Guillermo Altares www.elpais.com 11/12/2017
Ensayista y profesor, divide su vida entre los clásicos y la jardinería; entre sus clases en Oxford y las plantas, sobre las que escribe en la prensa británica. Cree que muchas respuestas a la actualidad se encuentran en textos de hace siglos.
Robin Lane Fox tiene una doble vida profesional que transcurre en algún lugar entre Atenas y los jardines ingleses. Por un lado, es uno de los grandes clasicistas de Reino Unido, profesor emérito del New College de Oxford y autor de ensayos como El mundo clásico (Crítica), que fue elegido uno de los mejores libros del año en 2007 por los críticos de Babelia. También ha escrito una célebre biografía de Alejandro Magno, que Oliver Stone utilizó como base para su película sobre el conquistador heleno, en la que trabajó como asesor —y como extra, ya que formó parte de las tropas del general macedonio—. Eruditos, amenos y sorprendentes, sus libros han servido como introducción a Grecia para muchos lectores. Pero además Lane Fox, de 71 años, es un jardinero profesional. Desde hace casi medio siglo escribe una sección de jardinería en la edición de fin de semana del Financial Times y también tiene a su cargo varios jardines en Oxford. La entrevista se celebró en Córdoba, donde acudió como jurado a la primera edición del Festival Internacional de las Flores, que se celebró en octubre. Estaba encantado con el evento y con la temperatura de Andalucía a finales del otoño, pero se mostraba impaciente por regresar. Lane Fox es un hombre cordial, con mucho humor, pero no bromea cuando dice que no le gusta pasar mucho tiempo lejos de su jardín: “Si tengo que quedarme tres noches fuera de casa, sufriría lo que llamo ‘sueños verdes’. Soñaría con mi jardín, pero luego tendría pesadillas pensando que todo se ha quemado y tendría que volver a casa”.
¿Cuál era la relación de los griegos y los romanos con los jardines? Por ejemplo, en la Domus Aurea, el palacio de Nerón en Roma, eran un elemento esencial. Para los griegos, los jardines significaban sobre todo frutas y hortalizas. Las flores eran un lujo solo para los ricos y el agua no abundaba. Cuando cambió la estructura social y llegaron los reyes, los jardines se pusieron de moda entre los griegos poderosos. En el mundo romano, a los líderes les gustaba exhibir sus parques y jardines. Cultivaban algunas flores, pero no tantas como en un jardín inglés. Los emperadores romanos eran dictadores como Ceaucescu o Sadam Husein, o los dos a la vez, y les encantaba construir parques en los que mostraban su grandiosidad. El enorme parque de Adriano en su villa de Tívoli es un ejemplo. Pero yo respeto a la gente que hace crecer cosas. No me impresionan tanto los que pagan por mantener grandes jardines.
¿Es muy grande la diferencia? Enorme. A veces es la misma persona, pero no siempre. A mí lo que me encanta es la jardinería, no la contemplación de jardines.
En sus libros explica que los primeros jardines botánicos fueron griegos, de un discípulo de Aristóteles. Teofrasto, que dispuso ser enterrado en su jardín. Conocemos algunas de las plantas que cultivó, pero su objetivo era más científico que estético.
¿Y cuál es su jardín botánico favorito? Hay dos grandes en el mundo. Los dos primeros son Múnich y Edimburgo. Trabajé en Múnich en 1965 cuando tenía 18 años y es el mejor jardín del mundo. Tiene plantas excepcionales. En Edimburgo, los escoceses llevan a cabo un trabajo excelente y tienen acceso a las plantas que vienen de China y de Extremo Oriente. Admiro el jardín botánico de Madrid, cerca del Museo del Prado. Comencé a admirarlo en los años noventa, cuando fue renovado. Es precioso. En Reino Unido me gustan los jardines privados. Los botánicos no tienen nada que ver con la jardinería, que es un oficio, un arte relacionado con la exposición. Están interesados en la ciencia, en un esfuerzo ridículo por salvar a las plantas del mundo.
¿Por qué cree que es ridículo? Es algo que no se puede hacer. Actualmente el 30% de las plantas del mundo solo se conservan en jardines botánicos. ¿Por qué las salvan? Kew Gardens [los jardines botánicos de Londres] mantiene un proyecto para recopilar todas las semillas del mundo, pero nadie las planta. Allí están, en un refrigerador. ¿Qué van a hacer con ellas? Soy bastante escéptico con eso.
¿Cómo afecta el cambio climático a su trabajo como jardinero? Enormemente. En Inglaterra, mi jardín dura mucho más tiempo con flores. Pero sé que en Italia este año ha sido una catástrofe para jardines como el de Ninfa, al sur de Roma, que depende de las fuentes naturales. Ha padecido una crisis enorme tras nueve meses sin lluvia. No ha pasado nada igual en sus ocho siglos de historia. Y España supongo que vivirá el mismo desastre. En Inglaterra es magnífico. Los inviernos son cada vez más suaves. En febrero el jardín está fantástico, todo florece en marzo. Mi jardín está magnífico en esta época del año y por eso no estoy totalmente contento de hallarme en Córdoba porque no puedo verlo.
