F. Franco | Vigo www.farodevigo.es 28/02/2012
La imagen de loco y monstruo capaz de las más sanguinarias tropelías adjudicada al emperador parece «una etiqueta melodramática y simplificadora», según el historiador.
«Hoy, acostumbrados como estamos a sufrir las continuas sangrías impositivas de gobiernos corruptos e ineptos, incluso podríamos tildar el sistema de Calígula de modélico». Aunque esa fue la frase con la que acabó ayer José Manuel Roldán su charla en el Club FARO, bien merece ser con la que empecemos por su aplicación a la actualidad de un tema tan netamente histórico como fue «Calígula, el emperador maldito (¿llevó a Roma a la bancarrota?)», título de la conferencia.
Presentado por el psicólogo clínico Alejandro Torres Carbajo, este reputado catedrático de Historia Antigua en la Universidad Complutense empezó hablando de la nada fácil infancia de Calígula (tercer emperador de Roma, nacido en el siglo XII de nuestra era) para explicar que, con solo 24 años y sin experiencia alguna, se vio abocado al poder como único superviviente de la familia imperial. «A pesar de su inexperiencia –afirmó– el Senado, adulador y rastrero, le ofreció todos los poderes que su antecesor, Tiberio, fingió compartir con los senadores. Calígula, en cambio, liberado de cadenas del pasado y arrastrado por la fuerza de su imaginación, se erigió en autócrata».
Roldán, autor de «Calígula, el autócrata inmaduro» en La Esfera de los Libros, afirma que las fuentes literarias antiguas con que contamos para reconstruir su reinado coinciden todas en subrayar sus rasgos negativos. «Según Suetonio, un deslenguado y chismoso chupatintas que escribió su biografía un siglo después de su muerte, fue un monstruo, capaz de las más descabelladas tropelías. Y siguiendo otros dócilmente a Suetonio, se acuñó la imagen de un autócrata cruel, sanguinario, loco, sexualmente voraz y maniático, que humilló y diezmó a los senadores. Sin embargo, tal imagen parece más una etiqueta melodramática que ha simplificado con la etiqueta de la locura los muchos recovecos de una compleja personalidad».
Muchas dudas
Roldán puso en duda la veracidad de esas fuentes, «todas ellas escritas para las elites sociales romanas a las que pertenecían los senadores, que no habrían aceptado de buen grado una imagen positiva tratándose de una figura tan antisenatorial. Yo llegué a la conclusión de que solo fue un joven desequilibrado por una trágica niñez y una adolescencia marcada por el miedo que, de improviso, se encontro con un poder omnímodo. Y toda la contenida represión que había acumulado estalló en una desbocada satisfacción de los más elementales instintos».
Entre los muchos aspectos posibles de estudio sobre su figura, el historiador centró su charla en un tema de candente actualidad: el de las finanzas durante su corto reinado. Y, tras revisar aspectos muy diversos, desmontando falsas acusaciones y reafirmando otros conceptos, llegó a una conclusión final: «La política financiera de Calígula no presenta aspectos llamativos que permitan diferenciarla de quienes le antecedieron o continuaron, Augusto, Tiberio o Claudio, ni que dejen suponer esos catastróficos resultados señalados por las fuentes comúnmente aceptadas. Sus más importantes innovaciones, las que atañen a la drástica política impositiva, pueden explicarse como atrevido intento de poner orden en el caótico sistema financiero imperial lo que, como es lógico, contó con el unánime rechazo del pueblo romano, obstinado en mantener sus tradicionales privilegios como casta parasitaria de un gigantesco imperio; y la del Senado, encapsulado en su tradicional miopía ante cualquier innovación».
Y es que, entre las muchas acusaciones que se cargan sobre Calígula, una de ellas es haber conducido a Roma a la bancarrota lo que, según Roldán «se contradice con constataciones objetivas como que, al iniciarse su reinado, realizó acudiendo incluso a su fortuna personal una masiva inyección de dinero en el sistema financiero (son donativos a soldados y ciudadanos) que significó un gran estímulo para la economía romana, a lo que añadió una reducción del impuesto sobre la venta y luego su abolición, un respiro para las clases humildes».