Sergio Ferreiro www.ocholeguas.com 15/02/2010
Vale. Se ha hablado mucho de ella. Roma la bella, la monumental. Roma, la ciudad eterna. La admirada, filmada, cantada y fotografiada Roma. La capital de un imperio de hace más de dos mil años. Es cierto, pero Roma sigue mereciendo la pena, como sigue mereceiendo la pena su imagen vista desde el monte Gianicolo -en la foto-, que es una de sus siete colinas. Roma, ¿por qué no? Roma porque sí.
¿Existe un edificio más emblemático que el Coliseo? Probablemente no. Con sus momentos de esplendor y sus intervalos de olvido, este gran anfiteatro que data del año 70 d.C. es el principal testigo de la historia de Roma. Un monumento cuya construcción se debe al emperador Vespasiano, quien al morir pasó el relevo de las obras a su hijo Tito. Fue en el año 80 d.C. cuando queda inaugurada esta mole, destinada a los espectáculos de lucha con fieras y gladiadores. Una curiosidad: el estreno duró cien días y se sacrificaron 5.000 animales.
Campo de’ Fiori es uno de los rincones más bulliciosos de la ciudad. Y también uno de los más pintorescos, gracias al característico mercado romano que, cada mañana -excepto los domingos-, llena de color la plaza con sus puestecillos de frutas y verduras. El nombre, que se debe a que en su día fue un campo florido, pero también a una tal Flora amante del general Pompeyo, contrasta con la estatua de un hombre con capucha y aspecto siniestro. Este hombre fue Giordano Bruno, un humanista del siglo XVI que acabó quemado en la hoguera en este preciso lugar. El motivo: haber pecado de hereje.