¿En cuántos jardines trabaja? Ahora mismo tengo tres responsabilidades. Los jardines del New College de Oxford, los mejores de la ciudad. Tenemos muchísimos visitantes, sobre todo por las películas. Uno de los árboles ha sido utilizado en la serie de filmes de Harry Potter y todos los años 50.000 jóvenes japonesas nos visitan para fotografiarse bajo el árbol. El jardín también ha sido utilizado en Mamma Mía II, veremos cómo una joven Meryl Streep deja la universidad en ese jardín y tendremos otros 50.000 visitantes, porque la gente no distingue entre realidad y ficción. Me ocupo de un segundo jardín, Yarnton Manor, cerca de Oxford, que es una academia de verano. Y por encima de todo trabajo en mi propio jardín.
¿Sabe cuántas plantas tiene? No, no las cuento, son demasiadas. Llevo 60 años siendo jardinero.
¿Qué tipo de jardines le gustan, los barrocos o los sencillos? Me gusta cultivarlos. No me importa que sea con semillas o plantas compradas en un vivero. Lo malo es que la gente joven ya no puede comprar casas, son demasiado caras. Yo pude disponer de mi propio jardín a los 30 años, pero ahora resultaría imposible. Representa una crisis tremenda para la jardinería inglesa.
En Córdoba existen algunos jardines musulmanes. ¿Son reales o son recreaciones románticas? ¿Sabemos cómo eran los jardines de la antigüedad? En algunos casos podemos recrearlos. Gracias a fuentes árabes, tenemos una lista de plantas que fueron traídas desde Siria y Egipto y que se cultivaron en el sur de España, pero no las verán en la Alhambra. De la Antigüedad conocemos pocos jardines, el de Plinio es uno de ellos. Y podríamos recrearlo. Pero los nuestros son mucho más interesantes de lo que nunca pudieron ser los romanos o los griegos, gracias a China. El oeste de China y Tíbet son el paraíso para las plantas y las flores silvestres. En Inglaterra ahora tenemos 90.000 plantas para elegir.
Recientemente publicó un artículo en el que relataba un viaje a Rumania en busca de flores silvestres. ¿Cuál es la flor que nunca ha visto en la naturaleza y que le gustaría ver? La Gentiana farara, pero eso significaría viajar a China. Y me gustaría volver a ver la Campanula covadonga en los Pirineos. Fue encontraba en los años treinta por un gran investigador inglés y su hijo me dio unas semillas. Es violeta oscuro. La tuve hace 50 años, pero la perdí, no logré reproducirla.
¿Podemos contar la historia del mundo a través de las plantas? Sería muy interesante porque nunca se ha hecho bien. Quiero realizar un programa de televisión sobre lugares de Grecia donde todavía crecen plantas famosas en la literatura clásica. En la Iliada, el poema más grande del mundo, Hera quiere seducir a Zeus, el rey de los dioses, en el monte Ida. Es irresistible y Zeus hace el amor con ella sobre un lecho de flores. Afortunada pareja. Y si uno va en marzo al monte Ida puede encontrar las mismas flores… También se producen sorpresas con el origen de las plantas. Por ejemplo, siempre se pensó que los melocotones llegaron de China en la Edad Media. Sin embargo, unos arqueólogos alemanes encontraron en Samos un hueso de melocotón en un nivel muy antiguo. Todavía me pregunto si lo tiraron ellos. La historia antigua de las plantas es muy disputada.
Cuando la conversación se interna en la otra profesión de Lane Fox, el profesor no tarda en preguntar a su interlocutor si es capaz de leer el griego clásico. Ante la respuesta negativa, explica que “nunca es demasiado tarde” y realiza una defensa de la necesidad de aprender aquella lengua: “Tenemos muchas razones para estudiar griego clásico, pero una se eleva por encima de todas. Si ha leído los poemas de Homero en su lengua original, su vida tiene sentido. Cuando usted termine su día, pensará: ‘¿Qué he hecho hoy?’. He grabado una entrevista en inglés, he leído unos artículos. Pero si lees a Homero te cambia para siempre”.
Hace un año entrevisté a un latinista francés, Paul Veyne… Le conozco, un hombre muy inteligente.
Y me explicó que su teoría es que ya queda tan poca gente que hable latín y griego que tendría más sentido utilizar el tiempo que se dedica a esas lenguas en el bachillerato a la lectura de los autores clásicos. En otras palabras, que es más importante leer a Homero como sea que leer algunos versos de Homero con dificultad en la lengua original… Eso no tiene sentido. Veyne es un historiador, muy importante, pero no es un hombre de letras. No me importa quién lea griego, de hecho a veces me gustaría que algunos profesores de griego no lo conociesen por las cosas que escriben, pero Homero está ahí para todos. ¿Por qué deberíamos negar a la mayoría de la humanidad el acceso a lo más grande que se ha producido en su historia? No puedo estar de acuerdo, tendría que enseñarse a Homero en griego clásico en las escuelas. La pregunta correcta sería más bien por qué tenemos que aprender francés en el colegio.
