, sabe que combate contra el peor enemigo, que no es Stalin sino la moda y los intereses creados. Este es un libro que hará bien leído por Rajoy y por su ministro, para entender que no todo es lucro ni mucho menos; pero aún más beneficios se derivarían de que lo leyesen nuestros profesores de humanidades de hoy y de mañana, verdaderos depositarios de un tesoro colectivo que no puede perderse y que casi no tienen ya jesuitas que lo preserven.
Capta Graecia…
FEl helenista Francisco Rodríguez Adrados se pregunta e intenta responderse a dónde se encamina nuestra historia. Aunque biológicamente sigamos siendo Homo sapiens, sólo después de la Grecia clásica puede hablarse con propiedad de una Humanidad. Los valores convertidos en universales por los griegos y los romanos son aún hoy los que nos hacen verdaderamente humanos, en todos los órdenes (político, social, religioso, cultural) excepto en el puramente biológico. Adrados se remonta a los orígenes de nuestras culturas, explica su situación actual y aventura una anticipación de qué nos espera en el futuro, tanto en el caso de que abandonemos nuestras raíces como en el de que las conservemos. Y a esto está dedicado este volumen.
No estamos acostumbrados a que un filólogo nos explique la historia, por la misma razón que hemos perdido la práctica de que nuestros historiadores (y en general cualquier europeo culto) conozcan las lenguas clásicas. Así como hoy está de moda considerar eje central de la historia humana lo sucedido (o no sucedido) en el siglo XX, Adrados retoma una idea mucho más clásica y que ha encontrado defensores brillantes a lo largo de los siglos y de los milenios. Para él, como para muchos, Grecia define nuestra identidad y sólo identificándose con los valores helenos humanos de todos los orígenes se elevan a lo propiamente humano; no se trata en su argumentación de desdeñar otros orígenes y culturas, sino de dar a Grecia (y en consecuencia a Roma, aunque no suele ser moda entre los helenistas) la importancia que realmente ha tenido y conserva en la delimitación de lo humano (no sólo de lo europeo) .
¿Y por qué un filólogo no va a hacer historia, o viceversa? Al fin y al cabo, sólo por una moda española y reciente los estudios universitarios están delimitados según supuestos conocimientos impartidos a unos y a otros, si algo ha habido genuinamente europeo son siglos de estudios superiores con base humanística, impartidos en latín y griego y considerados conocimientos comunes a todos los demás saberes universitarios. ¿Por qué el profesor Adrados no iba a dar su interpretación de la historia, una historia que difícilmente puede separarse del conocimiento lingüístico? No parece fácil delimitar el individualismo griego como hecho filosófico, la libertad como acontecimiento histórico y la facilidad argumental o artística en otros espacios culturales. Bueno es que Adrados dé su opinión, y que argumente ésta con pasión y con recurso a todas las humanidades. Sería muy difícil renunciar a entendernos a nosotros mismos y luego pretender mayores libertades sin saberlas siquiera argumentar.
Wilfried Stroh.
El latín ha muerto, ¡viva el latín! Breve historia de una gran lengua.
Traducción de Fruela Fernández. Prólogo de Joaquín Pascual Barea.
Subsuelo, Barcelona, 2012. 375 pp. 22,00 €.
Francisco Rodríguez Adrados.
El reloj de la historia. Homo sapiens, Grecia Antigua y Mundo Moderno.
Prólogo del autor.
Ariel, Barcelona, 2010. 848 pp. 29,50 €.
ENLACES: Sin Roma nuestra vida no tendría sentido, y sería muy aburrida