Rafael Marín www.noticias.com 18/01/2006
La épica, y en especial la épica histórica, hay que contarla en plano general. Esto lo entendieron los grandes maestros del western, por ejemplo (y no lo entendió, en el campo del cómic, el en otras ocasiones más que aceptable Vance cuando hizo aquellos dos álbumes de Marshall Blueberry: aburría tanta sucesión de primeros planos en una historieta que se había caracterizado, justamente, por lo impresionante de sus espacios abiertos).
Rafael Marín www.noticias.com 18/01/2006
La épica, y en especial la épica histórica, hay que contarla en plano general. Esto lo entendieron los grandes maestros del western, por ejemplo (y no lo entendió, en el campo del cómic, el en otras ocasiones más que aceptable Vance cuando hizo aquellos dos álbumes de Marshall Blueberry: aburría tanta sucesión de primeros planos en una historieta que se había caracterizado, justamente, por lo impresionante de sus espacios abiertos).
Viene esto a colación porque Roma (la serie que anoche terminó en Cuatro, o sea, la baza más importante de la cadena hasta el momento, quemada rápidamente al emitirse en capítulos parejos) participa de ese defecto. Se han gastado una millonada en atrezzo, los rostros de los personajes parecen en efecto sacados de una visita al pasado de nuestra cultura, las interpretaciones de los semi-desconocidos actores son más que aceptables, se han currado la fotografía (para mí la característica más sobresaliente de la serie: esos rojos, esos ocres)… pero poco cunde por la pobreza narrativa del conjunto. De poco sirve reconstruir una domus romana, un campamento legionario, un Senado a punto para el imperio o un desfile de gloriosas legiones si al final no se pasa del plano contraplano de los rostros de los personajes. La imaginación en la narrativa la pusieron los de la preparación de la máquina. Luego se entregó el volante a directores que no supieron sacar el jugo estético que podría haberse esperado.
La historia, en cualquier caso, jamás sabe a qué carta quedarse: si buscar la aventura de la improbable amistad de centurión y legionario, si ahondar en la relación amorosa de ambos con sus respectivas esposa y esclava, o si centrarse en las intrigas políticas que acompañan al ascenso y caída de Julio César. La sombra de [{Yo, Claudio http://www.crisei.blogalia.com/historias/10386] pesa como una losa sobre esto último, y ver cómo resuelven aquí el fulcro histórico que supuso la desaparición de Roma como república y la dictadura de César que dará pie, luego, al nacimiento del Imperio queda esbozado casi como unas selecciones del Reader´s Digest con respecto a los matices que se podrían haber contado: jamás se nos muestra qué demonios pensaba César, cuál era su actitud política, qué motivos son los que le impulsan a cruzar el Rubicón. Siendo la serie una especie de recopilatorio de prácticamente todo lo que se ha escrito y se ha rodado sobre el tema, llama la atención que se pase de puntillas por ese hecho capital: ni golpista ni rebelde a favor de la legalidad vigente, sino todo lo contrario. Cierto, tanto César como su rival Pompeyo están tratados con elegancia, con amor, con respeto incluso… pero se nota en falta la profundidad psicológica que hizo de la adaptación de la obra de Robert Graves un hito televisivo… rodado, además, en video, con un lenguaje limitadísimo pero que, precisamente por eso, hacía virtud de sus presupuestos.
La narración en paralelo entre los personajes históricos importantes y las aventuras y desventuras de Tito Pulo y Lucio Voreno casa mal casi siempre, quitando momentos puntuales de buen ritmo dramático (el rescate de Octavio, el asesinato del amante de Niobe). Las intrigas de las dos cortesanas en la sombra (Servilia y Atia) tampoco dan para más, una vez establecida la rivalidad entre ambas: no hay fintas en la finta de una finta como cabría esperar, y en el fondo parece un poco pueril reducir la historia del mundo (y Roma, ay, era el centro del mundo) a los celos exacerbados entre dos mujeres poderosas. Molestan ciertos tópicos sexuales que parecen de obligado cumplimiento en las historias de romanos que nos llegan de un tiempo a esta parte, como si en ninguna otra época histórica se hubiera follado a gusto, y basta que aparezca una núbil, un púber o una matrona para saber que unos y otras (u otras y otras, que también) acaben retozando en divanes y triclinios, sin que se sepa muy bien en qué afecta a la historia y qué función narrativa tiene en todo el argumento, aparte de demostrar que HBO y la BBC son cadenas modernas, progresistas y chachipirulis que para nada son nada timoratas y meten pezón, culo y hasta pubis cada vez que es posible. Se agradece el intento, pero uno sigue quedándose con Jenna Jameson.
La serie engancha más por lo que uno espera que por lo que en realidad narra. El guión flojea, se alarga donde no debe, termina con brusquedad cuando uno espera más. A capítulos de estructura y hechura sobresaliente acompañan otros (los dos antepenúltimos, por ejemplo) de absoluto relleno, donde no sólo no pasa nada, sino que se nota que se está retardando una narración por culminar la serie con la muerte de César y redondear ahí y no en otro momento.Lo positivo, que queda mucha historia histórica (valga el pleonasmo) por delante, y que habrá que ver cómo se nos presenta la loca historia de amor entre Marco Antonio (uno de los grandes personajes de la serie) y Cleopatra (desaprovechada en un capítulo), mientras Octavio Augusto teje su red de intrigas y se proclama heredero de su tío el dictador.
Sí, ya sé. Y habrá que ver cómo encajan Tito Pulio y Lucio Voreno en esos hechos. Cosa difícil, porque, además, el tiempo pasa y los personajes deben envejecer (está claro que Octavio tendrá que ser interpretado por otro actor en una segunda temporada), y todavía quedan un envidiable montón de personajes históricos por asomar.Lo que les decía: la sombra de Yo, Claudio es alargada. E inevitable.