La literatura clásica nos ilumina sobre los grandes periodos de crisis, como el helenismo o la caída de la República romana. ¿Cree que estamos viviendo uno de esos momentos de cambio total? No. Básicamente no está ocurriendo nada. El Brexit es una estupidez, pero no representa ni de lejos una crisis comparable a una conquista romana o el ascenso de Alejandro. No deberíamos creer que podemos aprender lecciones del mundo clásico. Tenían esclavos. A veces me pregunto si no debería escribir cada vez “Pericles, el ateniense dueño de esclavos”. De hecho, sí que existe una poderosa lección moral del mundo griego: no se puede tratar a otras personas de esa forma.
¿Por qué termina su libro El mundo clásico con Adriano, emperador de 117 a 138 d. C. y no con el final del imperio romano de Occidente, en el siglo V? Porque creo que es la primera persona que mira hacia atrás y contempla el mundo griego como si fuese clásico. Es la primera vez que una mirada clásica sobre el mundo se convierte en dominante y, con ella, cambia la mirada sobre el pasado. Y además es español…
¿Tenemos una idea clara de por qué el mundo se convirtió en cristiano, por qué se abandonaron los viejos dioses para adoptar uno nuevo? Sí, conocemos muchas razones. Una de ellas fue la conversión del emperador Constantino, que además dedicó mucho dinero a la Iglesia y a los cristianos. Eso animó a mucha gente a seguir ese camino. La conversión del mundo clásico a la cristiandad fue un proceso lento, no acabó hasta el final del siglo V. Era una religión que unió las creencias con la ética, que antes habían estado siempre separadas; que promete una vida después de la muerte…
Pero en su libro dice que cuando Jesús muere debía de tener en torno a 30 seguidores. Sí, sin duda es extraordinario. Es una de las grandes historias de la humanidad. No creo en el mensaje, pero respeto lo que logró.
En su libro explica que Cicerón se construyó una casa enorme en Roma que podía ser contemplada desde muchos lados porque le gustaba exponerse en público. ¿No está ocurriendo ahora mismo algo parecido con las redes sociales? No había pensado en ello, pero me parece muy interesante. ¿Cómo tuitearía Cicerón? Me encantaría reconstruir los tuits de Cicerón.
¿Y era Cicerón un idiota, con un ego gigantesco, o uno de los hombres más inteligentes de todos los tiempos, o un poco de cada cosa? Si eres un hombre de izquierdas, no puedes soportarle, pero muchas veces te quita el aliento. No puedo evitar sentir simpatía hacia él. De verdad. Muy pocos de mis colegas simpatizan con él, salvo los especialistas en su obra. Los historiadores le consideran un horror, alguien que nunca se preocupa por el pueblo, un nuevo rico que se equivoca en todo… Pero, qué puedo decir, las cartas son maravillosas. Se equivoca siempre: piensa todo el rato que todo el mundo le está esperando para que vuelva y lo arregle todo, y nunca es así. Siempre que puede equivocarse, se equivoca… Pero el mundo sería mucho más gris sin Cicerón. Cuando tenga 80 años y ya no escriba libros, volveré a leer todas sus cartas. Siendo ya viejo relata la visita que hizo Octavio [el futuro emperador Augusto]. Y tenemos la descripción de aquel encuentro entre el joven más letal del mundo y un anciano hombre de Estado que quiere volver a ser importante… ¿Es irónico cuando escribe: “Creo que va a hacer todo lo que le he sugerido”? Es maravilloso. Y en otro momento le visita César, porque le gustaba Cicerón siempre que no hablasen de política. Llega con un séquito de 2.000 personas y se pasan toda la noche hablando de teatro griego, mientras que Cicerón está deseando que le pregunte por la actualidad política. Tras la visita, Cicerón escribe un comentario: “Creo que no es el tipo de persona que volvería a invitar”. Son cosas inmortales.
Ha escrito usted durante 40 años para el mismo diario… Todavía más, durante 47.
¿Cuál es el mayor cambio que ha visto en el periodismo en este medio siglo? En mi trabajo, que soy mejor. Ahora llego a más lectores. Cuando empecé, escribía para lectores que vivían en el sur de Inglaterra y que querían aprender a cultivar plantas y flores. Ahora, el Financial Times del fin de semana es un diario global, uno de los más importantes y leídos del mundo. Escribiré sobre mi viaje a Córdoba. La gente quiere leer sobre muchas más cosas, no solo sobre jardinería. Soy mucho menos provinciano.
¿Y desde el punto de visto técnico? Al principio no escribía, creo en Homero y la literatura oral: dictaba mis textos. Luego escribía a mano y lo mandaba a un editor que lo enviaba a su secretaria, que lo pasaba a máquina. Luego volví a dictar. Y ahora todo se ha convertido en digital y ya no dicto. Me gustaría volver a hacerlo, pero sé que no me van a dejar.
FUENTE: https://elpais.com/elpais/2017/12/04/eps/1512412299_415603.html